En política juegan las realidades. Algunos de sus actores las manejan sujetos a la moral, mientras otros las administran a puñetazos. Al término, lo que se mineraliza en la opinión pública son las impresiones, muchas ajenas a aquellas. Los entuertos o equívocos, en el supuesto último, los corrige la historia, siempre tarde para los afectados y sin beneficio para las generaciones futuras, ávidas de repetir errores en cabeza propia.
Trato de apreciar lo ocurrido en Venezuela desde el último 30 de abril con prudencia, combinando datos e impresiones. Hay hechos o razones que desconozco, o se manejan en la trastienda.
Se afirma el fracaso de la gesta del presidente encargado Juan Guaidó del pasado 30-A, pues no logra un apoyo masivo del estamento militar a su causa constitucional, a la sazón urgencia, no satisfecha aún, dada la agonía terminal del pueblo de Venezuela.
Se ajusta, además, lo que es concreto y visual. Leopoldo López alcanza una libertad precaria. Cambia de cárcel domiciliaria -de su residencia pasa a una embajada- y la justicia dictatorial le revoca tal beneficio. Y queda en manos de un gobierno esquizofrénico como el de España, que desconoce a Guaidó, luego le reconoce, y ayer dice querer tener buenas relaciones con Maduro.
Como nos lo pide Ortega y Gasset, tratemos de mirar el bosque más allá de los árboles patentes. Dejemos al margen las anécdotas o las miserias humanas y políticas.
El 30-A me recuerda al 4-F de 1992
Este día, palmariamente, Hugo Chávez y sus compañeros alzados en armas no logran sus objetivos. No alcanzan a derrocar al presidente democrático Carlos Andrés Pérez y se acusa de cobarde al primero. No obstante, fijan un parteaguas y permanece en la memoria colectiva el “por ahora”. Los efectos ominosos de la insurrección, pasados casi treinta años, están allí y a todos nos tiene como víctimas. Lo relevante es que el soldado vituperado en la circunstancia luego ocupa el Palacio de Miraflores y le acompañan -ello se olvida- la mayoría determinante del pueblo venezolano y sus élites, que no dejan de arrepentirse. Todavía miran a los lados, buscan culpables para no mirarse a sí mismos.
La aparición de Guaidó a través de las redes, en compañía de un Leopoldo a quien se le nota muy tenso, con ojos desbordados -no es para menos- y junto a un grupo de oficiales y soldados de la Fuerza Armada, marca, como lo creo, un antes y un después en el decurso del esfuerzo emprendido para la transición de Venezuela hacia la democracia. Guaidó le asesta un golpe noble al usurpador y a su régimen, en la espina dorsal.
Sea por obra del azar y por encima de las diferencias conocidas, los jefes de la oposición que son gobierno interino -eso también lo olvidan- marchan sobre una ruta compartida, que consta en el Estatuto para la Transición. No hay dibujo libre en el gobierno parlamentario que ejercen en el país desde el 10 de enero pasado, por imperativo de la Constitución.
Las normas de aquel son la síntesis de estiras y encoges habidos entre 2016 y 2018 dentro de la Asamblea Nacional, en su esfuerzo para ponerle fin a la dictadura y sus crímenes de lesa humanidad. Las mismas proveen las respuestas a lo que acontece y barajan todas las opciones, incluida la Responsabilidad de Proteger, el R2P, que se hace inexorable y es incómoda para las izquierdas europeas y la doméstica.
Las fases para el restablecimiento de la libertad en Venezuela: el conocido juego de “piedra, papel y tijeras”: el cese de la usurpación, el gobierno de transición, y las elecciones libres, avanza a todas luces. Tiene etapas diferentes pero interdependientes y progresivas, sujetas a los elementos tácticos que imponen las realidades. Expresan un ejercicio muy complejo de alta política, que aspira a un milagro, a derrotar a la narcopolítica y a un Estado criminal desde la racionalidad constitucional y política.
Sea lo que fuere, sólo pierde algo el que algo tiene.
Hasta el 30-A Guaidó acopia y sostiene en tres meses una legitimidad constitucional reconocida por el Occidente, un apoyo popular a su causa, y el control de parte del oxígeno financiero que nutre al usurpador de Maduro.
Éste y su causante, a la vez, que durante 20 años secuestran con sus cómplices cubanos al país y a la Fuerza Armada, en tres meses quedan al desnudo. Se tambalean. Al régimen usurpador lo sostienen sus colectivos.
El mundo militar, desde el 30-A, se ha neutralizado. Delibera consigo mismo, puertas adentro. No escucha al Palacio de Miraflores, como hasta el 30-A. Tampoco lo hace con el Palacio Federal Legislativo.
Lo real es que el proceso avanza y el presidente encargado lo ha empujado hasta el punto de quiebre.
La organización piramidal de los cuarteles es cosa del pasado. Está parcelada y fracturada su articulación, lo que impide moverla de conjunto y como bloque, de un lado hacia otro. A sus miembros los controla la inteligencia cubana. Son centenares las víctimas militares en las mazmorras y torturadas, junto a sus familiares.
En conclusión, lo que sí debe ponderarse es (1) que las transiciones y la gobernabilidad, para bien y para mal, siempre han exigido en Venezuela de transacciones con el mundo militar; y (2) que Venezuela de conjunto ha sido secuestrada por una colusión narco-criminal que hace aguas y sólo sabe de muertes y de violencia. Sola, sin respaldo extranjero, no puede alcanzar la libertad.