“El mar, su ruido inconfundible, su inmensidad en la distancia y en la oscuridad de la noche. Como el universo, el organismo biológico o el cerebro, son realizaciones de algo muy grande”. La reflexión la tomo de Juan Carlos Urbina, periodista con ejercicio de muchos años en Ciudad Guayana; ahora recién ordenado sacerdote de la Iglesia Ortodoxa, por los predios de Lima donde nos encontramos. Su contemplación proviene de un corto paseo dominguero en las instalaciones de Larcomar, centro comercial de enorme afluencia turística en el distrito de Miraflores que se asoma a un acantilado impresionante desde el que se puede mirar la Costa Verde, la avenida que acompaña el circuito de playas y el mar extenso. Ya en otra ocasión habíamos venido al sitio en horas más tempranas y pude divisar algo de lo que menciona el presbítero, pero me inmoviliza el vértigo y esta vez, ni siquiera me acerqué a las barandas en las que se aglomeran los visitantes.
Las palabras las hago parte de mi soliloquio al regreso del apartamento, luego de un breve intercambio con un pequeño grupo familiar venezolano, aquí, en el que el escepticismo sobre las posibilidades de cambio en Venezuela, con las múltiples informaciones que llegan de las movilizaciones y la presión por la realización de elecciones medianamente normales (que no lo son ahora, ni lo más seguro las serán y en esto tienen razón), son impresionantes. Pero no, para estos amigos nada les convence; lo cual no tiene tampoco porque tener juicio particular. Pero repaso el decir de Juan Carlos y me digo que si no somos capaces de escuchar el mar en la oscurana o el eco de un rotundo clamor popular como podemos llegar a tener fe, que es abstracción superior, o cómo podemos llegar a sentir la materialización de la voluntad humana cuando en momentos importantes nos zarandea. Las manifestaciones de emoción y determinación que apreciamos en los recorridos de María Corina Machado por el país son expresión de una dimensión estelar que se abre paso. La gira hacia los pueblos del sur de Bolívar, los más olvidados de la región (junto a los del oeste del estado), no son solo fogonazos de un momento de emocionalidad colectiva, y son muchas las razones que las explican: las devastadas condiciones acumuladas, el dolor ante las privaciones, los atropellos de los poderosos; de los grupos ilegales y de quienes se suponen representan la ley, además del sufrimiento por las pérdidas humanas que integran un cuerpo único; la soledad y la indefensión total. Todo ese conjunto de sentimientos ahora encuentran una válvula hacia el anhelo de futuro por la cual levantar la voz. El grito y la advertencia al sujeto responsable ausente, representado en las autoridades locales, regionales y en el proyecto revolucionario nacional que, desligado y descompuesto, se encuentra sumido en solo conservar el poder. Ajenos a lo que son las inhóspitas realidades de esas poblaciones. Claro, al final sabemos que todos estos matices singulares se acoplan cotidianamente en cada uno de los pueblos de Venezuela.
“Voz de pueblo es voz de Dios”
La tierra rojiza de los municipios del sur, fotografiada en numerosos trabajos periodísticos sobre la explotación minera, con rebusques del sustento de las comunidades, las vías del fango pastoso, barracones, enfermedades y horrendos asesinatos. Componen submundos en los municipios del sur de Guayana, donde el avance de la institucionalidad con los gobiernos locales en la década de los años 90, se perdió hasta convertirse en caricatura. Azotados por las presiones compartidas entre la estructura de control político y social del modelo chavista y la presencia antisocial que impone condiciones.
Son por lo tanto la expresión perfecta de conglomerados venezolanos que se han desplazados desde otros municipios de Guayana y de otros pueblos de todo el país, callando -a riesgo de muerte- los derechos durante las últimas décadas. Sin embargo también en el sur se han producido explosiones de descontento como ocurrió con los conatos de saqueos en el 2016. Hoy se visibiliza la fortaleza cívica en la mirada electoral; el comportamiento ciudadano que encausa la apuesta firme y convencida (sin los gastados rituales de la política con sus partidos desfasados y sobreactuados dirigentes de plastilina) de la líder María Corina Machado, acompañando desde la solidaridad activa a los habitantes, el apoyo al candidato presidencial Edmundo González. Empieza otro ciclo, semejante en el rumor al mar a lo lejos. Las estadísticas y análisis no retratan lo que está ocurriendo. Son olas gigantescas del deseo de justicia y de cambio que como toda realidad impetuosa es esquiva a las clasificaciones.
“El 12 de mayo de 2021, 34 mineros fueron rescatados y un cuerpo fue recuperado de la mina Isidora. El 2 de febrero de 2020 hubo un colapso en la misma mina que sepultó a más de 20 personas y dejó un saldo de tres fallecidos, y el 13 de octubre de 2019 un total de 107 mineros fueron rescatados tras un derrumbe en el yacimiento que los dejó incomunicados por varias horas. En todos los casos, los mineros accedieron a las galerías sin supervisión alguna para extraer oro en una zona administrada por la Corporación Venezolana de Minería, ente adscrito al Ministerio del Poder Popular Desarrollo Minero Ecológico, y custodiada por la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) y la Dirección General de Contrainteligencia Militar (Dgcim), adscritos al Ministerio del Poder Popular para la Defensa”. Del reportaje de Runrun.es, reproducido por Correo del Caroní, 19 de junio de 2023. Todos, mujeres, hombres, niños, ancianos, jóvenes, traducen al unísono la decisión tomada por la Guayana más humildemente anónima. ¡Voz de D