viernes, 21 marzo 2025
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El voto en nuestra cita con la democracia

Los procesos electorales eran una fiesta cada 5 años. Siempre en diciembre tuvimos nuestra cita con la democracia. Sin traumas ni continuismos, pues las reelecciones inmediatas estaban proscritas.

El voto en Venezuela ha tenido un recorrido histórico que vale la pena recordar en esta difícil situación. Sólo hay que retrotraerse a lo qué significó para las mujeres y analfabetas, cuando el gran escritor Rómulo Gallegos ganó en diciembre de 1947, con el voto universal, directo y secreto de quienes elegían por primera vez a su presidente. Era aquella una Venezuela rural que sumaba unos 12 años sin la brutal represión de Juan Vicente Gómez. Fue esa una experiencia inédita, que definió un antes y un después para los venezolanos. Y aunque hubo un paréntesis electoral que se prolongó hasta 1958, ya las mayorías habían sentido la emoción de elegir, incluido el plebiscito del 15-12-1957, cuando otro tirano -Marcos Pérez Jiménez- quiso atornillarse en el poder apelando al “si” de los venezolanos. No está demás recordar que MPJ participó en las conspiraciones que derrocaron tanto a Isaías Medina Angarita como a Rómulo Gallegos.

Muchos de quienes eligieron a Gallegos fueron obligados a sufragar en el plebiscito de Pérez Jiménez -en el que se registraron sólo votos válidos, anulados y afirmativos- y también tuvieron la oportunidad de participar en las elecciones del 7 de diciembre de 1958, que retoma la normativa del sufragio universal, directo y secreto de 1946.

Desde 1958 y hasta 1998 se encuentran elementos comunes en nuestras elecciones: una masiva participación en una siempre apasionada contienda política, y sin el triunfo de un solo partido en la totalidad de las circunscripciones del territorio nacional. También hay que decir, que los procesos electorales de las décadas de los años 60 y 70 estuvieron marcados por la violencia de la lucha armada -terrorismo y foquismo guerrillero- que imponían la abstención a su militancia, simpatizantes y a todos los ideológicamente afines. Localizados en universidades, en la juventud, en la clase obrera de las empresas públicas y privadas, profesionales, intelectuales, artistas, escritores, sindicatos, barrios y hasta sectores de la alta sociedad.

La izquierda militaba en la abstención -el abstencionismo militante era cool- pues el zurdo argumentario ideológico establecía que las elecciones eran una estrategia del capitalismo y del imperialismo para dominar a la sociedad. Lo que tenía eco entre los jóvenes y otra numerosa parte de la población que despreciaba las elecciones, pues estaban convencidos que el poder se alcanzaba por las armas. Tal como lo hizo Fidel Castro en 1959, quien aún es guía de una buena parte del zurdaje más atrabiliario, recalcitrante y protervo que existe en este planeta.

A pesar del barbudo cubano y de su criminal revolución, los liderazgos democráticos, encontraron la manera de llegar a la ciudadanía y mostrar los beneficios del voto en la construcción de una sociedad, genuinamente, libre. Contra todo pronóstico, en Venezuela, elegimos presidente durante 40 años. Los procesos electorales eran una fiesta cada 5 años. Siempre en diciembre tuvimos nuestra cita con la democracia. Sin traumas ni continuismos, pues las reelecciones inmediatas estaban proscritas.

Venezuela -durante sus 40 años de gloriosa paz- fue un país fundamental para la democracia continental. También para Europa, en las garras de vetustos tiranos que murieron cómodamente en sus camas, arropados por adláteres, cortesanos y familiares, encargados de cumplir sus últimos deseos. Cuando aquello ocurría en el viejo continente, en Venezuela había elecciones libres y transparentes, bajo la conducción de hombres de sólida formación académica e intelectual, que gozaban del respeto de tirios y troyanos. Ciudadanos que tenían claridad meridiana en torno a la responsabilidad y el compromiso contraído -no con el poderoso de turno ni con un partido- sino con cada venezolano, con su voto y con la sociedad en general.

No eran funcionarios del régimen sino figuras respetadas, que podían hacer gala de su imparcialidad, porque estaban comprometidas con la verdad. No puedo imaginar a ningún presidente o candidato dándole órdenes, por ejemplo, a Manuel Rafael Rivero. Pero en 25 años el poder electoral perdió respetabilidad, credibilidad y también su autonomía funcional y administrativa, con lo cual la institución del voto, igualmente, se devaluó.

Han dejado algunas ruinas en pie del sistema electoral, porque es la hoja de parra que le permite al régimen simular que en Venezuela hay democracia, porque se realizan elecciones. Pero todo venezolano sabe que no puede confiar en un CNE, que ni siquiera cuida las apariencias para perpetrar los más reprochables delitos electorales. Los mismos que se diseñan en sus salas situacionales, donde participa la cúpula cívico-militar que tiene como único propósito seguir aterrajada al poder, cueste lo que cueste.

Agridulces

Zapatero es un tipejo innoble y abyecto. Un comunista sin sensibilidad a quien le resbala la tragedia que sufre más del 90% de la población venezolana. Sus negocios son más importantes que el dolor de un pueblo hambreado, al que se reprime y se le han conculcado sus derechos más elementales.

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