La columnista Anne Applebaum del diario The Atlantic ha venido siguiendo la realidad política de Venezuela desde hace varios años. Applebaum no sólo es una intelectual de alto calibre, ella hila los escenarios desde lo local hasta lo amplio y no pierde la pista de ninguno. Puede comprender una cultura extraña a ella porque es estudiosa, buena oyente y por su actitud respetuosa y sin complejos. En su entrega del 22 de diciembre, ella escribió sobre su entrevista a María Corina Machado y puso en perspectiva un punto crucial y que intento discutir aquí, sobre nuestro lugar en el mundo.
Iniciaba ella su discusión diciendo que el panorama de las democracias liberales era desolador y que una “marea pesimista” se había posado entre los Estados Unidos y Europa, pero que había otra historia, la de Venezuela. Escribe Applebaum: “Machado, en cambio, vive en un país brutalizado. Gracias al mal gobierno del régimen, Venezuela, que en su día fue el país más rico de Sudamérica, es ahora el más pobre ( ) Y, sin embargo, Machado es optimista. No sólo ‘optimista dadas las circunstancias’, sino verdaderamente optimista”.
La explicación de Machado es que la campaña y sus consecuencias alteraron a Venezuela para siempre, lo que ella ha denominado el “cambio antropológico”. Yo agregaría que los traumas y sinsabores estaban en la gente y que el mensaje de campaña dirigió ese dolor hacia otra actitud, otra manera de verse. Si se entiende que un cambio de esas dimensiones requiere de situaciones dramáticas que sacuden al ser humano desde su biología, su concepto de sí mismo, su cultura y sus relaciones sociales, el cambio definitivamente ocurrió. El abandono y la impotencia, la fortaleza para llevar nuestro pacifismo a cuestas a pesar del desmadre, esta herida es real y ni siquiera es fácil expresarla aquí. El optimismo proviene de la roca madre, del anthropos. El heroísmo consiste en construir la gesta. Botar los fantasmas, lo dañino, lo que realmente no necesitamos ni nos sirve. Labrar otra nación a partir de nosotros mismos, de esa roca parte el optimismo.
Volviendo al notorio contraste comentado por Applebaum sobre Venezuela y los centros de poder mundial, una agudeza como esa no ha hallado eco en la prensa. El silencio no es peor gracias al trabajo de una diáspora venezolana que no se detiene por nada. Por otro lado, el desconocimiento o indiferencia de algunos gobernantes a nuestra lucha puede ser una inconfesable mezquindad o prejuicio. Y sobre aquellos de mayor estatura ética, ¿dónde están los intelectuales de renombre de los países poderosos?
Una cosa es segura, si algo mínimamente similar a nuestra gesta actual ocurriese en un país de prestigio democrático y republicano con pasados heroicos, otro gallo cantaría. Por mucho menos que lo logrado por Edmundo, María Corina y los testigos de mesa, en un futuro podrían estos países crear altisonantes narrativas sobre sus luchadores. Por nada en comparación con nuestra épica hazaña, querrían ponernos a bailar al son de sus melodías. Entonces sabremos de sus caras y máscaras. Pero no caeremos en bambalinas. Estamos componiendo y contando nuestras historias, porque la memoria la tenemos.
El prestigio democrático, el ἀρετή o arete griego, son puntos de honor y orgullo de las democracias liberales. ¿Acaso les incomoda que en un país casi invisible y caribeño estén inspirados y ellos no? Aquí diciendo.
Se puso de moda en algunos países el volver a sus tiempos dorados. Les parece que un país grande es aquel que tiene dinero, poder y un grupo étnico o político al mando. No hablan de siglos de oro en las ciencias, la filosofía, el arte y la literatura, ni del espíritu de nación que los unió a amar, trabajar, educarse y comulgar con sus leyes. No saben dónde están parados. Las naciones son grandes cuando una comunidad o ciudad gira alrededor de sí misma para sortear los obstáculos. ¿A alguien le suena esto familiar? Cuando este milagro ocurre, la gente desarrolla herramientas para aliviar los trabajos pesados y poder tener la dicha de comer con los suyos, cantar canciones y bailar. Cuidan especialmente sus normas porque así las campanas sonarán para ellos. Al contrario, el punto de quiebre y caída es cuando ya no se conducen de acuerdo con esos acuerdos sagrados que los unieron. Sobre este tema escribí en abril del 2022: “El colapso es visible y peligroso, cuando los iluminados de la nación son incapaces de contener el derrumbe moral”.
No espero mucho de quienes ya perdieron el don de inspirarse y se entregan a los cinismos. La lucha espiritual de hoy es resistir en medio de un mundo que “se dirige ordenadamente hacia el desastre” como cantaba Álvaro Mutis. ¡Pero qué cosas! Cuando el mundo va nuestra nación viene de vuelta. Que Dios proteja nuestro entusiasmo.
Para escribir la historia necesitamos testigos, esas voces genuinas que no descansan en apoyarnos.