En un video que circula en las redes sociales, el papa Francisco invitaba a los maestros y los maestros de las escuelas, liceos y universidades a desistir de las pedagogías huecas, creadoras de profesionales limitados, e insistir y ejercer las pedagogías densas, formadoras de personas, cuyas vidas privadas y públicas estarán asentadas en la permanente interconexión del pensamiento, las emociones y el quehacer. En palabras de él: una formación que atienda los tres lenguajes humanos fundamentales: los de la cabeza, el corazón y las manos. Nada sencilla esta petición, este fresco y ligero ruego. Para que esto suceda, debe suceder una revolución positiva, Edward De Bono dixit, en las escuelas de Educación, responsables de la coformación de maestros y maestras. Significa activar la sinceridad crítica de la cultura curricular y, gracias a la conversación, replantear las formas cómo se ha venido aprendiendo y cuestionar lo que se ha venido concibiendo como conocimientos.
Ya no es posible continuar pensando, sintiendo y haciendo desde una realidad percibida por estancos, fragmentada. La realidad es una red compleja de interconexiones. Las personas somos y nos vamos haciendo desde esa complejidad. Esto, desde la antigua Grecia, es un lugar común que rechazamos, ya por comodidad, ya por miedo; pero es imposible continuar rechazándolo. O lo asumimos o renunciamos. Aquí no son posibles los términos medios que construyen la mediocridad y mínimo esfuerzo. Se pretende coformar personas con una cultura y percepción compleja, densa y crítica. Y esto se logra reformando la praxis pedagógicoeducativa de las escuelas de Educación. Las formas y medios de compartir el conocimiento, de evaluar lo aprendido, de “aplicar lo aprendido”, de recrear lo aprendido, deber ser actualizadas; desde lo cognitivo, lo emocional y el quehacer. Debemos comprender y hacer comprensible que una idea es conocimiento sólo cuando es percibida como lo que es: la sincronicidad, armonía y sintonía de esos lenguajes humanos. Esto no es nuevo, es antiguo; por eso es necesario y actual.
Sabemos que es arduo, doloroso y difícil abandonar viejos quehaceres pedagógicos; pero esas prácticas ya no son educativas, sino negadoras de contextos y espacios reales. Son ejercicios y tareas inertes, sin vitalidad, sin teleologías ni axiologías. Si son aprendidas, propician espejismos y engaños. No seducen para el saber, sino para la estafa vital. Crean personas fragmentadas; quienes a su vez crearán personas también fragmentadas y disociadas. Cada Escuela de Educación tiene la obligación de construir los nuevos caminos, deben recorrer con los futuros maestros y maestras. Cada universidad debe abandonar su condición de maquinita expulsadora de profesionales vacíos de las facultades de pensar, sentir y hacer. Profesionales en lo técnico; pero vacíos piedad, humildad; que no aprendieron a conversar, a convivir, a mirar al prójimo y al distante.
La invitación que nos legó el papa Francisco es una puerta a la buena vida. Es el desafío impostergable para recuperar amoroso sentido de la realidad, hoy tan caro en los lugares donde se aprende a ser más persona: la escuela y la universidad. Esas dos continuaciones del hogar.