Ramón Mercader, un estalinista que nació en una familia de la alta burguesía industrial catalana, llamaría la atención hasta del más indiferente de los mortales. Tanto su vida como el sistema de redes que armó para matar, constituyen un ejemplo de cómo un crimen teñido de ideología, convierte a un militante de la izquierda más dogmática en alguien ejemplar. Que, seguramente, todavía es modélico para cientos de fanáticos alrededor del planeta. Los mismos que buscan emular a un sicario que asesinó para cumplir una tarea, en la que otros habían fracasado.
No es tan sencillo ser un Mercader porque sólo hubo un León Trotski, a quien su camarada Stalin sentenció a muerte. Muchos comunistas se comprometieron a matar a quien tuvo la desgracia de ser percibido por Stalin como su enemigo, después que Lenin murió en 1924. El hombre de hierro no permitiría que nadie se interpusiera en su camino. Gracias a su omnímodo poder -propio de las tiranías comunistas- perpetró una despiadada carnicería contra intelectuales, líderes, militantes, activistas y cualquier osado camarada, capaz de despertar alguna sospecha en el paranoico y despiadado georgiano. Cuya cruel y monstruosa existencia es casi un secreto de Estado, que encubre el feroz sadismo de El Padrecito.
Trotski respiró hasta 1940, porque huyó de la URSS en 1937. Su periplo lo llevó a México. Allí se sintió cuidado y protegido. Pero tenía enemigos demasiado cerca. A estas alturas está suficientemente documentado que Frida Kahlo, con quien tuvo una relación amorosa, fue una pieza clave en uno de los planes para asesinarlo. Participaron los aclamados muralistas-estalinistas mexicanos, que seguían al pie de la letra las lecciones provenientes de ese gran maestro de la jifería, que no le daba sosiego a su presa.
Es José David Alfaro Siqueiros, uno de los muralistas mexicanos, el que emprende la más encarnizada persecución contra Trotski. Pero su atentado (24-05-1940) fracasa, y Pablo Neruda le consigue un exilio dorado en Chile, desde 1941 hasta 1943. Siqueiros era un recalcitrante y exaltado estalinista -defensor del magnicidio- obligado a abandonar México por sus cuentas pendientes con la justicia, debido a la virulencia de su activismo en las filas del Partido Comunista Mexicano. También estuvo exiliado en Los Ángeles, Montevideo, Buenos Aires y Nueva York. Participó en la guerra civil española, y antes tuvo un cargo burocrático en Barcelona.
León Trotski estaba consciente que la muerte le pisaba los talones, pues el comunismo mundial lo buscaba por aire, mar y tierra. Mercader, un agente soviético cuya madre también estaba involucrada con la NKDV, urdió un plan para penetrar los círculos más íntimos de Trotski. Mercader se ennovió con Silvia Agelot, hermana de su secretaria y se ganó la confianza del comunista fugitivo y de sus protectores.
Engañó a todos los que cuidaban a Trotski, incluidos los guardaespaldas pagados por la presidencia de Cárdenas. Mercader -que en ese momento se llamaba Frank Jacson- se hizo pasar por un exitoso empresario belga, un novio envidiable y un amigo irremplazable. Llegado el momento cumplió -fría y calculadamente- su criminal tarea. El 20 de agosto de 1940 se quedó a solas con Trotski, sacó un piolet y se lo clavó en la cabeza. Actuó como una máquina que sólo obedece la orden de matar. Porque Mercader no mató a Trotski por miedo o para defenderse, sino por compromiso con uno de los peores asesinos que ha conocido la humanidad.
Caridad del Río, la madre de Ramón Mercader, jugó un papel determinante en el asesinato del creador del ejército rojo. Al ser ella quien lo preparó para que cumpliera tan noble misión. En 1941 Mijaíl Kalinin, presidente del soviet supremo, condecoró a Caridad con la orden Lenin. La máxima distinción para quien parió al asesino de Trotski. Fue una anarco-comunista, a quien Juan Marinello calificó como: “adoradora del atentado y feligrés de la bomba”. Murió, tranquilamente, en París.
En tanto, Ramón estuvo preso 20 años en México. Quedó en libertad en 1960, pasó por Cuba y Praga y volvió a la URSS. Formó parte de la KGB, y alcanzó el grado equivalente al de general. Como su madre, fue condecorado con la orden Lenin y recibió la medalla de Héroe de la URSS. En 1974 se instaló en Cuba como asesor de Castro y allí murió en 1978. La historia oficial afirma que de cáncer, pero otros sostienen que fue envenenado con polonio. Está enterrado en el cementerio de Kúntsevo, en Moscú, reservado a los héroes.
Agridulces
Ni sanos ni salvos nos sentimos los venezolanos que todavía respiramos en nuestro país. Una enorme cantidad de compatriotas -desnutridos y enfermos- deambulan por hospitales, que no cuentan con médicos ni medicinas. Mientras la mayoría sobrevive atenazada por el miedo: siempre en estado general de sospecha.