martes, 21 enero 2025
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El Estado y la violencia contra la mujer

La opacidad institucional no puede ser más tenebrosa, mientras la burocracia oficial vocifera frente a sus propios micrófonos, sus éxitos en esta materia. Éxitos que difunden en múltiples y oportunos informes, y que el funcionariado entrega a ONU Mujer.

No es necesario ser feminista para saber que existe una condenable violencia contra la mujer en todo el mundo. Ningún país está exento de actos que atentan contra la vida y la salud mental y emocional del sexo femenino. Pero lo cierto es que la pobreza parece incrementarla, pues además de la dura subsistencia, no existen instituciones que defiendan sus derechos, y por lo general estas naciones están dominadas por regímenes totalitarios, tanto de izquierda como de derecha. Los primeros son los peores, pues sumen en la miseria a sus habitantes, mientras se aíslan en sus dominios para impedir que pueda conocerse la verdad. Para lo cual hegemonizan los sistemas informativos, que convierten en instrumentos, para ofrecer su edulcorada versión de lo que ocurre en sus feudos.

Cuando pensamos en violencia contra la mujer, nuestro cerebro se constriñe a una suerte de reduccionismo que impide conocer este grave problema en toda su compleja amplitud, o en su amplia complejidad. Todo lo circunscribimos a la imagen de una mujer golpeada, azotada, amoratada y herida por un hombre de su entorno inmediato, vale decir pareja, padre, hermano, incluso tíos y hasta hijos. La golpiza puede llevar a la muerte, algo que ocurre a diario, con cifras que siempre son alarmantes. Si logra sobrevivir sufrirá daños irreparables en lo físico, espiritual y emocional que marcarán el resto de su vida.

Aquello es intrafamiliar y ocurre en el lugar donde se supone que existe, al menos, la sensación de estar protegida. Ese “hogar” es muchas veces un infierno. Una cárcel con celda de castigo que permite que el verdugo goce de absoluta libertad, para martirizar y torturar a su víctima. No siempre el hogar es el nido calentito en el que la mujer encuentra paz y tranquilidad. Muchas no pueden salir de las ergástulas en las que están presas, y otras no quieren llegar a ese sitio que no se puede llamar hogar.

Esta dolorosa situación es todavía peor cuando la pobreza -que no arrulla como pregona una canción infantil- es un alarido interminable, tanto dentro como fuera de la casa. Una estrechez que empuja hacia la más precaria subsistencia, traducida en desagracias en todos los aspectos de la vida. Que se exponencian, cuando desde el propio centro del poder -una élite desalmada y extractiva- planifica y administra la pobreza de las mayorías como estrategia de control social y económico.

Justo la pesadilla a la que someten las dictaduras socialcomunistas a aquellos conglomerados humanos -que dejan de ser países- cuando la cómplice bota militar aprisiona y patea a los pueblos subyugados y esclavizados. En entorno como estos se respira el aire enrarecido de la miseria, que penetra cada poro y envenena la vida, ya saturada de penurias y carencias, de los desdichados que sobrevivimos en estos territorios.

Si bien todos los habitantes sufren las consecuencias de las acciones y decisiones de quienes detentan el poder de tan abyecta manera, las mujeres son las víctimas más vapuleadas, por ser las más vulnerables, tanto dentro como fuera del hogar. En ex países como el nuestro, ellas llevan la mayor carga familiar, al ser las que paren, las encargadas de la crianza, la educación, la alimentación, la salud y la higiene de la prole. También trabajan, y en muchos casos, sus devaluados salarios son el sustento de la familia.

Son enormes los desafíos a los que está sometida la mujer, en medio de la pobreza multidimensional que la acosa por todos los flancos. Situación que llega a extremos cuando la indiferencia, incompetencia e indolencia del Estado son factores que agravan lo que ya está mal. Algo que ningún comunista en el poder asume con responsabilidad. Lo desconocen, descaradamente. Pero se arman con narrativas cínicas e hipócritas, para esconder la dramática realidad de las mujeres que sobreviven, acuciadas por la violencia intrafamiliar y por la que sufren afuera.

La invisibilización de las víctimas de la violencia en el socialismo del siglo XXI es total. Lo que es también un crimen, porque ni siquiera existen estadísticas que permitan saber cuántas mujeres murieron o sufrieron violencia. La opacidad institucional no puede ser más tenebrosa, mientras la burocracia oficial vocifera frente a sus propios micrófonos, sus éxitos en esta materia. Éxitos que difunden en múltiples y oportunos informes, y que el funcionariado entrega a ONU Mujer.

Eso sí, la tiranía humanista y feminista está a la moda, por lo que se acogen a la terminología que el wokismo ha impuesto. Se llenan la boca con la ideología de género, acuñada por el feminismo talibán. Ese que decretó que lo binario ha sido superado, por la muy variada diversidad de géneros en boga. Hay para escoger. Lo cual atiende a la premisa de que el sexo no es biológico sino cultural, como dejó dicho Simone de Beauvoir en El Segundo Sexo.

Agridulces

Cifras lacerantes. El Foro Penal contabilizó 1.903 presos políticos: el mayor número en el siglo XXI. 1.741 son civiles. 42 adolescentes son “presos políticos”. Desde 2014 hasta la fecha 18.059 personas han sido arrestadas por agentes de seguridad del régimen.