jueves, 28 marzo 2024
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El sentido de la existencia tras un malentendido

Cada personaje es el espejo de un sentimiento intrincado y profundo. Camus relata la desolación, el cansancio, la búsqueda inagotable que hacemos en la vida por encontrar un lugar en el mundo.

El mundo en su expresión más cruda, melancólica y displicente. Invisible porque a nadie le importa, hasta a Dios ha dejado de importarle y no escucha súplicas. Nadie controla el porvenir de la humanidad y las plegarias son movidas por una fe que adolece de sentido en una dimensión que ha perdido la razón. Eso es El malentendido, una obra de teatro escrita por Albert Camus en 1944. Un novelista, dramaturgo, periodista y filósofo argelino que vivió las dos guerras mundiales, perdió a su padre en la primera y, debido a su pérdida, tuvo la oportunidad de estudiar a través de una beca.

La mayoría de los autores busca dejar alguna lección con lo que escribe. Alguna epifanía que tuvo mientras creaba la historia o un vestigio de esperanza para que los lectores puedan sentirse complacidos e ilusionados de haber leído algo que expone un mundo mejor. El malentendido no alcanza ninguna de estos adagios. “Sin sentido se vive mejor” es una frase célebre de Camus. Y, a primera vista, parece que su texto fuera una apología de su teoría del absurdo; no obstante, es todo lo contrario. En el contexto de la Segunda Guerra Mundial, momento en que fue escrita la obra, cobraba sentido bajo la pluma de alguien que escribía viendo la desgracia transcurrir frente a sus ojos. Se deleitaba en una soberbia crudeza. En una Europa despedazada moral y económicamente donde los malentendidos imperaron hasta la tragedia.

El absurdo cobra sentido en ocasiones porque así es la cotidianidad: absurda. Sin razón y peleando batallas que no son las nuestras. Solo con algunas luces en el camino como aquellos mentores del autor a quien dedicó su discurso del Premio Nobel que ganó en 1957.

A través de tres actos y cinco personajes se desarrolla una historia, un malentendido. El relato tuvo una referencia en uno de los libros anteriores de Camus, El extranjero. Es predecible lo que va a ocurrir luego de las primeras escenas: la historia es simple. Pero cada personaje es el espejo de un sentimiento más intrincado y profundo. Camus relata la desolación, el cansancio, la búsqueda inagotable que hacemos en la vida por encontrar un lugar en el mundo. Todo eso lo refleja en Marta, quien se desenvolverá con egoísmo y ensañamiento hasta lograr su objetivo. Los hombres han perdido su bondad y el saber ético que la desgracia les ha arrebatado.

El malentendido cuenta la historia de Marta y su madre. Marta ansía que su vida comience, ponerse en marcha para salir de las sombras del lugar donde vive y lleva una posada con su madre. Anhela conocer el mar, el mundo; pero sobre todo, mantener vivo el espíritu que parece que su madre ha dejado morir. Roban y acaban con los viajeros que las visitan. Su hermano, Jan, desapareció hace veinte años, creó fortuna y regresó con la intención de compartirla con la familia que ya había perdido. Es así como se reúnen la felicidad y la desolación en un mismo punto del relato que escudriña en el cansancio, la ambición y la ingenuidad de los personajes.

La historia no es lo relevante y no es la protagonista: es el desarrollo psicológico de los personajes. Cada uno exacerbado: la desidia, el egoísmo, la inocencia y la felicidad convergen en un mismo punto.

Con la madre de los protagonistas se deja fluir la desidia ante la desgracia. El darse por vencido y rendirse ante lo que es y no puede cambiarse. El aburrimiento y la melancolía de una realidad que ya ha avanzado demasiado para remediarse. La felicidad como contraparte. Las ilusiones y los sueños que serán aniquilados por la maldad y los intereses.

Para rematar: un Dios que no escucha. Un cielo que no ve nada. La justicia en manos de los hombres sin ninguna supervisión divina. Y un malentendido que termina por dar rienda suelta a la tragedia, que es el clímax de la historia.

Ante los problemas siempre habrá quienes se rindan. Luego de esta historia se puede vislumbrar que la peor muerte no es la física; sino la espiritual. La muerte de los deseos y las ambiciones. Morimos como individuos pensantes y no somos más que un bulto que va transitando por la vida. Sin sentido, como el autor solía mencionar.

Pero, ¿es válido pedirle a alguien que no se rinda? Es un cuestionamiento interesante, cuando afuera parece haber pura maldad y la bondad es aniquilada a su paso. En este momento, ante lo que vivimos, parece que no hay buenas intenciones. O quizás unas pocas, que se diluyen en las decisiones egoístas. Un grupo le sigue pidiendo a Dios, sigue teniendo fe, aunque a veces parece que este no escuche.

Ninguno de los estados permite avanzar: ni en la historia ni en la vida. Exigir al cielo una solución, destruir todo a nuestro paso o dejarnos morir. Todo envuelve el absurdo.

Pese a que la obra no sea de alta complejidad, definir un estado mental sí lo es. Recrear esa analogía entre los personajes y las personas. ¿Cómo asumimos la desgracia? ¿Cómo asumimos la felicidad? Camus no solo describe los estados mentales, sino cómo podemos influir en el de los otros.

Pese a su intención de defender lo absurdo, el autor termina plasmando que somos responsables de nuestro propio ser, que construimos con las decisiones diarias. Finalmente, nosotros nos llevamos al malentendido.

Traer este texto que se inspiró en una crisis del siglo XX a colación, puede servir para comprender las crisis de nuestro tiempo. Lastimosamente, las actitudes de los hombres no se han transfigurado demasiado, así que podemos seguir teniendo a los personajes de Camus como referencia de la esencia humana.

El aura de silencio e incomunicación en la que nos envuelve la historia, termina llevando al punto de quiebre la situación. Los personajes están tan frustrados que dejan de comunicarse, y aunque tenían posibilidades de salvarse, no se comprendían.

De esta manera, diariamente podemos salvar a otros desde la comunicación y el entendimiento. Desde las perspectivas de la libertad individual. Al alma no la mantienen viva las riquezas; la llena el entendimiento y el propósito. No es preciso entender la vida, pero nadie puede salvarse de las convulsiones, sino es comprendiendo las situaciones que lo rodean. Comunicando. Somos seres individuales irreparablemente condenados a la vida en sociedad y a internalizar las pasiones de los otros para evitar malentendidos.