viernes, 29 marzo 2024
Search
Close this search box.
Search
Close this search box.

El envilecimiento tras el hedonismo

En El retrato de Dorian Gray, el clásico de Wilde, hay un balance perfecto entre el cinismo y la hipocresía del siglo XIX.

@francescadiazm

Entrever la realidad con la fantasía para dar lugar a una crítica social brillante puede parecer demasiado ambicioso. Con su mordacidad e ingenio, el irlandés Óscar Wilde lo logra en su única novela. El retrato de Dorian Gray.

Intentar describir una sociedad es una tarea que muchas veces fracasa. Es fácil aburrir y no lograr caracterizar el tinte de una época si se atiborra de palabras y detalles innecesarios. En el clásico de Wilde, hay un balance perfecto entre el cinismo y la hipocresía del siglo XIX. La nobleza y sus juicios elaborados que escondían grandes pecados; la vanidad y el deseo de encontrar la fuente de la eterna juventud y la corrupción del espíritu en medio de una revolución científica y un movimiento ilustrado que da lugar a la exquisita interpretación del arte que nos presenta el texto.

En las calles de un Londres victoriano, nos dirigen tres personajes: Dorian, la inocencia; lord Henry Wotton, la corrupción; y Basil, la moral. Tres elementos que serán fundamentales en el desarrollo de la historia, en la que también seremos testigos de una apasionada defensa a las artes y una crítica férrea al hedonismo que imperaba en la época. Estas condiciones elevarán a Dorian Gray, debido a su fulgente belleza, hasta ser una de las personalidades más conocidas de aquella sociedad. Belleza, juventud y pureza serán los atributos que a lo largo del texto se nos mostrarán como aliados de la perversión, el narcicismo y ese egoísmo atroz que va a corromper a un muchacho cuyo único pecado será ser muy hermoso y obsesionarse con ello, aseverando que tiene más valor la belleza que la bondad: aforismo que se tuerce al final de este relato plagado de personajes con matices, intencionalidad y que le dan la narración esa sensación de realismo gracias a los diálogos que nos conducen en otra época, de la cual muchos vicios aún se conservan y hacen presencia en tertulias actuales.

El clásico de Wilde es una historia atemporal. Nunca dejará de leerse porque ninguna época, y mucho menos el siglo XXI, es impermeable al narcicismo y a la corrupción.Encuentro en la historia una crítica idónea para los cánones estéticos que siguen siendo parte de nuestro día a día. Nos hemos convencido de que un rostro hermoso siempre tiene buenas intenciones y esa es la creencia que será destrozada por el autor. Dejando como moraleja principal que la verdadera felicidad se oculta en la belleza del espíritu y la tranquilidad de la conciencia.

El ritmo narrativo permite pasar las páginas con rapidez y atrapa al lector con lo satírico de la historia. Como personaje, la mejor obra de Wilde es Henry Wotton, personificación del cinismo y la necesidad, tan reiterada en la prosa, de satisfacer los sentidos. Este personaje alegoriza la decadencia de las sociedades, ceder ante el placer por más egoísta que sea.

La vanidad y el narcicismo caracterizan también el contexto actual, tal vez no en un corte real pero sí en todas las costumbres y tradiciones contemporáneas que siguen poniendo la belleza y el placer por encima de la ética. Belleza y placer a veces dejan al ser humano tan muerto y vacío como un lienzo trabajado sin pasión. El retrato de Dorian Gray expone, de manera lacónica, el contraste entre una belleza arrebatadora y un alma putrefacta. Esa putrefacción que solo puede venir del orgullo desmedido y la perversión. Para Wilde, en este ir y venir, se puede perder el alma.