En más de dos décadas el socialismo del siglo XX ha perpetrado una taxonomía derivada de su ejercicio del poder: escandalosamente centralizado, impúdicamente corrupto, profundamente desigual, esencialmente destructor. Al situarlo en el ámbito de la botánica para facilitar la clasificación, diremos que es un árbol torcido y tóxico, cuyos frutos además de no ser comestibles por venenosos, tampoco pueden ser sembrados en otros suelos por su letal ponzoña. Pero en esta tierra ha echado raíces con las más nefastas consecuencias para los venezolanos, convertidos en parias, en el sentido exacto que nos ofrece el diccionario “Persona excluida de las ventajas de que gozan los demás, e incluso de su trato, por ser considerada inferior”.
“Los demás” son los privilegiados, menos de un 5%. Los de la élite dominante, agavillada, armada y con el único objetivo de mantenerse en y con el poder, pase lo que pase. Sus ejecutorias -verdaderas ejecuciones en honor a la verdad- se han centrado en la más abusiva acumulación de poder, lo cual pasa por el control de nativos, autóctonos y habitantes, a quienes hasta se les ha eliminado su condición de ciudadanos. Su estrategia despótica -de vasallaje y dominación- ha hecho eclosionar una nueva taxonomía en esta colectividad humana, sobreviviente de una destructiva tormenta, llamada socialismo del siglo XX, como la bautizó Heinz Dietrich.
Del enchufismo se deriva una primera clasificación que agrupa a la podrida cúpula imperante. Están allí, con espíritu de manada, los zamuros que cuidan la carne: vale decir los aterrajados, enchufados, autoenchufados, boliburgueses, bolichicos, et al. Todos corruptos, pertenecientes a la primera, segunda y tercera, oleada de saqueadores, gerifaltes y expoliadores del erario nacional. Allí también se encuentra, ricamente instalado, el testaferraje, que se ha agenciado lo suyo al prestar su nombre para negocios de otros, lo que no le ha impedido desarrollar sus propias iniciativas para aumentar sus caudales y mal habidas fortunas.
De aquellos personeros, funcionarios y cortesanos algunos han caído en desgracia y se han visto obligados a poner pies en polvorosa. Son muchos y los catalogaremos como fugitivos. La mayoría con sus cuentas no muy saneadas, pero a buen resguardo en bancos, inversiones, propiedades y paraísos fiscales. Un ejemplo que nos ahorra muchas palabras lo tenemos en Rafael Ramírez Carreño. Capo de Pdvsa durante unos diez años, quien se enriqueció hasta la obscenidad mientras desmantelaba esta empresa petrolera. Como esta clase de sujetos no conocen límites, ahora pontifica desde su lujosa atalaya y ahora quiere ser presidente de Venezuela.
En su periferia estaban muchos profesionales que vendieron su alma al diablo “dojo dojito”, que al ver que no podían seguir chupando agarraron sus macundales y se marcharon. Con renuncias consignadas una vez fuera del país y olvidándose de prestaciones sociales huyeron, dejando tras de sí a una empresa y a un país en ruina. Como fugitivos llegaron a otros países, después de haber contribuido de -manera muy eficiente- a acabar con la mayor empresa petrolera nacional.
En esta nomenclatura el socialismo ha hecho sus aportes lexicales. Dentro de poco la Real Academia de la Lengua incorporará la palabra pran con su respectiva definición: como líder intracarcelario con poderes especiales, licencia para matar, privilegios, seguridad garantizada y con un sistema de luceros de su propiedad. Los pranes constituyen una categoría especial en el mundo del enchufismo socialista. Dígalo ahí, Iris Varela.
Uniformados enchufados hay muchos, en particular los del alto mando militar. Casta perpetradora de empresas en todas las áreas de la economía, desde importadoras y bancos, pasando por empresas mediáticas hasta empaquetadoras de alimentos traídos del extranjero con petrodólares, que reciben a diestra y siniestra. Hay otros uniformados que participan de un enchufismo residual, como las milicias, incorporadas a la FAN, pero utilizadas para llenar de miedo a Trump. Por ahora, están enchufados al erario público y son carne de las redes sociales para el chiste fácil y la burla permanente.
Agridulces
Este régimen -ignarocrático e iletrado- quiere colonizar a la UCV, convertirla en bolivariana, en otra Unefa, manejada por esos académicos que han destruido toda la educación venezolana, desde el preescolar hasta el postgrado. Para tan encomiable tarea cuentan con Aristóbulo Istúriz, Earle Herrera y el excelso Jesús Silva, quien quiere ser rector. ¡No podrán con la casa que siempre ha vencido las sombras!