Las privaciones y los climas hostiles son contrarios al ejercicio de la ciudadanía, al ser esta última un obstáculo para quienes monopolizan el poder de manera hegemónica. Que tiene entre sus tareas esenciales anular, debilitar, proscribir, emascular e inhabilitar cualquier cualidad o derecho ciudadano. Las élites dominantes buscan convertir en súbditos o mansas peonadas a los habitantes de los países bajo su dominio. Porque aquello los aterraja en el poder: sin disidencia, sin oposición. Nivelar hacia abajo, igualar en la pobreza son estrategias cupulares, usadas para convertir en rebaño lo que antes fue una ciudadanía.
Todo régimen tiránico busca mutilar a quienes están bajo su dominio. También propaga una pandemia de afonía entre las masas, que son partes del engranaje que conforma su vasallaje. Por cierto, lo más buscado por las mentalidades autoritarias. Caracterizadas por personalidades disfuncionales -por decir lo menos- una arrogancia desmedida, porque están convencidos de su superioridad frente al resto de sus congéneres. Esos que han vivido esperándolos para ser nariceados por ellos. No son los más lúcidos, ni los mejor formados, pero sí los más resentidos. Envenenados con sobredosis de la alucinógena venganza, que ha sido el combustible que ha movido su existencia.
Quien se mueve impulsado por la venganza está incapacitado para desarrollar acciones positivas. Es candidez en estado puro, esperar algo bueno de quien sólo quiere revancha y busca castigar y represaliar a quienes considera sus enemigos. Esos que -sin saberlo pagarán ab infinitum– la factura de traumas, resentimientos, envidias y odios putrefactos, enquistados en las élites dominantes.
De tal suerte, que cada acción y cada decisión de la cúpula tiene a los peores sentimientos en su base y esencia. Aquellos contaminan todo cuanto haga la cúpula. Porque lo primordial es la venganza. Esto se cumple a pie juntillas en cualquier espacio. Desde el poder central, pasando por todos los organismos de la administración pública, incluida cualquier dependencia municipal, hasta comunidades, escuelas, hospitales y universidades.
En una situación de tanta hostilidad es menester acopiar fuerza y coraje, para hacer frente a esa avalancha maligna que todo lo destruye. Y una de esas armaduras tiene que ver con el ejercicio de ciudadanía. Ese al que no debemos renunciar, pues es parte de la cultura democrática que alimenta esa valentía desafiante y confrontadora. Indispensable para no aceptar sumisa y resignadamente que nos silencien, excluyan, expropien y obliguen a abandonar nuestro país.
Ser ciudadano con una enraizada cultura democrática -que se prolongó durante cuatro décadas- ha impedido repetir la conducta del pueblo cubano, que se mantuvo sumiso y arrodillado durante casi setenta años. Fue hace poco cuando hubo algunas manifestaciones contra la tiranía castrista, la misma que desató una ola de violencia, persecución y encarcelamiento contra aquellos que se atrevieron a levantar su voz.
Los venezolanos, por el contrario, no han dejado de luchar en estos 25 años. Todas las formas de lucha pacífica han sido llevadas adelante. La gente ha salido a la calle a manifestar, a concentrarse, a marchar. Huelgas nacionales, por sector, pancartazos, tomas, etc. Muchos jóvenes entregaron su vida en enfrentamientos asimétricos con los cuerpos represivos. Hablar de fracaso es subestimar el esfuerzo ciudadano, realizado en nombre de la libertad y la democracia.
La más reciente de las luchas ciudadanas se produjo con el voto. Fuimos a votar con todo en contra: desde la fecha, pasando por un organismo electoral parcializado, las inhabilitaciones y las condiciones en favor de la cúpula. Pero, contra todo pronóstico, los venezolanos votaron y vencieron de manera contundente.
En lo personal nunca había sentido que mi voto podía tener tanto peso y tanto valor. Una experiencia singular, porque fui militante del abstencionismo. Pero aquel 28 de julio participé de una rebelión cívica que hermanó a más del 70% de los electores. Aquel fue también un voto reprobatorio contra un régimen, que sólo ha traído dolor y destrucción a la vida de los venezolanos.
Agridulces
Evo Morales ha decidido salvar a los bolivianos. Por eso lanza su zurda candidatura para las elecciones del 17 de agosto. Lo hace desde Cochabamba, su concha desde octubre de 2024. Allí está protegido por su feligresía, pues tiene orden de captura por trata agravada de personas y otros delitos.