En 1899 se creó el Centro Científico-Literario de Ciudad Bolívar. A la fundación de este grupo concurrieron escritores, periodistas, literatos, abogados, ingenieros, médicos, docentes, en su mayoría jóvenes, que encauzaban sus inquietudes científicas, artísticas y políticas a través de estas prácticas de sociabilidad.
Estos “centros” no eran una novedad en el país; ya se habían instituido varios por esos años, similares y con el mismo nombre, en Caracas, Valencia, Maracaibo, Barquisimeto y Barcelona, emulando el espíritu de antecedentes notables como lo fueron las tertulias de la casa de los Ustáriz o la famosa Sociedad Económica de Amigos del País y cuya efervescencia se manifestaba plenamente por esos años de finales del siglo XIX.
Destacados personajes de la intelectualidad guayanesa formaron parte de esta asociación, como Bartolomé Tavera Acosta, Luis Felipe Vargas Pizarro, Luis Alcalá Sucre, José Miguel Torrealba García, José Manuel Agosto Méndez, Luis A. Natera Ricci, Guillermo Herrera Franco, José Tadeo Ochoa, Carlos García Romero, Antonio Bello, Federico Calderón, Antonio José Lagardera, Ernesto Núñez Machado, Pedro Felipe Escalona, Saturio Rodríguez Berenguel, Luis Acevedo Itriago, Ángel Vicente La Rosa, Luis Aristeguieta Grillet, Luis M. Mármol, Juan Vicente Michelangeli, Rafael Villapol y Miguel Isaías Aristiguieta.
Los miembros del Centro Científico-Literario de Ciudad Bolívar lograron mantener por quince años una publicación que servía de órgano a dicho centro, la revista Horizontes, que vio la luz el 30 de enero de 1899, comparable por su singularidad y prestigio -según el decir de algunos- a El Cojo Ilustrado, y en donde se puede encontrar lo más granado del pensamiento y de la ilustración guayanesa de finales del siglo XIX y de comienzos del XX.
En formato 1/16, y con una periodicidad mensual, la revista Horizontes se insertó en el circuito de las publicaciones periódicas guayanesas con una intención manifiesta en el “Prospecto” de su primer número. Allí afirma Luis Alcalá Sucre, a manera de editorial: “La aparición de Horizontes obedece tan solo a una causa: la necesidad de exteriorizar los pensamientos de un grupo de aficionados a la ciencia y la literatura”. Este cruce de saberes entre lo científico y lo literario, esta visión “multidisciplinaria”, fue su marca distintiva:
“El autonomismo intelectual, si así puede decirse, de los miembros del Centro de Ciudad Bolívar resaltará, por modo característico y personalísimo, en las lucubraciones que cada quien, conforme a su íntimo convencimiento, escriba y publique. De donde resulta que, al lado del médico que escudriña los secretos del organismo humano, aparecerá el abogado explicando la compleja estructura social; que junto a las abstracciones del filósofo contemplativo, se leerán las fórmulas precisas del matemático”. |
Otra de las singularidades de Horizontes residió en su optimismo por el fin de siglo. En oposición a la atmósfera de crisis y pesimismo que mostraba la mayoría de la oferta cultural europea, los jóvenes intelectuales guayaneses ofrecían nuevas oportunidades al progreso material y cultural:
“Hijos nosotros de estos últimos tiempos, quisiéramos destruir la onda amarga que ahoga las iniciativas generosas de nuestros compañeros, los intelectuales hastiados de la brava generación naciente; borrar las arrugas precoces de los rostros y las contracciones de los labios juveniles: que si bien no vivimos en el mejor de los mundos, soñado por Pangloss, también lo es que la humanidad no parece tan fea como la pintan los misántropos, pues, ni por regla general resultan los hombres perversos y malandrines, ni las mujeres se convierten siempre en los diablillos de uñas sonrosadas que los bardos describen en sus deliquios lacrimosos”. |
Y ese optimismo por el futuro iba de la mano de la confianza en la ciencia. En las páginas de Horizontes puede percibirse una marcada influencia de la filosofía positivista, la cual, al decir de Cappelletti, “tiene sus primeras manifestaciones en Venezuela antes que en la mayoría de los países latinoamericanos”. Esta filosofía, creada por Comte en la Francia de principios del siglo XIX, rechazará la visión metafísica y enarbolará la idea de la ciencia y de la experimentación como únicas vías para el desarrollo. No por casualidad el lema del pensamiento positivista será “orden y progreso”, en clara alusión a la exaltación del conocimiento científico, promotor de la organización técnica industrial que conllevaría a un futuro próspero.
Por esa razón, la fe inconmensurable en la ciencia motivará a los redactores de la revista a registrar (a veces en forma de poemas) la introducción de la luz eléctrica, el automóvil y el primer vuelo en avión en la ciudad. Estos tres eventos, ocurridos entre los años 1911 y 1913, fueron para los miembros de Horizontes las manifestaciones de ese bienestar que la ciencia podía ofrecer a las sociedades:
“¡Ciencia y patriotismo! He aquí las bases de la civilización. Un pueblo ignorante no será nunca sino una colectividad más o menos numerosa, arrastrada despóticamente por el más audaz o por el más fuerte”. |
El último número de la revista Horizontes, el 131, apareció el 31 de octubre de 1914. Una lacónica nota cerró ese número:
“Por inconvenientes que no hemos podido allanar, nos vemos precisados a suspender temporalmente las labores de esta Revista. Con tal motivo cumplimos el deber de dirigirnos a todos los colegas de dentro y de fuera de la República, que tan bondadosamente nos han honrado con sus visitas, para darles nuestro más cordial hasta luego”. |
La Primera Guerra Mundial había hecho escasos el papel y otros insumos para la imprenta. Por ello, el “hasta luego” se convirtió en un “hasta nunca” y la revista Horizontes (al igual que muchas otras publicaciones venezolanas), luego de 15 años de existencia y de circulación nacional e internacional, finalizó su influencia en la vida cultural venezolana.