Si hay algo que se comprobó tras los sucesos de Oscar Pérez en junio de 2017, es que la figura del arrojado perdió vigencia. Desde ese toque de bola que significó el ataque simbólico del entonces policía contra la Corte Suprema, la gente no sabía qué pensar. Se preguntaban si se trataba de un aventurero trasnochado, de un teatro montado por el gobierno para perseguir a sus opositores, o un supuesto salvador a quien nadie había llamado.
Desde inicios de 2017 venían ocurriendo múltiples protestas, antes de que Pérez se robara un helicóptero y volara para disparar hacia el edificio de la Corte Suprema, un hecho que no lastimó a nadie. La gente supo quién había sido el piloto autor de la embestida, a partir de un video donde apareció Pérez llamando a protestar y acompañado de unos tipos armados. Me incluyo entre quienes no salían de su asombro y preferían esperar a que se definiera el suceso, porque aquello parecía ser una movida solitaria.
El gobierno en esa oportunidad se mantuvo en su manual y rápido acusó a la oposición de terrorismo. Un terrorismo sin víctimas es bien raro, pero sin perder tiempo, aprovechó Maduro para amenazar y arreciar la violencia contra la población civil. Para quienes recordamos a los paracachitos, o paramilitares-come-cachitos que sirvieron de excusa para expropiar y perseguir, lo de Pérez estaba bajo sospecha de teatro. Aún en el presente, después que el gobierno cría los cuervos como el tal Coqui (una versión último modelo del chavismo), una vez éste empieza a sacar ojos, el régimen arremete para encarcelar a la oposición política. Es un librito que se ha repetido muchas veces, y los cuervos siguen libres.
Julio Borges no sabía mucho tampoco. Quien en ese momento era el líder de la oposición y presidente de la Asamblea Nacional, dio unas declaraciones muy cuidadosas, manteniendo la llamada “disciplina” del mensaje opositor en relación con la crisis humanitaria. Su opinión, sin embargo, dejó relucir un aspecto clave del episodio, cuando dijo “parece de una película de acción”. El comentario coincidía con la información que se manejaba a esas horas, sobre que Pérez había sido el protagonista de una película policial, donde su personaje buscaba recuperar los valores de la Policía. De cualquier manera, no había discusión sobre que su ataque pertenecía más a ese mundo de las imágenes y las redes sociales.
Y quienes estaban más perdidos que los venezolanos sobre qué pensar, eran los medios internacionales de tendencia izquierda, quienes no entendían cómo podía haber protestas con muertos y miles de heridos, contra un gobierno supuestamente igualitario y justo. Casualmente, ese año Enrique Krauze escribió en el New York Times, sobre The Hell of a Fiesta o “fiesta loca” de estos medios con el régimen de Chávez. Caracas era “la meca” de la izquierda internacional, y aunque la prensa seria sentía escozor con el culto a la personalidad, cayeron en la trampa y se dejaron llevar cómodamente.
Sin embargo, por muy descuadrado, incoherente, confuso que haya sido la convocatoria de Oscar Pérez, el fracaso de su acción “salvadora” reveló la decadencia de la figura del arrojado. Y no es cualquier cosa, se trata de un esquema antiguo y dañino en la historia de Venezuela.
La figura del arrojado no funciona porque durante años los venezolanos han venido reflexionando sobre cómo se había perdido nuestra modesta democracia. A partir de ese debate surgió una autocrítica lapidaria sobre los estragos de confiar en aventureros armados que vendrían a “salvarnos” de los conflictos. Para muestra un botón, Hugo Chávez tiró la parada en 1992 porque supuestamente venía a enfrentar la corrupción, y con ese cuento, él y su grupo le han venido cobrando con creces al país hasta dejarlo en la ruina. Lejos de ser una solución, aquello fue una felonía, y no podemos arriesgarnos a caer en ilusiones y trampas. Es debido a esa reflexión interna, que hay un escepticismo con estas escenas de enmascarados (porque no los conocemos), y por eso la población ha sido sabia en construir sus propias reservas. En caso de Oscar Pérez u otro haber resultado exitoso, hubiese sido lógico preguntarse el monto de la factura a futuro.
Hay quienes opinan que para recuperar al país se requiere el respaldo armado de unos militares, sea de aquí o de afuera, porque insisten en que el régimen sólo entiende el lenguaje de la violencia. Hay una lógica incontestable en ese argumento, pero eso no invalida la ruta de la mediación política. Quienes bajo esa óptica objetan las negociaciones podrían, sin embargo, contribuir a darle fuerza al proceso. Por ejemplo, cuando el régimen secuestra a opositores para negociar su propia salida, como respuesta pueden restregarles en la cara una estampita de la CPI.
Los venezolanos de calle pueden presionar y contribuir a apalancar el proceso de negociación. Demostrar con quién estamos. Honrar a todas las víctimas de esta lucha, a quienes han sido apresados y torturados por levantar su voz. Honrar a los miles de niños y ancianos que han perdido su vida a causa de la desnutrición. Mostrar el abandono que padecen los hospitales infantiles y clamar justicia. Todos y cada uno nos importan.
A pesar de los errores, Oscar Pérez es recordado y querido por muchos venezolanos como uno de los tantos caídos en el esfuerzo por buscar a este país y regresarlo a casa. La masacre de El Junquito donde él fue cobardemente asesinado conforma una lista de los muchos ajusticiamientos investigados en organismos internacionales. Los fascismos y autoritarismos no respetan ni la ley ni la vida, y mucho menos la de sus enemigos, por eso no hay que dispersarse: lo nuestro es volver a un sistema de libertades económicas y políticas.
La mediación es una formidable herramienta para salir de las crisis políticas, y no es extraña, es un trabajo anónimo y de equipo que ha cambiado para bien la vida de varios pueblos. La transición chilena nos legó un método, una esperanza con los pies puestos sobre la tierra. El Acuerdo de Belfast o de Viernes Santo le devolvió la vida a una Irlanda que se hallaba hundida en la violencia y la ruina. En todos los ejemplos es igual, hay que prepararse desde el primer minuto. A los gobernantes legítimos de este país, los de esa Asamblea Nacional que ha liderado el camino, les toca hablarles a los venezolanos con coraje y el corazón en la mano.
Y olvidarse de esas figuras fantásticas que nos siguen como fantasmas. Acostumbrarse a que los mediadores usan herramientas poco visibles en la pantalla, lo de ellos es hilar las palabras y cristalizar acuerdos. No tienen pinta de actores de cine, y a veces ni vozarrón. Basta saber que Gerardo Blyde como jefe de equipo no está para entretenernos. Ellos trabajan para conducirnos hacia las elecciones libres y lo demás nos toca a nosotros.