miércoles, 19 marzo 2025
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El Caracazo

Una de las versiones del origen de El Caracazo tiene como argumentario la fuerza de la espontaneidad, que estuvo en el punto de arranque de una violencia sectorial que descolocó al país.

Escribo este 27 de febrero sobre un tema que generará polémica por siempre, y del que se cumplieron 36 años. Es una fecha importante para nuestra historia reciente, que muchos venezolanos vivieron en primera persona, y de la que se siguen buscando explicaciones y justificaciones. Pero nunca las habrá en su justa medida. Existen narrativas interesadas, lecturas sesgadas y relatos heroicos de confabulados, nostálgicos y zurdos irreductibles. Cuya tarea existencial era tomar el poder por asalto desde las trincheras del socialcomunismo. Con el inestimable apoyo del castrismo, de la menguante Unión Soviética de aquellos tiempos, y del imperio comunista chino.

Los confabulados -de ayer y de hoy- no viven del aire y cualquiera de sus acciones requiere billete del bueno.  Ellos saben qué puertas tocar para conseguir los aportes para financiar sus heroicidades y actos colaterales. Generaciones de exguerrilleros, intelectuales, de profesores universitarios, de escritores y artistas participaron, activamente, de todo cuanto se hizo para acabar con el puntofijismo y con la democracia. Valen aquí las reflexiones de Américo Martín. Quien escribió sobre el Pacto de Punto Fijo, y dijo que fue “esencialmente positivo en dos sentidos importantes: había impedido el retroceso hacia el militarismo dictatorial y había alentado con buen respaldo medidas indispensables en materia educativa, energética, de vialidad y otras que sería mezquino desconocer” (La terrible década de los 60. p. 17. 2013).  

Pero lo positivo de aquel pacto no impidió El Caracazo, un acontecimiento disruptivo en la vida venezolana. Aunque el epicentro se ubicó en Caracas, la onda expansiva abarcó todo el territorio nacional, que no pudo permanecer indiferente frente a aquella violencia incontrolable desatada en la ciudad capital. El presidente era Carlos Andrés Pérez, electo en 1988, quien enfrentó revueltas sociales, dos golpes militares y un juicio por malversación en 1993. Eventos que le impidieron concluir su período presidencial.

Una de las versiones del origen de El Caracazo tiene como argumentario la fuerza de la espontaneidad, que estuvo en el punto de arranque de una violencia sectorial que descolocó al país. Pero también hemos conocido testimonios de sempiternos rebeldes, que nunca abandonaron sus armas, y menos sus ambiciones de tomar el poder por asalto. Tal es el caso de Carlos Lanz, nacido en Upata, quien en varias entrevistas habló sobre cómo fueron construyendo aquella furiosa arquitectura insurreccional. Alimentada por el resentimiento de sectores populares, que se sublevaron y se abanderaron con las consecuencias que tendría un aumento del pasaje. Aquello tuvo su punto de ignición en Guarenas, una ciudad dormitorio en la periferia de la capital.  

El sistema medial venezolano -en pleno- desplegó todas sus capacidades para ofrecer información en torno a lo que se denominó El Caracazo, que se diferencia en una sola letra de carajazo. Un venezolanismo que aparece en el DRAE, definido como “golpe contundente dado con el puño o con algún objeto a una persona”. Pero lo ocurrido aquel 27 de febrero de 1989 fue otro pescozón a la democracia venezolana. Que luego se convirtió en mazazo, cuando venezolanos con liderazgo justificaron aquellos hechos violentos, mientras ellos y otros obtenían beneficios.

Los plató de las televisoras sentaron a tirios y troyanos que argumentaban a favor de El Caracazo. Los analistas del momento se afincaban en la pobreza, en la corrupción y en “paquetazos” que impondría el gobierno recién juramentado, que profundizarían los problemas de la sociedad venezolana. Los defensores de los derechos humanos eran pocos, pero recorrían televisoras y emisoras. Su propósito era denunciar las terribles violaciones a estos derechos, que el Estado perpetraba contra la población inerme, indefensa y desamparada. Ni hablar de los medios impresos. Estos dedicaban un gran centimetraje a las denuncias de expertos en muy variadas materias, que arremetían -un día sí y otro también- contra un gobierno democrático, sensiblemente, debilitado.

Los llamados “Notables” no tuvieron el menor escrúpulo para mostrar su apoyo -urbi et orbi- a lo acontecido aquel 27 de febrero. De hecho, el 10 de agosto de 1990 publicaron una suerte de manifiesto, firmado por una pléyade de intelectuales, artistas y científicos, para reafirmar lo que de manera individual habían defendido. Entre los abajo firmantes destacan: Arturo Uslar Pietri, Ramón Escovar Salom, Rafael Caldera, Alfredo Boulton, M. A. Burelli Rivas, María Teresa Castillo, Pastor Oropeza, Jacinto Convit, Arnoldo Gabaldón, Rafael Pizani, J.V. Rangel, Rafael Alfonzo Ravard, entre muchos otros.

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