domingo, 16 febrero 2025
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Don Quijote en la biblioteca de don Tulio

En los libros de una vieja biblioteca, en las páginas leídas, dobladas y anotadas, podemos descubrir el proceso de formación lectora de su dueño. Allí están las fuentes y semillas que de seguro alimentaron su razón e imaginación.  

@diegorojasajmad

Lector infatigable desde temprana edad e ingenioso escritor desde la adolescencia, Tulio Febres Cordero (1860-1938) fue además, ya de adulto, un obsesivo coleccionista de papeles impresos. Guardó con sumo celo y cuidado, durante más de medio siglo, innumerables libros, periódicos y documentos de variada temática y formato, hasta llegar a ser hoy ese conjunto un valioso e insustituible reservorio de datos sobre el siglo XIX y primera mitad del XX. Esa biblioteca de don Tulio es hoy nuestra biblioteca de Alejandría.

En su biblioteca personal, hoy convertida en biblioteca pública (ubicada en Mérida, Venezuela), se conservan miles y miles de libros sobre literatura, historia, ciencia, religión, filosofía, ciencias sociales… Cientos y cientos de periódicos de diversas regiones del país y otros tantos venidos del exterior… Decenas y decenas de hojas sueltas, cartas, fotografías, manuscritos… Aquel monumento del saber que construyó Tulio Febres Cordero (y que luego su hijo José Rafael, durante el siglo XX, seguiría alimentado por varias décadas más), será parte de la tradición de las bibliotecas privadas que se erigieron en la ciudad andina, como las colecciones de las familias Salas, Chipía, Picón, Verástegui, Perera o las traídas por Fray Ramos de Lora, Manuel Cándido Torrijos y Santiago Hernández Milanés, entre otras, muchas de las cuales no lograron sobrevivir a los embates del clima, de las guerras y el exilio. Vastas bibliotecas cuya existencia, usos y propietarios podemos conocer hoy a través de trabajos como los de los historiadores María Villafañe, Mariano Nava Contreras y Alí López Bohórquez, entre otros.

Es inconmensurable el valor de aquella biblioteca personal de Tulio Febres Cordero que, además de ofrecernos información sobre diversos aspectos de la ciencia, la historia, la cultura y las letras de aquel entonces, nos permite también reconstruir el proceso de formación de este intelectual andino.

No resulta difícil imaginar aquel muchacho de mediados del siglo XIX, que crecía en calles de musgo y neblina, alimentando su curiosidad con los libros que llegaban a la ciudad a través de los escarpados y sinuosos caminos. Así como las fantásticas novelas de Julio Verne, las fábulas de Esopo o El conde de Montecristo, de Dumas, la lectura de El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha dejó una honda huella en la mente juvenil de Tulio Febres Cordero y, por suerte, se conservan algunos testimonios de su pasión por la obra cervantina, pasión que se mantuvo hasta sus últimos años de vida.

Si echamos un vistazo a la biblioteca personal de don Tulio Febres Cordero nos daremos cuenta de la significativa presencia del Quijote en su proceso de formación lectora. Hay varios ejemplares de El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha y también estudios críticos y reescrituras de la magna obra cervantina.

Por ejemplo, el más antiguo ejemplar del Quijote que encontramos en la Biblioteca Febres Cordero es una edición de 1833, impreso en Madrid en la oficina de D. E. Aguado. Esta obra, en seis tomos, fue prologada y anotada por Diego Clemencín (1765-1834).

Otro ejemplar del Quijote que se encuentra en la biblioteca personal de don Tulio es el editado en 1865, en Nueva York, por Eugenio de Ochoa. Este libro incluye el estudio Vida y análisis de las obras de Cervantes, por George Ticknor (1791-1871), reconocido hispanista norteamericano que trabajó como profesor en la Universidad de Harvard y a quien debemos la popularización de la expresión “Siglo de Oro”.

La pasión de don Tulio por la obra de Cervantes se extendió también a las Novelas ejemplares, y es por ello que en su colección privada se conserva además un ejemplar que contiene Rinconete y Cortadillo, El celoso extremeño y Las dos doncellas, editado por la Colección de los mejores autores antiguos y modernos, nacionales y extranjeros, de la Biblioteca Universal, impreso en Madrid en 1873.

