jueves, 10 octubre 2024
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El envilecimiento tras el hedonismo

En El retrato de Dorian Gray, el clásico de Wilde, hay un balance perfecto entre el cinismo y la hipocresía del siglo XIX.

@francescadiazm

Entrever la realidad con la fantasía para dar lugar a una crítica social brillante puede parecer demasiado ambicioso. Con su mordacidad e ingenio, el irlandés Óscar Wilde lo logra en su única novela. El retrato de Dorian Gray.

Intentar describir una sociedad es una tarea que muchas veces fracasa. Es fácil aburrir y no lograr caracterizar el tinte de una época si se atiborra de palabras y detalles innecesarios. En el clásico de Wilde, hay un balance perfecto entre el cinismo y la hipocresía del siglo XIX. La nobleza y sus juicios elaborados que escondían grandes pecados; la vanidad y el deseo de encontrar la fuente de la eterna juventud y la corrupción del espíritu en medio de una revolución científica y un movimiento ilustrado que da lugar a la exquisita interpretación del arte que nos presenta el texto.

En las calles de un Londres victoriano, nos dirigen tres personajes: Dorian, la inocencia; lord Henry Wotton, la corrupción; y Basil, la moral. Tres elementos que serán fundamentales en el desarrollo de la historia, en la que también seremos testigos de una apasionada defensa a las artes y una crítica férrea al hedonismo que imperaba en la época. Estas condiciones elevarán a Dorian Gray, debido a su fulgente belleza, hasta ser una de las personalidades más conocidas de aquella sociedad. Belleza, juventud y pureza serán los atributos que a lo largo del texto se nos mostrarán como aliados de la perversión, el narcicismo y ese egoísmo atroz que va a corromper a un muchacho cuyo único pecado será ser muy hermoso y obsesionarse con ello, aseverando que tiene más valor la belleza que la bondad: aforismo que se tuerce al final de este relato plagado de personajes con matices, intencionalidad y que le dan la narración esa sensación de realismo gracias a los diálogos que nos conducen en otra época, de la cual muchos vicios aún se conservan y hacen presencia en tertulias actuales.

El clásico de Wilde es una historia atemporal. Nunca dejará de leerse porque ninguna época, y mucho menos el siglo XXI, es impermeable al narcicismo y a la corrupción.Encuentro en la historia una crítica idónea para los cánones estéticos que siguen siendo parte de nuestro día a día. Nos hemos convencido de que un rostro hermoso siempre tiene buenas intenciones y esa es la creencia que será destrozada por el autor. Dejando como moraleja principal que la verdadera felicidad se oculta en la belleza del espíritu y la tranquilidad de la conciencia.

El ritmo narrativo permite pasar las páginas con rapidez y atrapa al lector con lo satírico de la historia. Como personaje, la mejor obra de Wilde es Henry Wotton, personificación del cinismo y la necesidad, tan reiterada en la prosa, de satisfacer los sentidos. Este personaje alegoriza la decadencia de las sociedades, ceder ante el placer por más egoísta que sea.

La vanidad y el narcicismo caracterizan también el contexto actual, tal vez no en un corte real pero sí en todas las costumbres y tradiciones contemporáneas que siguen poniendo la belleza y el placer por encima de la ética. Belleza y placer a veces dejan al ser humano tan muerto y vacío como un lienzo trabajado sin pasión. El retrato de Dorian Gray expone, de manera lacónica, el contraste entre una belleza arrebatadora y un alma putrefacta. Esa putrefacción que solo puede venir del orgullo desmedido y la perversión. Para Wilde, en este ir y venir, se puede perder el alma.