¿Realmente María Iribarne y Juan Pablo Castel mantenían una relación, o se trataba de la mente de Juan Pablo distorsionando la realidad? En El túnel, obra del argentino Ernesto Sábato (1911-2011) un pintor argentino relata cómo llegó a asesinar a su amante, hecho que, según explica, solo su propia víctima entendería. Difícilmente podría justificarse un asesinato, pero a lo largo de esta historia el protagonista busca entendimiento en los espectadores, anhela encontrar entre quienes lo leen un destello de aceptación y comprensión que solo su amante, ahora muerta, podría ser capaz de darle.
La obra es narrada desde la perspectiva de Castel, quien únicamente podía observar cómo María, su amante, traicionaba su confianza de distintas maneras. Pero, ¿qué era aquello que pasaba por la mente de María cada vez que pensaba en este? En sus constantes encuentros, era deducible su falta de interés: desde el comienzo, ella era distante y reacia a iniciar una relación, e incluso buscaba maneras de hacerle saber a Juan Pablo lo poco prudente que era para ambos estar juntos. Claramente, Juan Pablo solo tenía ojos para lo que él deseaba: unirse física y sentimentalmente con Iribarne.
María nunca estaba plenamente en la conversación. Siempre se le encontraba distraída, y la única vez en la que fue absolutamente sincera con Juan Pablo, ella se hallaba en un trance profundo, del que no despertó hasta un tiempo más tarde. No daba muestras reales de afecto, si no contamos las breves menciones de nuestro narrador acerca de sus encuentros llevados por placer; lo que nos dirige a cuestionar la veracidad de los sentimientos que Juan Pablo percibía por parte de María, si en su presencia no profesaba aquellas sensaciones de las que Castel presumía, ella, probablemente, no lo amaba como él admitía con tanta seguridad.
Los sentimientos no correspondidos de María hacia Juan Pablo propiciaron el camino perfecto para las manipulaciones de su supuesto amante, en poco tiempo se había convertido en una relación abusiva, donde María se sentía forzada a pasar tiempo junto a él por miedo a lo que pudiera suceder. Ella lo admiraba, como confesó en un principio, sin embargo, bajo los extraños impulsos de Castel, como sus amenazas acerca de suicidarse si ella lo abandonaba, su percepción sobre el artista cambió. Estas actitudes fueron solo un sinónimo de la toxicidad del lazo que los unía.
El círculo infaltable
María Iribarne no llegó a pedir ayuda, a pesar del maltrato psicológico que el pintor ejercía sobre ella, o al menos, eso aparentaba; en muchas ocasiones intentó huir de los abusos de Juan Pablo, pero cada vez que este se disculpaba, ella cedía y volvía a sus brazos… Aun así, ¿era eso lo que sucedía en realidad, o el protagonista solo explicaba aquello que él quería percibir? Había prometido narrar su historia de manera imparcial, sin dejar entrever sus sentimientos, pero bien se sabe que la subjetividad estuvo más que impregnada en sus palabras, poniendo en duda hasta qué punto el relato podría ser cierto. Al fin y al cabo, Juan Pablo Castel era un hombre obsesionado por la falta de atención de su pareja y María era una mujer que había corrido la suerte de llamar la atención del hombre incorrecto en el momento menos oportuno.
María Iribarne era acosada día y noche por la persona a la que constantemente rechazaba, para quien solo existía una única realidad: en la que ambos podían estar juntos. Pero él estaba indefenso, por momentos llegaba a sacar de contexto las pocas palabras que Iribarne se permitía compartir con él, la obligaba a permanecer junto a él, la insultaba y manipulaba cuando esta no le hacía caso. María era blanco de los abusos psicológicos de Castel desde un principio, un abuso oculto detrás de connotaciones románticas.
Juan Pablo inconscientemente había creado en María un personaje, según su idea de perfección, él vislumbró en ella todo lo que creía necesitar en su vida: una persona que lo entendiera. Forzó sus ideales en ella, pues para sí mismo, solo él conocía a María realmente, solo él sabía, en esencia, quién era ella en el fondo. La toxicidad de su relación fue aumentando conforme Iribarne le demostraba que ella no era todo lo que él había imaginado.
El desapego de María, su constante rechazo hacia Juan Pablo, representaban una realidad de la que él trataba de huir: ella no lo quería, no era lo que él pensaba, la persona que él había imaginado aquel día en una exposición de arte no existía. Estaba viviendo su propio engaño, veía amor en los ojos de María, cuando lo único que ella transmitía era lástima y desesperanza.
El fin
Juan Pablo estaba confundido, desesperado, había necesitado tanto la aprobación de alguien que lo entendiese que había terminado viviendo una mentira, esa misma mentira que lo llevó a creer que la única manera de continuar con su vida era acabando con aquello que le hacía mal: María Iribarne.
Juan Pablo Castel no era un pintor que se vio obligado a asesinar a su amante porque esta le era infiel. No. Él fue un pintor que sucumbió ante la idea obsesiva de María, quien era el reflejo de la mentira que él vivía, una realidad quebrantada que creó para sí mismo, la cual sirvió como detonante para su pérdida de cordura.
Él vivía a través de María Iribarne aquello que deseaba sentir, esa aceptación y comprensión íntima que no podía recibir de nadie más. Pero cuando descubrió que el sentimiento no era mutuo, cuando una verdad mucho más alterada suscitó ante sus ojos, decidió darle un nombre a sus problemas y acabar con ellos.
Para él, Iribarne había pasado de ser su más grande ilusión a su peor enemiga. Había soñado tanto con conocerla y hallar en ella la respuesta a sus carencias emocionales, que al darse cuenta del engaño que aquello había suscitado para sí mismo, prefirió culparla, por no acatar la proyección idealizada que él suponía de su persona.
Así, en un acto de rabia, ira y un impetuoso deseo de venganza inducido por sus arrebatos celópatas, Juan Pablo Castel, estando fuera de sí, encontró una culpable para su desgracia, la inequívoca protagonista de su autoengaño, una perspectiva imposible de asumir a través de los ojos del pintor, quien constantemente distorsionaba la realidad a su paso, gracias a sus impulsos obsesivos y su necesidad de justificar cada una de sus acciones, dirigiendo el peso de estas hacia los errores cometidos por su amante. La insensatez desbordaba en sus actos, María fue su víctima, no su culpable.
La autora es estudiante de Comunicación Social de la UCAB Guayana. Este análisis es su proyecto final para la cátedra Literatura y Comunicación, de II semestre