miércoles, 19 marzo 2025
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Ética del cuidar

Debemos volver a reconocernos como personas que nos hacemos a medida que nos declaramos necesitados de los demás. Porque nadie es sin los demás.

a Iván Hernández, el negro

Una es la vida de quien solo ha visto a los demás; otra, la de quien también los ha mirado. También esto es un lugar común. Nos configuran y constituyen verbos básicos, esenciales y cotidianos. Ya sabemos que ver y mirar son acciones radicalmente diferentes, pero complementarios. Ambas nos otorgan presencia, sustancialidad y realidad. Urge rescatar la simplicidad que siempre nos ha otorgado humanidad y asombro. La prisa y su hermana la ansiedad nos han arrojado a la cultura del desecho y el descuido. De allí la educada y sostenida pasión por lo banal, superficial y transitorio. Vivimos bajo el mismo techo, pero casi nunca nos miramos. Nos vemos día a día, nos oímos día a día; pero casi nunca nos escuchamos. Nos hemos vuelto profesionales del descuido, distorsionadores de la atención.

¿Cómo afecta esta realidad a la hechura de los vínculos? La realidad nos da la respuesta inmediata: arrase, destrucción, demolición, soledad, abandono, suicidio… Esto no es pesimismo, catastrofismo; sino el espejo real donde debemos contemplarnos, reflexionar y cambiar profundamente los lugares visibles o invisibles de donde escogemos lo que amaremos, pero que nos niegan y destruyen. Amamos, pero dañamos y destruimos lo amado. No fuimos convirtiendo, progresiva y orgánicamente, en lesionadores de lo propio y lo ajeno. Convertimos las relaciones familiares, amicales, laborales en herramientas y medios circunstanciales. Evitamos acercarnos a todo aquello que nos exigirá dedicación, entrega, compromiso, duración y sacrificios personales. Insistimos: nuestro oficio es coleccionar lo superficial. Te amo, porque me sirves; soy tu amigo, mientras me sirves; eres mi padre, mientras me ayudas; eres mi madre, si me ayudas; hago esto, o aquello, porque me funciona; soy tu compañero, porque me beneficias… Estos son hechos ejemplares de lo vacuo. Todo tienen algo en común: son la semilla, la raíz, el tronco, las ramas, las hojas que propician un único y venenoso fruto: La muerte del cuido. Ese hábito que fundó y desarrolló a la humanidad de mujeres y hombres. Cuidarnos nos llenó de tiempo, espacio y maravillas. Cuidarnos nos otorgó alma, espíritu y cuerpo estremecido. Cuidarnos nos convirtió en personas: cuerpos de, por y para el amor. Cuidarnos permitió la llegada de lo sagrado a nuestras casas. Cuidarnos fundó e inauguró la bendición y el milagro celestiales. Cuidarnos nos alejó de la vocación de las bestias, de la violencia y humillación.

El cuido fundó la ternura, la piedad, la prudencia, el agradecimiento y la memoria. De allí vienen Honrar a tu padre y madre, Amar a tu prójimo como a ti mismo, Sé bienvenida, Sé acogimiento, Sé hospitalidad, Sé luz de ti y del otro, Sé serenidad y lluvia del silencio. Sabemos que no es fácil, porque lo fácil no trasciende ni funda el milagro humano. Debemos rescatarnos, recuperarnos, volver a ser animalitos sedientos de cuidar y ser cuidados. Debemos volver a reconocernos como personas que nos hacemos a medida que nos declaramos necesitados de los demás. Porque nadie es sin los demás. Y esto es un bello y necesario lugar común. Somos un lugar común.

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