“Municipios del sur del estado Bolívar, El Callao, Roscio, Sifontes y Gran Sabana, cumplen un mes sin abastecimiento de combustible. La Cámara de Comercio e Industrias de El Callao denunció que la ausencia prolongada del servicio básico provocó la paralización del sector comercio y servicios. El transporte es fundamental para el desarrollo socioeconómico de las comunidades al sur de Bolívar, pues los comerciantes y trabajadores de la minería dependen del desplazamiento en vehículos motorizados para ejercer su actividad económica. El gremio denuncia que el Estado prioriza el abastecimiento a las alianzas mineras en detrimento del sector comercio, servicios e industrias”. La nota corresponde a la licenciada Laura Clisánchez, publicada el 4 de abril en portal de Correo del Caroní.
La información muestra la precariedad en estos pueblos, que no es nada nuevo y que al menos desde el año 2017 viene acentuándose en todos los municipios del estado Bolívar. Hacia Sucre y Cedeño, en el oeste regional, las aventuras y desventuras con el surtido de gasolina han tenido capítulos signados por el drama y la desesperación de los habitantes.
La caída sustancial de la calidad de vida es evidente en la troncal 19, antes llena de ofertas de productos, comida y establecimientos aledaños a fundos ganaderos: todo desaparecido.
En los pueblos medianos, más allá de las capitales de esas jurisdicciones, la existencia es un mar de calamidades que, pese a que existían en otras décadas, podían compensarse con trabajo esforzado que permitía satisfacciones y la decencia; ahora difícilmente es así. Pero al intentar escudriñar el territorio guayanés con los incontables caseríos que pueblan la ruta hacia la Gran Sabana -en este caso-, la pregunta es: cómo pueden llegar a sobrevivir con una involución que tiene características de principios del siglo XX.
Es el abandono hecho días, meses y años, sin conocer de porvenir en asentamientos que son parte de la historia regional, que constituyeron hatos célebres, núcleos de paso en las viejas rutas y que fueron claves en la comunicación de toda la extensión de Guayana.
Pueblos de Roscio como Cabeza Mala, El Miamo, El Cintillo, esos que todavía hoy persisten y que solo se hacen relevantes en los procesos electorales, o los que son parte del cordón minero bordeando el margen derecho del río Yuruari, como La Tigra, Los Indios, Cicapra, Florinda, Pillao, Marutos, al igual que fincas y hatos grandes, cuyos desarrollos se extinguieron o quedaron “congelados”, atrapados por la dinámica impuesta por el modelo revolucionario con ausencia de autoridades, vacío del Estado, inexistencia de obras e inversiones, todo propio de la gestión pública causante de la crisis nacional que desaparece todo a su paso.
Con el estado Bolívar paralizado por falta de combustible por años, ante la indiferencia de la revolución bolivariana, sus escándalos de corrupción e indolencia, ¿Qué aplicación tienen los derechos de los guayaneses en las ciudades y en estos distantes linderos?
Carreteras, caseríos, trochas y el sol del Esequibo
Ahora los cuatro costados de la región están en el esterero y en la paulatina destrucción. Son las nuevas Casas Muertas de Otero Silva, el Pueblo Blanco al que le cantaba Serrat y los Pueblos Tristes, otra canción de un dueto venezolano. Solo se ve olvido y extensos espacios geográficos tomados por las bandas antisociales o las guerrillas foráneas.
Desde San Lorenzo, en la carretera de Upata a El Manteco, Santa Rosa (antiguo referente de siembra de tabacos, me apunta Domingo Fernández de Recorriendo caminos), en dirección del río Supamo, los ramales quedaron en trochas o vialidades de arenas con algunos caseríos que enlazan con la Sierra Imataca, donde los grupos delincuenciales imponen la ley, y que abarcan desde predios de El Palmar, con sentido a Tumeremo y hacia el oeste con La Paragua, llegan hasta Canaima en parajes únicos que ahora dominan a placer los negocios con la gasolina y los enseres que utiliza la minería rustica avalada por el gobierno.
En esas lejanías, en las que la mayoría de los jóvenes del estado Bolívar no tienen noción de la presencia de otros guayaneses (describimos parte de las coordenadas del sur; es decir ahora es que falta trecho), destaca la vialidad casi desaparecida que conduce desde la alcabala de Casa Blanca a San Martín de Turumban; predios directos con la línea en reclamación venezolana del territorio esequibo.
Son 24 años de una revolución que se hizo por “la dignidad del país”, según la proclama chavista y que si no fuese por el reciente dictamen de la Corte Internacional de Justicia, desfavorable a los intereses del país, el régimen no se hubiese dignado a declarar su intención de repartir mapitas en las escuelas, empezando por los estados centrales. Reclamo territorial ignorado y cuya mejor muestra son los famélicos pueblos indígenas de San José de Anacoco y San Martín de nuestra absoluta competencia. Lo evidente es que si mienten o son incapaces, ¿Qué pueden esperar los pueblos “perdidos” que sobreviven sin ninguna esperanza?
Si son indolentes con la carretera a la Gran Sabana, llena de fango y derrumbes, a la vista del usuario local, nacional e internacional; la conclusión es simple: el petróleo, el oro, el combustible y cuanto sea de valor se lo han llevado los nuevos piratas de la Sabana guayanesa, que ostentan los bienes que ahora dicen ser de la revolución y de sus bolsillos.