jueves, 12 diciembre 2024
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“Este aplauso es para ti”

Una vida tan larga, productiva y repito, Decente con D mayúscula, hay que ensalzarla en este país del primer cuarto de milenio donde parecen haber desaparecido los valores que Alfredo Guinand Baldó encarnó. | Foto cortesía

Con el título de este artículo, mi amigo Félix Guinand Quintero finalizó sus palabras en la misa de cuerpo presente de su papá, Alfredo Guinand Baldó, el pasado 15 de junio. Y es que la vida de Alfredo merece, no un aplauso, sino una ovación de pie.

Todo lo mejor que hay en Venezuela ha sido construido por hombres como él, próceres civiles, hombres Decentes con “D” mayúscula, inteligentes, cultos, trabajadores incansables, con un alto sentido de familia y un largo etcétera de cosas buenas detrás.

Carlos, Alfredo, Alberto, Eduardo, Enrique y Leopoldo fueron los hijos que tuvieron el arquitecto Carlos Guinand Sandoz, de origen suizo, y su esposa Delfina Baldó Soulés. Todos profesionales, todos exitosos, todos hombres de una gran riqueza humana que han dejado un legado de buen hacer en cada camino que han recorrido. Una mezcla perfecta de la disciplina suiza con la laboriosidad andina.

“Nunca olviden que nuestros antepasados eran campesinos” les decía a sus nietos. En la misa, uno de ellos, Roberto Patiño Guinand, recordó sus enseñanzas, consejos y momentos de esos que quedan grabados para toda la vida por lo intensos, lo aleccionadores, lo entrañables y, sobre todo, por lo mágicos: noches en la finca viendo las estrellas durante horas, jugando dominó en el caney, bañándose en la laguna con las babas, comiendo galletas de soda con diablitos mientras escuchaban a Simón Díaz o bailaban al ritmo de Simón Piñero y su maraquero a quien llamaban El Erótico. También cazando y luego preparando los conejos que se iban a comer, para que aprendieran que nunca debían tomar más de lo que necesitaban de la naturaleza.

“No hay que tirarse del caballo”, fue una de las lecciones que le dio a Roberto cuando éste tenía once años y se le desbocó el que iba montando. No era solo una lección de equitación: lo dijo para enseñarle que -aún en los peores momentos- hay que resistir y valerse por uno mismo.

Luis Alberto Machado decía que había hombres que habían llegado “por” sus mujeres, otros “con” sus mujeres y otros “a pesar de” sus mujeres. Alfredo Guinand tuvo la fortuna de casarse con una mujer extraordinaria, Cheché Quintero, quien lo acompañó hasta su último día en todo lo que Alfredo emprendió, con entusiasmo, dedicación y una alegría de vivir inolvidable para todos quienes la conocimos. Hoy las cenizas de Alfredo reposan al lado de la tumba de su amada Cheché.

La trayectoria profesional de Alfredo Guinand es extensa y fructífera: su compañía de construcción Guinand y Brillembourg fue una de las empresas de ingeniería civil más exitosas que ha habido en Venezuela. Con sus socios Darío Brillembourg y Rufino González Miranda llevó a cabo proyectos importantísimos que ayudaron a insertar a Venezuela dentro de la modernidad, muy por delante de los demás países latinoamericanos, como la represa de Guri.

Dentro de este rubro, Alfredo fue designado presidente de la Cámara de la Construcción en 1964. Tal fue su figuración que en los años 70 fue escogido para presidir la Federación Interamericana de la Industria de la Construcción, de la que ya formaba parte representando a nuestro país. Quedan como testimonio sus discursos e intervenciones, en los que se evidencia su dimensión ética y su recto proceder en el turbio escenario de las adjudicaciones de contratos.

Fue constructor de varias de las plantas de la Cervecería Polar, presidió la junta directiva de la Cervecería Modelo de Maracaibo y más tarde formó parte del comité ejecutivo y la junta directiva del conglomerado de Empresas Polar.

Cuando su hermano Carlos Augusto Guinand Baldó fue nombrado gobernador del Distrito Federal por el presidente Caldera en 1969, Alfredo se encargó de Saver Guinand, una empresa familiar que Carlos manejaba y sobre la que Alfredo no poseía muchos conocimientos, pero que manejó de manera exitosa como ejecutivo curtido en esas lides, su sentido común y su honestidad proverbial.

Hombre incansable, en 1987, cuando tenía 60 años, compró la finca Hato Nuevo con sus amigos Guillermo Bello y Alfredo Basalo y emprendió una nueva etapa de su vida: la de ganadero. De esa finca vienen muchos de los cálidos recuerdos expresados por Roberto Patiño durante la misa de despedida.

Su actividad de compromiso social fue igualmente extensa y comprometida: queda su impronta en el Hogar de la Virgen de los Dolores, que fundó con el padre Julián Barrena y su suegra Mercedes de Quintero, su determinado apoyo en los inicios de Fundación La Salle y por supuesto, su actividad con la Fundación Polar.

Alfredo Guinand nunca se retiró: cuando estaba por hacerlo fue incorporado como Individuo de Número a la Academia de la Ingeniería y el Hábitat, donde compartió su intensa actividad en el campo de la ingeniería civil en Venezuela.

Una vida tan larga, productiva y repito, Decente con D mayúscula, hay que ensalzarla en este país del primer cuarto de milenio donde parecen haber desaparecido los valores que Alfredo Guinand Baldó encarnó. La antorcha que él encendió ahora está en manos de sus nietos, quienes estoy segura, honrarán ese legado.

A sus hijos, mis amigos queridos María, Félix, Lupe, Marisa, Adriana y Julieta. A sus hermanos, Eduardo, Enrique y Leopoldo, y el resto de la bella familia Guinand, mis más sentidas palabras de pesar, pero a la vez, mi alegría por una vida tan bien vivida.

Esta ovación de pie es para ti, Alfredo.