martes, 13 mayo 2025
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El lenguaje continental del bolero

En el bolero hay verdad plena. Es catarsis. Es aprendizaje. Es historia. Es una metódica. Una estrategia tanto para el amor como para el desamor.

Para todo latinoamericano el bolero es un legado espiritual que está en su imaginario, en la piel, en la memoria auditiva que conecta la sensibilidad afectiva que marca generaciones. El bolero es una cultura sentimental de costumbres, usos y tradiciones que acogemos como natural en todas las etapas de nuestra vida. Contiene la esencia de una pedagogía existencial, que nos provee de aprendizajes para conducirnos en las múltiples complejidades que debemos enfrentar, en cada desafío que nos espera en las esquinas que estamos obligados cruzar. Después de tanto recorrido no es arriesgado decir que está en el inconsciente colectivo de nuestra comunidad, hermanada por ese extraordinario vínculo que es la lengua española. Porque el bolero habla y lo dice mejor en el idioma de Cervantes.

El bolero está en cada uno de nosotros, por eso una burocracia supracontinental no puede arrogarse el derecho de hacerlo patrimonio, porque ya lo es. Mucho menos por el cabildeo de Cuba y México, que tienen vara alta en aquellos organismos de la ONU, para imponer lo que más les conviene. Como lo hacen con el Premio Nobel de la Paz, adjudicado a sus camaradas, no porque lo merezcan sino para mostrar que también tienen poder en organizaciones como la Unesco o el Nobel. La tiranía cubana cuenta con recursos para hacer lobi durante todo el año, a fin de mercadear a sus candidatos, que siempre son de izquierdas. No lograron el Nobel para Evo ni para el extinto presidente venezolano, pero sí para Juan Manuel Santos, Rigoberta Menchú o Adolfo Pérez Esquivel, designado por la Unesco presidente honorario del III Foro Mundial de Derechos Humanos en 2023. Que por la temática y sus invitados parecía más un cónclave del Foro de Sao Paulo o del Grupo de Puebla.

Los zurdos rentabilizan todo aquello que le permiten. Por eso no dudaron en hacer suyo el mérito de convertir al bolero en “Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad”. Algo que les resulta fácil, al contar con el apoyo interno de todo el engranaje de la Unesco. Esta fue una de las 55 solicitudes de “inscripción en la lista representativa” que examina el comité en Kasare. Ciudad ubicada al norte de Botsuana, sede de la XVIII reunión del comité intergubernamental para la salvaguarda del patrimonio cultural inmaterial, que se celebra hasta este sábado 9 de diciembre.

La historia oficial del bolero sitúa su nacimiento en Cuba en el siglo XIX con la pieza musical Tristeza, escrita por José Pepe Sánchez, en Santiago de Cuba en 1883. En tanto, que en México el primer bolero se compuso en Yucatán. Se trata de Morenita mía, que alcanzó fama mundial en 1921 y cuyo autor es Armando Villarreal Lozano.

Pero el bolero es mucho más que un ritmo musical. Es una forma de sentir, de vivir y hasta de sufrir. Es continental, porque es un lenguaje común en todos los países de la América hispana, que hablan en clave de bolero. Sin embargo, el tango argentino fue reconocido como patrimonio cultural inmaterial en 2009, el flamenco español en 2010 y el reggae jamaiquino en 2018. Y fue en el último mes de 2023 cuando el bolero ingresó, formalmente, como patrimonio de la humanidad. Aunque toda Latinoamérica tenga al bolero como partida de nacimiento, con una conexión muy profunda, anclada a su más genuino sentido de pertenencia. Algo que no pasa con el tango en nuestro continente.

La radio y el bolero fueron simbióticas en amplitud modulada y la noche fue cómplice de apegos inquebrantables. Noctámbulos enamorados escuchaban con devoción las letras de los boleros y se las dedicaban al objeto de su pasión. A través de las ondas hertzianas llegaba el mensaje, porque los celulares no aparecían ni en las películas del agente 007. Muy vanguardista y al tanto de la última moda en tecnología.

En el bolero hay verdad plena. Es catarsis. Es aprendizaje. Es historia. Es una metódica. Una estrategia tanto para el amor como para el desamor. Por eso guitarras quejosas, con acordes de armónicas tristuras y voces leves, tersas o profundas repiten historias que cada bolero cuenta y que nunca nos cansamos de escuchar. Están en nuestra memoria colectiva y reviven cuando escuchamos los primeros rasguidos de la guitarra.

Agridulces

Manuel Rocha -embajador estadounidense de origen colombiano- espió durante más de 40 años para el castrocomunismo. Además de servirle a la diplomacia gringa en Bolivia, República Dominicana, Argentina, trabajó como asesor del Comando Sur, órgano que vigila asuntos de seguridad relacionados con Cuba. ¡Un espía digno de Netflix!

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