Los apestosos morales, por el momento, pueden dormir tranquilos. Sus escalafones en el ranking de la corrupción universal seguirán siendo plato fuerte de la presente columna. No obstante, por este lunes y de manera muy excepcional, sus lugares los tomará el insólito caso del “hombre más sucio del mundo”.
Por lo menos lo fue hasta el pasado 25 de octubre, día de su fallecimiento en Deshgah, distrito de Dirham, República Islámica de Irán, en circunstancias extrañas por no decir, víctima de un asesinato, con premeditación, alevosía, escalamiento y fractura.
Informa Associated Press, que 60 años antes de ser enviado al otro mundo, Amou Haji hizo voto perpetuo de asquerosidad. Ocurrió una mañana cualquiera. Muy solemne, después de no cepillarse los dientes, El Haji se declaró enemigo público número uno del agua y el jabón. Del desodorante. Del aseo axilar.
Del cuidado del cuero cabelludo y no cabelludo. Pero sobre todo, del empleo de toda forma de papel para higienizarse cualquier oquedad corporal y aquí se comienzan a bifurcar los caminos entre la gente sucia, pero decente, como el “Tío Haji” y los perfumados, pero muy apestosos morales.
En la República Islámica de Irán si no te mueres de hambre, eres víctima de un atentado dinamitero o te condena un ayatollah a ser lapidado sin derecho a pataleo. Explicable, ante tales asechanzas, las bajas expectativas de vida de los iraníes.
Aun así, pese a su carácter de asceta y provocador; de negacionista de la medicina tradicional y no tradicional; del COVID y de las vacunas para prevenirlo; de la sarna y de la comezón; de los hongos, sabañones, la caspa, la seborrea y de todos padecimientos cutáneos y subcutáneos, incluidos los digestivos; de los resultados electorales; del escherichia coli porque el señor Haji se jactaba de alimentarse con animales en estado de descomposición; de beber de los sumideros, el “hombre más sucio del mundo” vivió, creció y hasta se reprodujo saludable cerca de un siglo gracias a la inmunidad que le proveyó su desaseo.
Días apenas antes de su desaparición física, una delegación de notables de la localidad, a prudencial distancia, quizás a través de señales de humo o vía WhatsApp pues nadie quería tenerlo a menos de diez kilómetros a la redonda, el señor Haji fue “convencido” ¡sí o sí! de darse una buena ducha.
Su apariencia desaliñada y sus agresiones contra olfato ajeno desentonaban el medioambiente y quizás con algún artículo de fe.
Hasta ahí llegó su campeonato absoluto.
El solo contacto directo con el jabón y el H2O fue fulminante.
El fanatismo es letal en cualquiera de sus manifestaciones.
Igual de sangriento es considerarse poseedor absoluto de la verdad, que consagrar toda una vida, a la falta de aseo.