viernes, 29 marzo 2024
Search
Close this search box.
Search
Close this search box.

Dictadura póstuma, artimaña vigente

En La fiesta del Chivo la personificación de Trujillo sobrecoge e impone a lo largo de la historia. Es real, humana y perceptible. Desde sus exhaustivas demandas de pulcritud hasta su vergonzosa incontinencia.

@francescadiazm

Muchas historias crean un contexto lúcido y recopilan los hechos con la franqueza de quien los ha visto ocurrir, pero sus personajes son escuetos y parecen estar mal dispuestos en la recopilación de sucesos. Otras, en cambio, tienen personajes consistentes que parecen empobrecer en una caterva de situaciones poco creíbles. Lograr un contexto que te lleve por las calles de una República Dominicana supeditada a los caprichos de una mano dura como la que le fue otorgada a Rafael Leonidas Trujillo por Mario Vargas Llosa en La fiesta del Chivo es un relato en el que merece la pena perderse.

El escritor peruano deja su firma en el boom latinoamericano con un libro en el que se explaya en los lados más sórdidos y abyectos de la tiranía de Trujillo, hito respecto de las satrapías latinoamericanas.

La que nos conduce dentro de las calles de Santo Domingo durante el primer capítulo es Urania. Resentida y solitaria nos relata el bullicio y contraste de la posdictadura. Alegoriza todos los abusos y crueldad de la Era Trujillo en una sola faceta: resentimiento. Urania provoca una dualidad de sentimientos: compasión e intriga. Un vaivén de recuerdos que impactan en el lector como centellas en la oscuridad de sus pensamientos y fría manera de ser.

La historia está relatada a tres voces y dos tiempos. Tres voces que se leen diferentemente pero que comparten el ímpetu. Mismos hechos, misma realidad pero en ella tantos matices. La inocencia que no sobrevivirá tanta inmundicia. El rencor que terminará ganando la partida. Y el hambre de poder que monopolizó República Dominicana durante 31 años.

No podía contarse sino con un lenguaje que rescata la naturalidad de los personajes. Que los vuelve uno mismo con la circunstancia. Así que el autor soltó los tecnicismos y no escatima en vocablos propios de la brutalidad de Trujillo. Esta intimidad reconstruye el aura plenipotenciaria que Trujillo poseía y que los libros de texto no alcanzan a darnos. Esa República Dominicana que se parece a la realidad de nuestros días: sancionados y despedazados por la comunidad internacional. Esa OEA que asfixiaba al régimen y el odio creciente entre las partes.

La personificación de Trujillo sobrecoge e impone a lo largo de la historia. Es real, humana y perceptible. Desde sus exhaustivas demandas de pulcritud hasta su vergonzosa incontinencia. Todos esos detalles reconstruyen la historia y la vuelven creíble. Desde las noticias de la mañana que se tiñen de censura en la radio dominicana hasta cada personaje que pasa por el despacho del jefe el 30 de mayo de 1961. Nada está aislado. Nada quedó sin profundizar. Vargas Llosa crea un relato en el que todo tiene que ver y todo es un punto de interés en la historia del Chivo.

El libro es multifacético: sensibilidad, crudeza e historia te mantienen a la expectativa entre las calles de Santo Domingo que en las páginas más oscuras se vuelve Ciudad Trujillo. Donde cada casa tenía su distintiva placa que rezaba “Trujillo es el jefe”.

Personalismo, demagogia y destacable crueldad. Esos son los elementos de este texto que impone. Su punto débil es que requiere lectura previa. Todo el contexto político, histórico y social de la Guerra Fría y la política de 1960 forma parte del inextricable relato de los protagonistas.

Seduce, atrapa y te hace seguir leyendo al mismo tiempo que educa y presenta las artimañas de los poderosos y las mafias de los estratos más respetables de la sociedad trujillista. La fiesta del Chivo se seguirá leyendo porque, como novela, cuenta con personajes consistentes. Como referente político contiene todo el arquetipo de la política de su época. Y como texto: despierta un interés profundo por la historia del continente. Presenta el lado más crítico del neoliberalismo y el clientelismo político aunado a la represión militar que llevará a lo más alto, pero también a su fin al jefe.

Rescato la manera de desmantelar el régimen creada por el escritor. Uno a uno cada crimen es expuesto. Así como cada faceta de la pérfida personalidad del jefe. Simultáneamente, Urania es una súplica a la justicia. Justicia que parece nunca llegar y que busca cada vez que revive la historia en su memoria. ¿Somos solo fichas en medio de la partida de un jefe?

Dentro de la historia hay muchos puntos de interés y es fácil darse cuenta por qué el escritor escogió esta época para contar. Sin embargo, encuentro brillante la mezcla entre personajes reales y ficticios para hacer una crítica mordaz y mostrar ese lado del poder ejecutivo que no solemos ver. La tiranía se sostiene en artimañas, en compra de conciencias y miedo. Ese miedo que a veces solo la rabia nos permite vencer. Así lo plantea la historia, la rebeldía como elemento de liberación entre tanta injusticia. La voz de Urania es la del que huyó y vuelve a recoger sus pasos en un país que ya no le es tan suyo como en su niñez. En sus recuerdos están todos los síntomas del miedo que nos impide accionar ante las injusticias y el apaciguamiento al que nos vamos sometiendo nosotros mismos por temor a las represalias.

Ante la idea de exageraciones, el autor explica que no es nada que no hubiera podido pasar en la Era Trujillo de la que hoy solo quedan monumentos y obras públicas. Te deja con la cuestión de preguntarte quién eres en medio de la represión. De qué lado de la historia estarías en esta multitud de vivencias y posiciones que dieron lugar al ajusticiamiento de Trujillo.