sábado, 15 febrero 2025
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El pueblo como víctima de la mentira

Ese pueblo envenenado por la mentira también está en nuestro continente. Primero en Cuba desde hace más de 65 años. Esto es casi siete décadas de una zurda revolución, levantada sobre la coba y el embuste de una tiranía que impone bulos a sus pobladores hambrientos.

La palabra pueblo es de raíz latina con cinco acepciones en el DRAE. La primera tiene que ver con el espacio, al significar ciudad o villa, pero la segunda se refiere a “población de menor categoría”. En tanto que la tercera habla de conjunto de personas de un lugar, región o país. La cuarta acepción define pueblo como gente común y humilde de una población y la quinta como país con gobierno independiente. Tiene una interesante sinonimia que se despliega en el campo semántico de la espacialidad, a saber: lugar, villorrio, poblado, aldea, lugarejo, y otro que connota ascendencia, linaje o pertenencia, como: raza, casta, ralea, tribu, clan, familia, alcavera e incluso horda.  

Hago este rápido repaso por el significado de la palabra pueblo para confirmar su complejidad y ambigüedad léxico-semántica. El manoseo ha desgastado el término, hasta convertirlo en un vocablo que sólo le es funcional a la cúpula, para manipular emociones básicas de las mayorías, suficientemente hambreadas para naricearlas como si se tratara de manadas y/o rebaños.

No tiene nada de original esta manera de instrumentalizar tanto la palabra como al pueblo mismo para asaltar el poder. Es una práctica que tiene su historia, siempre sustentada en la violencia y en la mentira: desde Lenin hasta el más primitivo de los comunistas en este siglo XXI, en la apoteosis de las tecnologías, la sociedad del conocimiento y la plenitud de la globalización.

Quien no ha escuchado “con el pueblo todo sin el pueblo nada”, que se origina, seguramente, en lo expuesto por J.J. Rousseau, quien consideraba que el pueblo es sujeto de la soberanía. Los jacobinos gritaban “todo para el pueblo y por el pueblo”. Incluso A. Lincoln en el discurso de Gettysburg (1863) para definir el sistema democrático se refirió “al gobierno del pueblo, por el pueblo y con el pueblo”.

Lo cierto es que el pueblo está presente en la narrativa, el relato, el discurso, alocución, soflama y cualquier arenga de líderes honestos y creíbles, pero se le escucha más cuando vociferan los charlatanes, gárrulos, vocingleros -todos demagogos- farsantes, histriones, embusteros y mentirosos en el más amplio sentido de la palabra.

La mentira es un arma usada contra el pueblo, cuyos impactos son amortiguados por la carga de adrenalina desatada por el fanatismo de la feligresía. Ya convertida en víctima y entregada en cuerpo y alma al verdugo que la domina y enloquece. En los sistemas comunistas aquello se exacerba, y el uso de la mentira se ha perfeccionado desde Lenin. Quien no dudó en utilizar el enorme talento de un alemán llamado Wilhem Munzenberg, creador del imperio de la mentira en torno al comunismo. Basado en: la denigración del adversario, la justificación de su exterminio e incluso la justificación del error al hacerlo.

Convenció Munzenberg a los intelectuales más prestigiosos del siglo XX para lograr que el régimen genocida soviético recibiera la aquiescencia e incondicionalidad de figuras como: Máximo Gorki, André Malraux, Grosz, Piscator, Gide, Dos Pasos, Hemingway, Dashiell Hammet, Lilian Hellman, Dorothy Parker, Bertolt Brecht y muchísimos más, tanto dentro como fuera de la URSS.

Ese pueblo envenenado por la mentira también está en nuestro continente. Primero en Cuba desde hace más de 65 años. Esto es casi siete décadas de una zurda revolución, levantada sobre la coba y el embuste de una tiranía que impone bulos a sus pobladores hambrientos. Un pueblo en la miseria más absoluta, mientras intelectuales del mundo-mundial apoyaron y apoyan irrestrictamente a un tirano de la peor calaña. Entre los que estuvieron Ernest Hemingway, García Márquez, Pablo Neruda, Yuri Gagarin, et al. También recibió con beneplácito a artistas de variadas nacionalidades como Spielberg, Kevin Costner, Antonio Gades o Maureen O’Hara. Sin duda, Castro fue un seductor, a cuyos pies cayeron embelesados hombres y mujeres en cualquier idioma. Entre los últimos que le tendieron una alfombra roja a este oprobioso personaje están los Obama, artistas y políticos del partido demócrata.

Queda claro que a los admiradores -deslumbrados, extasiados y fascinados con y por los sátrapas comunistas- les importa un carajo el pueblo. Ese que sufre en carne viva la miseria, el dolor y el miedo que imponen estos genocidas y liberticidas. No queda ninguna duda que aquellos avalan el uso de la mentira y de la crueldad contra el pueblo sometido y escarnecido.

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