miércoles, 15 enero 2025
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El discreto encanto de la política para quien no ve crisis

No se trata que la política deba ser el espacio para el mach de garrotes entre contrarios, pero el énfasis es obligado en que la civilidad no puede entenderse como la indiferencia ante la hipocresía y sobre todo de maniobras de la mentira.

@OttoJansen

Esas maneras exquisitas de despachar no solo las pasiones -grandes y bajas- sino que igual las afrentas, atropellos y al final los principios. Existe una diestra interpretación del ejercicio de la política como un juego de salón, en el que habiendo avanzado bastante las minorías en sus conquistas, permanentemente se presentan las regresiones, cuando no, la mediatización de quienes fungen de voceros del reclamo de las sociedades. Quizás, como también se ha dicho, no hay mejor termómetro que el campo internacional para ilustrar hasta donde las palabras no valen nada o dan miles de vueltas para que el poder, teniendo los señalamientos que fueren, siempre comparta copas y niegue sus atrocidades entre frases cordiales.

No se trata, hay que aclarar, que la política deba ser el espacio para el mach de garrotes entre contrarios, pero el énfasis es obligado que la civilidad no puede entenderse como la indiferencia ante la hipocresía, la falsedad y sobre todo de maniobras de la mentira, ahora con nuevos códigos mediante el uso de la post verdad. La reciente cumbre UE-Celac, del pasado 18 y 19 de julio, en Bruselas ha sido una vez más el teatro de caras, mohines, sonrisas, posturas, amigables fotografías donde el trajín de esa “política” ha usado sus buenas vestimentas. Eso que en términos ramplones ha de llamarse hipocresía pero que en el lenguaje diplomático es eufemísticamente casi cualquier cosa. Hablamos del tema Venezuela en esa reunión, donde Dios quiera que alguno levante la voz (o lo haya hecho) ante los olvidos de injusticias o crímenes de los representantes de los estados, para que sea calificado de troglodita; los mismos demócratas calificaran en justificación a los ritos del encuentro, de extremistas a quien se haya atrevido recordar la mentira revolucionaria (en espacio latinoamericano), y por supuesto quienes alimentan delitos de lesa humanidad, calificaran a las voces que les acusan sencillamente de fascistas, palabra más que manoseada para justificar los actos de ellos contra quienes les ha truncado la vida y a los que tienen privados de libertad.

Es esa burocratización, ese transitar de contorsiones máximas en el parlamento de la dirigencia (caricatura en voces nacionales al comparar con las cumbres, en las que seguramente habrá más perfumes y más grandilocuencia) que ha dejado sin escrúpulos y sin esencia a nuestra clase política venezolana. Ese constante desdecirse, retroceder y callar ante lo obvio del desmadre nacional o guardar silencio hasta hacerlo cómplices de vericuetos donde la mano del régimen termina por mostrar su presencia. Es núcleo determinante de los estruendosos fracasos de la oposición partidista al enfrentar el socialismo del siglo XXI y sus crueldades. Esa “política” así entendida, que les quitó el coraje y la credibilidad a las organizaciones políticas para asumir la verdad, su renovación de ideas o la obligada regeneración, requisito del rescate institucional del país.

¡Que nadie se moleste! 

Tal vez, porque saldrá el coro de opiniones ilustres en defensa de la “civilidad”, que a ningún sector social de Venezuela le valdrá la pena reaccionar ante ese ejercicio de la inutilidad con el proceso que ha quitado derechos y libertad a la población, profundizando su accionar en las narices de propios y extraños. En esas cumbres que el comandante muerto decía que se iba de una a otra, mientras la gente iba de abismo en abismo, ahora se manifiesta la paradoja de la historia que atrapa a los venezolanos en el correr la arruga favorablemente a los cálculos de la revolución bonita y de los juegos de salones con guiños a la mitología socialista por parte de la comunidad europea. De allí que toca solo ver, callar y sonreír.

Pero en razón de la pesadilla política, económica y social venezolana, ha de plantearse la acción (como sociedad local) ante ese modelo que muy seguramente seguirá imponiendo su quehacer en el mundo. Es menester tener claridad entonces (porque lo olvidamos), que esas alianzas de naciones tienen sus propias aspiraciones y objetivos. Tienen sus normativas cargadas de lo oscuro y de lo no tanto, nada vinculados al sufrimiento de las sociedades. El caso de Ucrania, que defiende su suelo y que no ha cedido a los péndulos de los intereses de los grandes países y sin embargo debe tragar grueso en muchas situaciones con los aliados, es espejo a que el desarrollo de la crisis de Venezuela, teniendo en cuenta el “apoyo” internacional, nunca -y esto de verdad es lamentable- nos alejara de los monstruos que aquí hacen y deshacen si no somos capaces de sembrar los pilares para las tareas y los desafíos del futuro de la gobernanza y la democracia. Así que este es el camino que viene abriéndose ahora con la aparición de otros nombres, más allá de la puesta de escena formal de candidatos y del panorama electoral con sus partidos gastados y consignas voluntariosas. Hay que reafirmar, pese a todo que la República y sus habitantes no están perdidos: “la gente se tiene a sí misma” como dijo en editorial alguna vez Correo del Caroní. Puede parecer expresión retórica, pero el país ha venido ganando confianza, conocimiento e “instinto” para no retroceder en las transformaciones urgidas y desechar los cuentos de caminos de una clase política que se ahoga inmisericordemente en su descompuesto caldo de cultivo y cuando, además, en los encuentros del mundo se regodea el baile de las máscaras con invitación a la tenaza totalitaria. En circunstancias que conocemos bien, ese modelo lleno de víctimas y de fracaso civilista, pretendido para Venezuela, no tiene otro destino que la derrota por ciudadanos que lo padecen.