@OttoJansen
No hay que satanizar el diálogo, dice un vocero de la cúpula empresarial venezolana. Hay que pisar tierra, aconsejan, por otra parte exquisitos opinadores nacionales. Lo dicen con la tranquilidad de quienes “van para el baile”: al final se deduce que les regalaron las entradas. Solo que unos y otros son un combo bien acoplado en los propósitos de persuasión a una ciudadanía que agoniza diariamente. Las maniobras son notorias por estos días, aunque desde hace meses vienen constituyéndose hacia la colaboración con el régimen revolucionario porque esa “alianza” histórica será el remedio de los males directos de la economía, derechos humanos, libertades, la bancarrota de las empresas y los servicios colapsados, manifiestan. Soslayan que el proyecto despilfarrador y corrupto que tiene 20 y tantos años ejerciendo el control del país ha sido ejecutor de ese hilo de condiciones. Además (¡oh, caramba!) como si estos episodios no se hubiesen cumplido antes y ahora, recurrentemente.
En Ciudad Guayana, la Cámara de Comercio, mediante comunicado por estas mismas fechas de comienzo de año, se queja de la alícuota que en los impuestos municipales la Alcaldía de Caroní pretende cobrarle sin tomar en consideración las insalvables circunstancias que la situación del país y la pandemia le ocasionan a los que mantienen el empeño de no cerrar las santamarías. Pero es evidente que este tema no está en ese diálogo que han anunciado los empresarios con la Asamblea Nacional del gobierno -no reconocida por la comunidad internacional- o es quizás otro el diálogo al que enfrenten con los gobiernos locales. A ciencia cierta no se sabe, pero como ocurre con el servicio de agua en la región y otros reclamos urgentes de la comunidad a la materia, únicamente le aparecen largas o evasivas. Ahora, nada de esto es extraño. La revolución continúa en su afán de controlar todo y después le pasará alicate a muchos que hoy le acompañan, como también siempre ha sucedido. Lo que tampoco es extraño pero sí es incomprensible para la población, es la manera como en este ejercicio demencial los protagonistas de la escena pública nacional y regional, ni se diga, repiten las mismas posturas, buscan beneficios colectivos que no son tales y usan el mismo discurso estéril e inútil sobre que es imprescindible buscar acuerdos, mientras que la revolución entiende estos encuentros como una rendición incondicional, sin la defensa del texto constitucional, la libertad o la democracia.
En terribles circunstancias del país y de Guayana, como los hechos se empeñan en mostrarlo, la tragedia nacional no es razón, según estas voces, para la lucha cívica, la no resignación. Para no claudicar en el intento de capturar el futuro de desarrollo y de modernidad. Para estos dialoguistas per se, lo realista es el pacto de la tranquilidad, así el control totalitario vaya consolidando miserias.
Aúllan los fantasmas regionales
Resuenan esta misma semana, no es un caliche, desde el municipio Sifontes las comunidades indígenas que denuncian el asalto a sus tierras por grupos irregulares, igual que por las comunidades agrícolas del ahora municipio Angostura del Orinoco. No hay reacción de las autoridades, cosa normal, y los factores opositores de la región administran su silencio. La distorsión social, esa que ahoga y produce el aniquilamiento de los pobladores en el corazón de nuestras ciudades más grandes, y todavía más en los poblados periféricos, abandonados, no es asunto que produzca indignación y solidaridad. ¿Por cuál cambio se enarbolan discursos o cuáles son las soluciones que tienen prioridad en la catastrófica situación que padecen los guayaneses?
Una clase social, nueva en la nomenclatura, que componen ciertos políticos, se afana en hacer visible sus aparatos electorales. Son organizaciones, si esta es la palabra que pueda definirlo, absolutamente minúsculas. Existen los voluntarios y convencidos de acciones desde estos partidos, pero la mayoría son pescadores en río revuelto que ven la oportunidad que les brinda la revolución de hacer un modo de vida: las campañas electorales. Ocurre por estos días con opositores nuevos y tradicionales en el estado Bolívar que no tienen conexión con la realidad social. Estas siglas pretenden estimular una atmosfera de proselitismo que no existe en periodos sostenidos de cuarentena por la COVID-19. El gobierno, que se tambalea como un ebrio (de poder, sí lo están), tiene espacio y fuerzas suficientes para perseguir y asegurarse de la contemplación del escenario. Salen desde los conciliábulos las propuestas del diálogo “satanizado” y no pasará nada en meses, solo el goteo de las víctimas de la pobreza y de la pandemia que no cesará.
El acto de reflexión o los intercambios de ideas constructivos que ensamblen la organización de la gente en función de problemáticas críticas o la defensa de los derechos sociales y democráticos, además de un acto de inteligencia, son un acto de amor puro. Una y otra cosa, con la ejemplaridad política, integra una ecuación de lastimoso vacío en la extensa Guayana. Y no es que no haya avidez de los pobladores. En momentos duros de la propuesta libertaria, del espacio reducido de la Asamblea Nacional legítima y el papel que le asigna el estatuto de Transición Democrática a Juan Guaidó (instrumento despreciado por los exquisitos y vivarachos), la cuestión es la carencia del coraje en la firmeza de posiciones que catapulte los procesos con la reciedumbre que la complejidad amerita para los cambios; no para maquillar la torta revolucionaria.