Una verdad apodíctica e incontrovertible se buriló en nuestro ADN durante mucho tiempo. Estaba en la boca de la gente, en el imaginario y hasta en el inconsciente colectivo. Había consenso entre nacionales y extranjeros, avecindados en este territorio, en torno a la convicción de que los venezolanos eran, irremediablemente, flojos. Tanto que no había nada que hacer frente a esa irreversible condición. Pues era parte de la cultura, del gentilicio, de la idiosincrasia, de la personalidad, del carácter y de nuestro modo de ser. No había argumento en contra, y en las discusiones los defensores siempre salían con las tablas en la cabeza.
Sí bien esto era aplicable a toda la población, los hombres salían peor parados, porque las mujeres que se incorporaban al mercado laboral y las que tenían un trabajo se esmeraban, eran serias, cumplían sus horarios y siempre estaba dispuestas a dar lo mejor de sí. No hay que olvidar que las mujeres siguen siendo padre y madre, y las familias como dicen los antropólogos son, esencialmente, matricentradas. Lo que se ha acentuado en las últimas décadas, hasta convertirse en verdaderos matriarcados.
Sobre el tema se escribieron libros, se investigó, se hicieron canciones, se alimentó el refranero con un afán, muchas veces desmedido, de descalificar a los nacidos en esta tierra. Hasta un verbo se popularizó para simbolizar la flojera de los venezolanos. “Enchinchorrarse” fue un vocablo de mucha utilidad cuando se trataba de expresar lo perezoso e indolente de los compatriotas. Sí se le añadía empantuflado se daba la exacta medida de la condición.
“Chinchorro colgado, haragán acostado” fue un refrán muy repetido, que a fuerza de escucharlo quedó grabado en mi memoria, y que refleja como el holgazán tiene su lugar preferido en la hamaca. Me temo que esa fue una imagen que se impuso e hizo que empresarios -nacionales y extranjeros- despreciaran y hasta desecharan potenciales trabajadores nativos. De suyo, grandes industrias venezolanas, tanto públicas como privadas, buscaron mano de obra en otros países, para garantizar el éxito de aquellos grandes proyectos.
Era difícil digerir esa “verdad”, en especial cuando tu padre, obrero nacido en esta tierra, cumplía religiosamente con aquellos horarios de 7:00 a 3:00, de 3:00 a 11:00 y de 11:00 a 7:00, en empresas que no paraban en ningún momento del día y de la noche. Más adelante pude ver cómo Caracas era un hervidero de gente a las 5:00 de la mañana. La mayoría iba a trabajar, otros tenían clases en universidades y liceos, y muchas madres llevaban a sus hijos a los colegios. Utilizaban transporte público y demostraban que la flojera no era una opción.
Lo cierto es que no es fácil dejar de creer en este tipo de cosas que están en el ambiente. Las incorporamos a nuestro sistema de certezas, por lo que muchas veces son irrebatibles. Pero la vida pasa, ocurren situaciones terribles, difíciles de imaginar, porque no aparecen ni siquiera en nuestras peores pesadillas. Verbigracia lo que nos pasó en Venezuela. Donde pasamos de la más imperfecta e inconclusa de las democracias a la más perfecta y acabada de las dictaduras. Sólo superada por la de Corea del Norte, la cubana o la china.
Esta tiranía ya suma 24 años, tutelada y asesorada por el castrocomunismo. Que impuso todo el bagaje acumulado de su emponzoñada experiencia, y que la cúpula criolla ha seguido al pie de la letra para consolidar aquella forma de destrucción de ideología socialcomunista. El desmantelamiento tiene a la exclusión como tarea primordial, por lo cual los nacionales huyen. En los años iniciales se van pocos, pero después la gente escapa por millones, expulsada por el hambre y todas las demás privaciones.
Cualquier otro país no comunista es punto de llegada para quien huye de carencias, despojos y expoliaciones. Allí donde llega un venezolano de bien, es menester una rápida inserción en el mercado laboral o desarrollar un proyecto productivo, que le permita sentirse útil en el lugar de acogida. En ambos desafíos la entrega es total en esfuerzo y dedicación, lo que marca la diferencia y hace que los habitantes de aquellas ciudades, constaten -día a día- lo trabajador que es el venezolano. Se involucra, se compromete con su labor y demuestra cuan equivocados estaban quienes, alegre e injustamente, lo calificaron como flojo en su propia patria.
Agridulces
Kim Jong-un llegó a Rusia en un tren blindado del tamaño de su paranoia. Se reunió con Putin, hoy aislado y asediado, por quienes se oponen a la cruenta guerra con Ucrania. A este dúo los une su lucha contra el imperialismo. ¡Qué ironía!