jueves, 28 marzo 2024
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El abaratamiento de la democracia

El abaratamiento democrático es lo único que explica que neomarxistas de factura paulista o poblana igualmente hayan arriado sus banderas nacionalistas y mal vistas como resabios del fascismo para sumarse al distinto ecosistema que emerge: la gobernanza digital y el ecologismo profundo.

La anunciada inscripción en el Grupo de Puebla de Adriana Lastra, vicesecretaria del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), si bien es un índice y por ende no concluyente, muestra el camino del abaratamiento moral que se acusa en Occidente. Mucho de esto se advierte durante los últimos 30 años, desde el desmoronamiento comunista de 1989 hasta la llegada del Cisne Negro, con la pandemia del COVID-19, durante lo que se vende la tesis del desencanto democrático, obra del Foro de Sao Paulo y antesala de la “corrección política”.

En Venezuela, que aún es el gran laboratorio y referente de tal experiencia, los líderes “opositores”, en su mayoría moldeados bajo la experiencia del chavismo, así como en un tris se hacen miembros de un partido de centro o conservador en otro, espasmódicamente, piden traslado a uno socialista o también de derechas, indistintamente; ello, mientras crean tienda propia, siempre con fines estrictamente electorales, ganados para la práctica de la democracia al detal y al azar como ensimismados en el narcisismo digital. En una hora endosan la casulla de candidatos y a la siguiente se desnudan, como ecologistas del cuerpo.

Con algo de razón César Cansino, lúcido profesor universitario poblano, venido de la izquierda y agudo entendedor de la ciudadanía digital -tanto que escribe sobre el Hombre Twitter y logra eco más allá de sus predios- se atreve a afirmar que la ciencia política ha muerto. Y es que a pesar de ocuparse esta del estudio de los aspectos operacionales de la vida ciudadana, apoyándose sobre elementos teóricos, científicos y estadísticos, nunca llegó a descartar los fundamentos éticos de toda ciudad.

Allí está el mismo Leviatán de Hobbes, que surgiendo como experiencia artificial necesaria y hasta neutral para que los hombres confiasen parte de sus libertades a un ente capaz de asegurárselas, al término y como Estado, su sustrato lo fue siempre de orden moral. A esa civitas -Commonwealth- la describe como al animal o máquina que es, visto su funcionamiento, a la vez previene que en todo caso ha de servir a la naturaleza del ser humano y a partir de esta derivar los derechos esenciales que debe tutelar.

La cuestión es que llegando a la estación el tren de la historia, que reúne a las dos o tres últimas generaciones y disponiéndose a avanzar hacia otro tramo intergeneracional bajando a una y subiendo a otra, tras el campanazo del virus chino (¿2019-2049?) la enseñanza que busca dejarse, como parece, es aprender a renunciar a la libertad. Desde ya se acelera la sumisión, mientras nos entrenamos agachando nuestras cabezas sobre los artefactos digitales. Entre tanto la nave que es el Planeta o la Pachamama se cuida a sí misma, con nuestras “distancias sociales”, y la gobernanza de la inteligencia artificial, que todo lo reduce, incluidas nuestras emociones, a datos y algoritmos, se ocupa de saciarnos, como rebaño irracional en un establo.

Así como paulistas o socialistas del siglo XXI ocultan las vergüenzas de sus deconstrucciones éticas (Odebrecht; los vínculos con el narcotráfico y el terrorismo; la destrucción de la boutique democrática latinoamericana: Venezuela; la grosera corrupción de sus epígonos, quienes dicen ser víctimas de guerras híbridas) y se rebautizan de poblanos “progresistas”, los socialdemócratas y algunos centristas de ocasión, rindiendo sus banderas, se les aproximan y agachados.

No ven más salida que transar, para, antes que convivir, sobrevivir bajo la corrección política que estiman de inevitable. La guerra que les ha sido agonal parece pedirles abaratar las exquisites de la moral democrática. Cansados, se bastan con que haya elecciones, así sea para escoger entre la misma democracia y el gobierno de las dictaduras del siglo XXI -a las que se morigera titulándolas de “autoritarismos electivos”-, incluso sabiéndose que están coludidas con la criminalidad trasnacional organizada, transformada en actor político al que se le recibe sin pudor y con honores en los parlamentos.

El abaratamiento democrático es lo único que explica que neomarxistas de factura paulista o poblana igualmente hayan arriado sus banderas nacionalistas y mal vistas como resabios del fascismo -bolivarianismo, martinismo, sandinismo- para sumarse al distinto ecosistema que emerge: la gobernanza digital y el ecologismo profundo. Hasta se han entendido con las narrativas del Gran Reinicio, que promueve el capitalismo desregulado y globalista. A este y a los recién llegados, como el PSOE, nada les cuesta entenderse con Rusia y China. Todos a uno celebran la derrota cultural de Occidente. Las ataduras oscurantistas o hipotecas éticas o racionales o trascendentales que ven propias de los cultores del Estado constitucional y democrático de Derecho, les resultan demasiado costosas, por lo visto.

En fin, bastará que se realicen elecciones y sean observadas en la región, sin pedírsele peras al olmo -Pedro Castillo acepta ser observado en Perú y el error de los Ortega-Murillo fue negarse a ello, provocando la ira de los observadores-. La democracia del siglo XXI, para el progresismo globalista es únicamente respeto de la voluntad ciudadana, incluso la arbitraria, que decide democráticamente irse hasta el Infierno sin seguir por los caminos de Dante.

Entiendo a la luz de lo anterior y sólo así, que columnistas de fuste como Andrés Oppenheimer se quejen de que el inquilino de la Casa Blanca, Joe Biden, no haya invitado a su coloquio acerca de la democracia al autócrata de El Salvador. Esperan con buenos ojos que el déspota venezolano, Nicolás Maduro, se redima. Ven como errores, aquí sí, que se haya invitado al autoritario gobernante de Filipinas por homofóbico, por perseguir con ferocidad al narcotráfico, que sería la consecuencia de deudas sociales insatisfechas y no crimen que merezca ser vetado dentro de la arena ciudadana; o que USA pretenda seguir a la cabeza del decálogo de la libertad. La corrección, en efecto, admite todo, pero no tanto como la renuncia a mitos y complejos coloniales, pues en ellos se justifican los autoritarismos y el progresismo. Castro dixit.

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