El resentimiento es una nube negra que no se ha movido de este territorio en los últimos 25 años. Todo venezolano sabe que detrás de cada acción de la élite dominante está el peor de los pecados, más dañino que la ira y la soberbia, tal como los estudiosos han definido al resentimiento. Gregorio Marañón hizo un aporte valioso y bien fundamentado para permitirnos entender esta anomalía de la psiquis humana. Su atención la puso en un emperador romano, contemporáneo de Jesucristo. Se trata de Tiberio, sobre quien escribió un libro en 1942. Para el autor español Tiberio representa el arquetipo del resentido, “una persona sin generosidad y mediocre condición humana”.
El resentido -amplía Marañón- es peligrosamente susceptible. En cualquier menudo detalle atisba una agresión. “Todo escala hasta alcanzar el valor de una ofensa o la categoría de una injusticia. Es más, el resentido llega a experimentar la viciosa necesidad de estos motivos que alimentan su pasión, una suerte de sed masoquista le hace buscarlos o inventarlos”. La cosa se hace más complicada, porque ni siquiera el triunfo lo alivia. Al triunfar, el resentido, lejos de mejorar o curarse, empeora, “porque el triunfo es para él como una consagración solemne de que estaba justificado su resentimiento”.
Tiberio Claudio Nerón fue un administrador eficaz, un emperador exitoso y un gran general, virtudes que no le impidieron ser una persona amargada y cruel. Este emperador romano sintetiza en su compleja personalidad una suerte de bipolaridad. Sus éxitos y logros no fueron suficientes para sentirse un triunfador, y superar las inevitables dificultades que todo ser humano debe enfrentar mientras respire.
Su caso destaca por su preeminencia, pero los seres humanos albergamos cuotas de resentimiento, que pueden dañar nuestra vida y la de otras personas. Algo que llega a ser una verdadera hecatombe cuando el resentimiento invade -en su totalidad- el alma de los poderosos. En quienes no sobrevive ninguna otra virtud que pueda equilibrar o morigerar la ira, la paranoia y el afán de venganza que acompaña -indefectiblemente- al resentido.
Para el resentido el otro es el enemigo, a quien es menester abatir, vencer. Aunque también se dan por bien pagados cuando humillan, pisotean, oprimen y ofenden. Paradójicamente aquel rinde culto al victimismo, que se fomenta con inusitado ahincó en los predios del zurdaje, en cualquier tiempo o lugar. Todo izquierdópata se siente víctima, lo que alimenta su resentimiento, y justifica sus más crueles y atroces acciones.
Luis Ventoso, columnista de El Debate en España, ve en el cineasta manchego, Pedro Almodóvar, el modelo perfecto del resentido en estos tiempos que corren. Su arquetipo, como otrora lo fue el emperador Tiberio. Ventoso es contundente al revelar que este artista puede ganar el Nobel, 7 Oscar, 20 Goyas y hasta la lotería de una tacada “y seguiría destilando amargura y rencor, amén de ofrecer una versión negra e injusta de su país”. Tal como lo hizo el pasado sábado en la Mostra de Venecia, cuando le entregaron el más codiciado galardón, el León de Oro, por su película La habitación de al lado. Con la que hace apología a la eutanasia, protagonizada por dos grandes artistas como Tilda Swinton y Julianne Moore, y rodada en inglés para que los envidiosos se mueran de rabia.
Ventoso reconoce la trayectoria de Almodóvar al confirmar que ha sido celebrado en España y venerado por la progresía planetaria. “Un milagro si pensamos en las cartas que recibió en la lotería de la cuna. Pero está cegado por un dogmatismo político prejuicioso, ajeno a hechos y razones”. Argumenta Ventoso que en él se cumple lo que describió el pensador británico Paul Collier, que: “la identidad de izquierda se ha convertido en una manera perezosa de sentirse moralmente superior”.
Almodóvar, encerrado en una torre de marfil de resentimiento, como observa Ventoso, sólo tiene sus palabras para golpear a quienes cree que le adversan. Allá en España, incluso con el apoyo incondicional de su tocayo en la presidencia, no puede hacer demasiado daño, pues aquel es un país primermundista y civilizado, con libertad y democracia. Digo esto con mucho dolor, porque aquí en Venezuela estamos realmente jodidos, por el resentimiento que destila odio duro y puro desde las entrañas del poder, materializado en una venganza sin límites. Hasta con lo más nimio e insignificante puedes rozar la sensibilísima piel de algodón de la cúpula, y convertirte en objetivo del régimen, que hostiga, persigue y encarcela a ancianos y menores de edad.
Agridulces
Ibsen Martínez, uno de mis columnistas preferidos, gran escritor, hombre de teatro y televisión, con una agudeza simpar para un humor muy personal, falleció en Caracas. Asumió, recientemente, que maltrató a algunas de sus parejas, lo que se convirtió en lo más notorio en la última etapa de su vida.