jueves, 6 febrero 2025
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Escuela cívica para superar la obsolescencia política

Más allá de los duros escenarios inmediatos, estamos obligados a dar los pasos de organizar el futuro; forjar embriones de los ciudadanos y dirigentes de una democracia que se rete en justicia y permanencia.

@OttoJansen

Visito una de las comunidades del sur de Lima; es de las más populares y de las que presentan intervenciones en área físicas significativas y cuyas transformaciones para el colectivo se destacan a simple vista en servicios públicos como vialidad y transporte, por ejemplo; con la presencia de un gran centro de salud que aglutina tránsito de población importante y que habla en concreto de gestión pública y de la modernidad. El sector: Distrito Villa El Salvador.

En la consulta sobre población se indica un número de 441. Setecientos 94 habitantes para el año en curso, describiendo la presencia de una espaciosa zona industrial que se observa claramente en la ruta que recorre la jurisdicción. La mención que los vecinos también refieren del sector, es el conjunto de altos edificios (en nada característico del estilo de arquitectura limeña en general) que sirvieron de Villa Olímpica para los Juegos Panamericanos 2019 y que, posteriormente, fueron usados como lugares de recepción durante la pandemia. Intercambio con un residente, trabajador informal en las adyacencias del Parque Huascar, un área recreativa distintiva del distrito. Lo primero que resalta es el orgullo peruano por las virtudes geográficas de su país. “Tenemos costa, sierra, montañas”. Describe la producción de cultivos y de los recursos correspondientes que es la carta de presentación de todos los nativos incas. Al conocer mi gentilicio me hace dos preguntas: ¿Qué pasó en Venezuela? ¿Es cierto que abrieron las cárceles para que los antisociales se vinieran a otros países? Busco la forma de responder sin caer en estridencias, ni en soslayar el fondo de las preocupaciones del amigo peruano. No resulta sencillo porque al habitante común de cualquier país que no sea el nuestro, le resultará incomprensible entender que las sociedades se pierden y se hunden en desgracias inimaginables cuando sus dirigencias, al igual que sus pobladores, no tienen sentido de prioridades y valías. Escuchados mis razonamientos, muestra igualmente orgullo por su trabajo, por lo duro de la faena y el esfuerzo que hace por el único hijo que tiene. Si bien, comentó con admiración cómo el urbanismo en ebullición le ha quitado espacio al mar en esa zona, nunca vinculó las obras, viviendas, aseo o agua a la presencia del Estado o las realizaciones buenas o malas del gobierno. Este dato fija la atención de las debilidades de nivel de ciudadanía que particularmente se entronizó en Venezuela, hasta causar su involución de manos del proyecto político del socialismo del siglo XXI, y explica por qué se desvaneció la contraloría social que anteriormente existía pero que fue puesta en ley desde el chavismo para la aplicación de los consejos comunales, o del entramado legal de control por parte del poder popular, pero cuya acción crítica o disidente a los lineamientos del régimen son castigados. Determina porque ocurre la indiferencia de la población con planes que han terminado siendo “fantasmas” o pasto de la corrupción de la gestión gubernamental en los distintos niveles. Todo eso es la “normalización” de la destrucción, de la indolencia, ante avances que no tuvieron y quizás aún no tengan dolientes. Las sociedades en definitiva se arruinan y retroceden, si no hay conciencia del valor cívico de sus alcances. En eso pienso al mirar la pujanza de Villa El Salvador, en Lima, Perú, y le digo a los amigos de este país que hay que protegerlo de las amenazas del atraso, politiquería y de la mitología revolucionaria.

Administrar la política, hacer eficaz el cambio 

El estado Bolívar contempla uno más de los interminables episodios que confrontan la propaganda oficial. Al tiempo actual se conoce como la red de acueductos que contó con tanta publicidad en la era del general Rangel Gómez, que nunca se terminó y que, las viejas bombas de por lo menos 50 años, son colcha de remiendos que ceden a los parches improvisados en los distintos municipios. El caso hoy es la troncal 10; la carretera hacia la Gran Sabana que viene cayéndose desde hace años. En varias partes aparecen socavones y lagunas de lodo que evitan el tránsito. De igual manera, durante meses han rodado las denuncias y han sido anunciadas soluciones con ruidosas notas de prensa. Al final, remiendos, indiferencia gubernamental y más derrumbes.

Ahora, el país y Guayana son un compendio voluminoso de increíbles contradicciones. Por una parte, la casi paralizada economía que deriva en el hundimiento cotidiano de la subsistencia, más el congelamiento del epiléptico surtido de combustible que atajan al esfuerzo productivo y marcan la cámara lenta de cualquier iniciativa formal o doméstica de la población. A su vez, está en perfecta sincronización la “gallera” pública que señalando angustias, ideas o propuestas sobre la decadencia venezolana, nadie escucha o representa por el alto nivel de vocinglería. El régimen repitiendo un guión gastado de mal decires, atropellos, chismes e intrigas que una porción de las elites quiere comprar como elemento normal del juego democrático. Están quienes, desechando lecciones de este largo proceso, pretenden tareas voluntariosas para enfrentar el imperativo objetivo del cambio. Están las mayorías con el olfato afilado, por su propia experiencia de no aguantar más, pero que no tienen voz.

Hoy necesitamos emprender la constitución de la escuela cívica, el sembradío de propósitos sin tanta alharaca, que incentive a creer en las potencialidades de la gente; en la firmeza de tareas y propósitos para conformar la propuesta nacional. Más allá de los duros escenarios inmediatos -que irán en paralelo-, estamos obligados a dar los pasos de organizar el futuro; forjar embriones de los ciudadanos y dirigentes de una democracia que se rete en justicia y en permanencia.