Hace justamente un año escribí un artículo sobre el tablero que nos convenía en relación con algunos candidatos y líderes de la comunidad internacional e hice algunos comentarios sobre las contradicciones implícitas en un apoyo a la reelección del presidente Donald Trump. Transcurrido ese lapso, las dualidades siguen vigentes. Del grupo de venezolanos con derecho al voto en estas próximas elecciones en los EE UU, no han sido pocos encontronazos entre quienes apoyan a Trump y los que siguen a Biden.
En ese artículo me referí a cómo el apoyo a la causa venezolana había sido aprobada por ambos partidos en el congreso y que esta política está basada en contundentes argumentos de seguridad nacional, entre ellos, los que destacan la necesaria paz en el hemisferio.
Sin embargo, votar en ese país en las actuales circunstancias, no debe ser nada fácil. Por una parte, la presidencia de Trump marca un declive institucional que pone en peligro justamente la mayor fortaleza de ese país: su organización de estado democrático, con una cultura política que ha prevalecido desde su independencia en 1776. Valorar ese hecho es fundamental. Si algún venezolano ha aprendido la lección del descalabro de nuestra nación debe saber que las palabras cuentan y que las instituciones, con sus imperfecciones, es mejor tenerlas vivas que destruidas. Por esa razón, no es fácil repetir el error, hacerse el desentendido y no reconocer los peligros. Es comprensible que alguien decida no votar por Trump.
Por otro lado, los venezolanos conocen muy bien los mensajes de odio y resentimiento que trajeron el lastre de desmantelamiento y miseria que Venezuela ha padecido desde que se instauró esa mentalidad con el régimen de Chávez. Los electores del sur de la Florida están preparados para oler el humo del revanchismo, y eso lo reconocen en los seguidores de Biden. Los comecandela del partido demócrata no son pocos, y aunque nos parezca que Biden no obedece a esa mentalidad, puesto que los gobiernos de ese partido han tenido éxitos económicos, todavía hay miembros de ese partido que apuestan a más intervención del estado.
Algo curioso en todo esto es lo referente al tema de los impuestos en los EE UU. No se puede categorizar a todos los capitalistas y empresarios en el mismo saco, puesto que los emprendedores y pequeñas empresas no andan nadando en privilegios. Por ejemplo, entre ellos hay quienes, descontentos con las leyes impositivas y preocupados por el creciente odio hacia los ricos en su nación, han optado por el capitalismo nómada. En pocas palabras, como con todo lo demás, hay matices, no hay nada blanco y negro aquí. La valoración del empresario debe ser medida con otras reglas.
Ambos, republicanos y demócratas, tienen la papa caliente de un electorado descontento, con baja educación, desempleado y dispuesto a la revancha. Y no quiero decir con esto que la población no tenga razones legítimas para protestar: las tienen. Lo preocupante es la creciente radicalización de ese resentimiento. El país se maneja entre el darwinismo de unos y por el otro, los liberales con varios tipos de agenda, unas más discutibles que las otras.
Mucha fuerza espiritual es lo que se necesita para salir de este tipo de escollos, los que hay aquí y en otros países. Mientras tanto, la sombra de los autoritarismos se alimenta de nuestras vulnerabilidades.
Apostar a los Estados Unidos lúcido y en una pieza. Ese es el tablero que nos conviene.
Nota: En este último mes antes de las elecciones en loe EE UU, están saliendo noticias falsas o medias verdades, manipuladas con cualquier hilito y pellejito fuera de lugar. Típico.