El aburrimiento es otra pandemia que afecta a una gran mayoría de quienes respiran en este planeta. Claro que es diferente estar aburrido en el imperio, en Francia, España, Corea del Sur o Chile, que en Cuba, Venezuela o Haití. Donde la banda ancha lo es de verdad el confinamiento sabe menos a cárcel, porque hay una oferta inabarcable de series, películas, documentales para matar el tiempo. Si te ladillas están los videojuegos y las redes sociales para seguir pegado a la pantalla hasta que el cuerpo aguante. Una vista 2020 o unos buenos anteojos y un buen colirio es lo que necesitas para esta inmersión en el mundo tecnológico, que lo suele acompañar doña soledad, como la canción del inolvidable Alfredo Zitarrosa.
La edad es una variable a considerar cuando se trata de aburrimiento. Si eres un nativo digital es posible que extrañes a algunos amigos, las juergas, los bonches y otras cositas que amenizan los encuentros. Pero quiero pensar que con el autismo tecnológico autoinducido y suficientemente entrenado, debe resultar muy fácil enfrentar el aislamiento impuesto por la COVID-19. Lo cierto es que con un teléfono inteligente y una suscripción a Netflix los muchachos no necesitan nada más.
Agridulces La paranoia cupular-militar no descansa. Ven sospechosos y conspiradores hasta en la sopa. El G2 marca la pauta para que los represores de este protectorado cubano persigan, hostiguen y encarcelen a cualquier venezolano que roce su sensible piel de algodón. |
La juventud puede pasar mucho tiempo sin emitir un monosílabo. Cuando les hablamos nos hacen sentir como intrusos. Nada de lo que decimos llama su atención. En lo personal me siento fuera de ese microcosmos en el que habitan. Allí hibernan con sus audífonos, conectados a sus imprescindibles equipos. Cuando salen de su ínsula, sus teléfonos inteligentes los salvan de intercambiar cualquier frase volandera con algún adulto presente. Mientras comen o permiten que su cuerpo se desprenda de toxinas y otras excrecencias no dejan de ver la pantalla, de trinar o de consultar cuántos “me gusta” han sumado. Porque muchos sueñan con ser influencers, youtubers y hasta hackers, mientras ven y vuelven a ver la vida de Pablo Escobar, la del Chapo Guzmán o cualquier otro narcotraficante mil billonario. Esos que pesan los dólares en vez de contarlos.
El aislamiento de obligatorio cumplimiento ha desatado una verdadera conmoción en niños, jóvenes y adolescentes, que ha obligado a los Estados a pensar que se trata de un problema de enjundia, que debe ser abordado con rigurosidad científica. Ellos quieren salir, necesitan ver a sus compañeros de clase, maestros y profesores. El encierro les hace daño físico, psicológico y emocional. Está claro que para esta franja etaria una cosa es el confinamiento voluntario en sus baticuevas y leoneras, y otra es que les impongan un encierro que los deprime y angustia.
Los adultos abordan el confinamiento de otra manera y el aburrimiento tiene una connotación diferente. En primer lugar, la responsabilidad de tener que hacerle la vida más llevadera a quienes les rodean ocupa una gran cantidad de su tiempo, y pertenecer a la galaxia Gutenberg los coloca en otra dimensión. Y aquí quiero citar lo que le dijo Fernando Savater a Juan Arias en El Arte de vivir. Una interesante entrevista en la que el filósofo bilbaíno habla de varios temas, entre otros del ocio y la cultura. Afirma Savater: “…cuando una persona es culta necesita menos dinero para sus vacaciones o para pasar un día feliz. Y cuando menos cultura se posee, más derroche, más gasto, más pirotecnias se necesitan. Más ritos, porque no es fácil intentar amueblar un vacío. Y el interior de nuestra conciencia -por pequeñito que seamos- es tan infinito que por más cosas que le echemos dentro nunca se llenará… Uno de los temas por los que se recurre a la droga es porque se ha convertido en la sustitución del pensamiento para quien no es capaz de pensar”.
Aburrirse tendría que ser un derecho para bajarle dos a la vida en estos tiempos que corren. Deberíamos aprender a manejar, inteligentemente, el fastidio y el tedio para incursionar entre las páginas de un libro, disfrutar con toda tranquilidad de la buena música, así como también para conversar, charlar, dialogar, discutir y hasta chismear. Para lo cual se requiere muy poco del vil metal. Con lo que tenemos en casa es suficiente.