De Mario Vargas Llosa se escribirá mucho y bien. Desde su primer libro se abrió paso con firmeza y piso fuerte en el universo de las letras latinoamericanas, al convertirse en uno de los escritores más sobresalientes del Boom. Movimiento que agrupó a los talentos más destacados de la literatura regional. El Boom marcó un antes y un después, pues si bien es cierto que hubo movimientos como el modernismo de Rubén Darío o el creacionismo de Vicente Huidobro, estos se centraron en individualidades. Mientras que el Boom fue grupal, y congregó a quienes señalaron el camino de la literatura a partir de la década de las años 60, al tiempo que influyeron en la creación literaria de generaciones posteriores, tanto del continente como del resto del mundo.
Vargas Llosa vivió hasta los 89 años con una vibrante y vigorosa intensidad. Sin rehuir, y arrostrando con valentía todo aquello que demandase posiciones firmes y valientes, como las brutales tiranías que asolan nuestro continente. De suyo fue el primero que rasgó el velo sagrado, que resguardaba intacta e intocada la leyenda dorada de la revolución cubana, y de su líder inmarcesible e inmaculado. Vargas Llosa barruntó que algo olía mar en Dinamarca. Y pudo ver con antelación lo sucio, viciado y corrompido que se escondía detrás del elitesco rojerío, ese que se mostraba impoluto frente a su feligresía. La misma que no conoce fronteras y tiene -todavía- presencia hasta en el más apartado rincón del planeta.
Romper las ataduras con la revolución cubana tuvo consecuencias, pues muchos escritores tenían el corazón rojo-rojito. Como García Márquez, que mantuvo una indestructible relación con la cúpula castrocomunista hasta su muerte. La decisión de Vargas Llosa lo hizo verdaderamente libre. De tal suerte, que, sin la camisa de fuerza de la ideología, con su talento, sus destrezas, su riqueza existencial, sus capacidades y su formación como licenciado en letras de la Universidad de San Marcos de Lima, y doctorado en Madrid en la misma especialidad, descolló, sobresalió, predominó y triunfó.
Su nombre rubricó la novelística más importante del siglo XX y lo que va del XXI. Un logro muy relevante, pues Vargas Llosa no fue escritor de una sola novela exitosa, sino que escribió muchas con una calidad creciente. Que sus ansiosos lectores esperábamos cada dos o tres años. Entre otras, La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1966) con la que obtuvo el premio Rómulo Gallegos, Conversación en la catedral (1969), Pantaleón y las visitadoras (1973), La tía Julia y el escribidor (1976), La guerra del fin del mundo (1981), Historia de Mayta (1984), ¿Quién mató a Palomino Molero? (1986), El hablador (1987), Elogio de la madrastra (1988), Lituma de los andes (1993), El pez en el agua (1993), Los cuadernos de don Rigoberto (1997), La Fiesta del Chivo (2000). Con Le dedico mi silencio (2023) se despidió de la literatura de ficción.
Vargas Llosa es el gran novelista en lengua española, reconocido por sus críticos y hasta por sus enemigos, que los tuvo. Pero también fue un ensayista, capaz de convertir sus columnas de opinión en verdaderas tribunas. De lectura obligada, para ampliar y enriquecer nuestra percepción de la realidad. Aprecié, siempre, su generosidad intelectual, exenta de pedagogía. Escribió ensayos y obras teatrales, cuyas puestas en escena fueron un éxito de taquilla, como la Señorita de Tacna, o a Al pie del Támesis, que abordó la complicada vida del escritor venezolano Esdrás Parra.
Nunca creyó en la inspiración ni en el don poético, pero si tenía la convicción que la constancia y la disciplina rendían los mejores frutos. Aquellos dos elementos los trasladó a la política, cuando fue candidato presidencial en Perú. Perdió frente a Alberto Fujimori, pero de esa experiencia escribió El pez en el agua, que además de autobiografía es un ensayo sobre política.
Peruano de nacimiento, recibió la nacionalidad de la madre patria en 1993 y la dominicana en 2022. Fue miembro de la Real Academia de la Lengua Española y también de la de Francia. Premio Príncipe de Asturias y Nobel de Literatura. No le rehuyó a la frivolidad, porque como dejó dicho Voltaire, “si la naturaleza no nos hubiera hecho un poco frívolos, seríamos más desgraciados de lo que somos”. Por eso, aparecer en la portada de Hola del brazo de una socialité, no es algo que deba sorprendernos si se trata del gran Mario Vargas Llosa, quien vivió y murió en su ley.
Agridulces
No creo poder aproximarme al dolor y al miedo que experimenta un venezolano de bien, frente a la persecución y al rechazo en otro país. Ese al que llegó huyendo del hambre, que lo condenaba a subsistir en la miseria en su país natal. Por ahora, la diáspora supera los 9 millones de compatriotas. ¡El verdadero legado socialcomunista!