Decíamos que en la biblioteca de don Tulio también se encuentran algunas reescrituras, estudios y comentarios sobre la obra cervantina. No podía faltar la versión apócrifa de Alonso Fernández de Avellaneda, de la cual se conserva una edición de 1884, impresa por Daniel Cortezo en Barcelona para la Biblioteca Clásica Española.

También hallamos en la colección personal de don Tulio otro texto que emplea el personaje de don Quijote para tejer nuevas historias. En este caso se trata del libro Don Quijote en la gloria. Cuento fantástico, del escritor ecuatoriano Carlos Bolívar Sevilla (1871-1956). Don Quijote en la gloria es un relato que imagina cuál sería el destino del alma del ingenioso hidalgo luego de su muerte. Fue impreso en Ambato, Ecuador, en 1928 por la imprenta de L.A. Miño T. Este ejemplar exhibe dos notas manuscritas que nos traza el periplo del ejemplar: primero, una dedicatoria escrita por el autor, el 16 de enero de 1929, dirigida a la autora venezolana Enriqueta Arvelo Larriva: “En testimonio de admiración y respeto, a la inspirada poetisa, señorita Doña Enriqueta Arvelo Larriva”. Debajo de esta nota se encuentra otra, fechada ese mismo año de 1929, que dice: “Envío este libro (por si no lo conoce) a mi caro D. Tulio, quien nos dio con novedad un Quijote en que supo conservar con pureza el sabor cervantino. Enriqueta Arvelo Larriva. Barinitas, 1929”.

Entre los textos críticos también hallamos el de Francisco Rodríguez Marín (1855-1943) titulado Algunos juicios acerca de la edición crítica del Quijote. Fue editado en Madrid, por la Tipografía de la Revista de Archivos, en 1919. Rodríguez Marín fue un acucioso investigador de la literatura popular tradicional, miembro de la Real Academia Española y de la Real Academia de la Historia; además, durante los años 1912-1930 se desempeñó como director de la Biblioteca Nacional de Madrid.

En la biblioteca de don Tulio se encuentra además la primera edición de la obra magna de la crítica literaria venezolana: Cervantes y la crítica. Escrita por Amenodoro Urdaneta (1829-1905), esta obra fue impresa en 1877 por Fausto Teodoro de Aldrey, en Caracas, en la Imprenta a Vapor de La Opinión Nacional. Toda una joya de la bibliografía nacional.

Por último, hay que destacar la presencia en la biblioteca de Tulio Febres Cordero de un libro del filósofo y escritor español Miguel de Unamuno (1864-1936), Vida de don Quijote y Sancho, libro que intenta, con gran acierto y belleza, no una reconstrucción histórica ni una búsqueda del sentido original que Cervantes pudo haber dado a su novela, sino una exégesis personal del Quijote desde los ojos de un lector profundo y humanista como lo fue Unamuno.

Esos ejemplares relacionados con el Quijote que aún se conservan, todos con diversas perspectivas e interpretaciones, seguramente sirvieron de alimento estético e intelectual para que en Tulio Febres Cordero germinara la pasión por la literatura y en especial por la obra de Cervantes. De seguro, esas obras fueron los insumos para que don Tulio, desde finales del siglo XIX y principios del XX, emprendiera el proyecto de su novela Don Quijote en América o sea la cuarta salida del ingenioso hidalgo de La Mancha, publicada en 1905, como homenaje a los trescientos años de la primera edición de la inmortal obra cervantina.

En esa celebrada y a la vez polémica novela, que al día de hoy ya ha alcanzado las seis ediciones, don Tulio revive a don Quijote para hacerlo protagonista de nuevas aventuras y lo lanza a nuevos retos en su cuarta salida por tierras americanas.

Me gusta imaginar que Tulio Febres Cordero supo de la inmortalidad y la belleza del ingenioso hidalgo desde el primer momento en que la obra cumbre de Cervantes, prodigio de la lengua española e iniciadora de la novela moderna, llegó a sus manos en la Mérida de la segunda mitad del ochocientos, siendo apenas un joven lector. Luego de leerla, de seguro vería deambular cada tanto, entre frailejones y arroyos, al caballero de la triste figura.ballero de la triste figura.

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