“Alabado seas, mi Señor/ Por la hermana nuestra madre tierra/ La cual nos sostiene y gobierna/ Y produce diversos frutos con coloridas flores y hierbas”. Esta es una de las estrofas del bello Cántico de las criaturas, ese en donde San Francisco de Asís trata como hermanos al Sol, a la Luna, al agua, al fuego… Se hermana con todo lo creado. No es casualidad que este santo haya sido declarado el protector de los animales y patrono de los ecologistas, que fue lo que hizo el papa Juan Pablo II en 1980.
Existe la creencia de que San Francisco se comunicaba muy bien con los animales y se hacía obedecer con facilidad. Los animales suelen olfatear el cariño de los humanos y, para decirlo con un refrán, “amor con amor se paga”.
Pienso en el patrono de los ecologistas e inmediatamente lo relaciono con mis hermanos indígenas que conocí en el estado Bolívar, esos que viven en comunidades poco contactados con la cultura occidental, como por ejemplo, los yekuanas, que viven en el Alto Caura. Qué ternura demuestran en su trato con la naturaleza. Nada de dominarla: se hermanan con ella y llevan siglos cuidándola. Nada de abusar de ella. Hay pueblos indígenas que no crían animales para comerlos porque “uno no se puede comer a la familia”, como me dijo una vez un kariña. Pueden cazar para comer, pero no comer lo que han criado. Uno se queda pensando en cuánto tienen que enseñarnos esos hermanos.
Pensando en los crímenes ambientales que se están cometiendo en nuestro país, me pareció que escribir sobre la importancia de la educación ambiental nos vendría bien. Pues ni usted ni yo somos ministros del Ambiente, ni dueños de empresas o dirigentes de grupos violentos que extraen oro y otros minerales, dañando ecosistemas, pero somos ciudadanos y seguro que tenemos algún niño, niña o adolescentes sobre los cuales ejercer buenas influencias, y si somos educadores, más todavía, pues todos podemos y debemos proteger el ambiente.
La educación ambiental en Venezuela es obligatoria, en todos los niveles y modalidades del sistema educativo, según reza el artículo 107 de la CRVB, deuda grande, pues apenas si se celebra alguna que otra fecha para recordar que el medio ambiente existe, que lo necesitamos. El planeta, el único que tenemos, clama, grita, llora, pero poco le oímos. Es verdad que el papa Francisco nos lo ha recordado, entre otras oportunidades con su hermosa Laudato Sí, sobre el cuidado de la casa común (2015) y con muchas de sus exhortaciones.
La educación ambiental, según nos dice Alejandro Álvarez (@aalvarezi) experto ambientalista, es un eje transversal tanto para la educación formal como para la no formal, o sea, atraviesa toda la educación, o debiera hacerlo, y subraya el experto que debe servirnos para la vida práctica. O sea, no se trata de recitar conceptos y enunciados sino de orientar la práctica.
Conocidas son las 3 erres de la ecología: reciclar, reutilizar y reducir el consumo. Ahora hay quienes hablan de dos más: reparar, recuperar. Y yo le añado otra: repensar nuestra relación con el planeta.
Por donde uno vea la cotidianidad, encontrará la necesidad de ciudadanos –adultos y niños– formados en el cuidado del ambiente. Pensemos, por ejemplo, en la importancia de cuidar el agua, ahora cuando hay tantas familias venezolanas sufriendo de su falta. Hace unos días los vecinos de La Vega, en Caracas, feligreses de la Parroquia San Alberto Hurtado, s.j., hicieron una procesión llamando la atención sobre la sed que están sufriendo, por mencionar una entre muchas protestas por agua en todo el territorio nacional. En Lara hay unas organizaciones de la sociedad civil para la lucha por el servicio de agua: se llama Barquisimeto sedienta, con varios capítulos, y simultáneamente encuentra uno por todos lados tuberías rotas por donde se desperdicia agua y no hay funcionarios que arreglen los botes. Y para no llorar ni hablemos de cómo se están contaminando los ríos de Guayana con mercurio, a causa de la extracción del oro. Como dicen los amigos de Ecopráctica, “la sed del oro nos dejará sin agua”. Controlar las goteras en la casa, no dejar el chorro abierto cuando nos cepillamos los dientes… desde esos elementos cotidianos hasta cuidar las cabeceras de los ríos y luchar en contra del Arco Minero… Como verán, todos tenemos algo que hacer. No sólo en la escuela, en donde también hay mucho que hacer.
La educación ambiental supone conocimiento, competencias, predisposición, motivación y sentido de compromiso para la acción, para que tengamos una población consciente, preocupada y ocupada por el ambiente.
Hermanarnos con la naturaleza, con todas sus criaturas, aprender de los pueblos indígenas, apoyarles en sus luchas por proteger el ambiente, comportarnos como ciudadanos conscientes de la interdependencia de todos los elementos y proteger el ambiente es protegernos a nosotros mismos y a las próximas generaciones. Todo eso tiene que ver con la educación ambiental en sentido amplio. Para Venezuela es una urgencia y la pandemia no puede ocultarla.
Que San Francisco nos contagie con su fraternidad con las criaturas.