No hay razón que sirva de fundamento a los propósitos del régimen bolivariano cuando recurre al pantano de bajezas; a esas degradadas conductas políticas e institucionales, sembradas por 25 años, para sostener su mentira con el fraude electoral del 28J. La mentira, que el resto de la sociedad venezolana contempla como lo que es, mientras desarma con precisión la farsa de los sujetos revolucionarios, factores sociales, complicidades y agentes cargados de parsimonias, tal es el caso de gran parte de la comunidad internacional.
Esta semana que finaliza, miles de tretas de corto alcance aparecieron con sonoridad en la opinión pública nacional, dirigidas a crear impactos sobre la verdad. Algunos voceros conocidos por sus análisis sofisticadamente “técnicos” plantearon la casi imposibilidad de que los venezolanos hicieran valer la soberanía expresada en las elecciones presidenciales y dejaron caer, como quien no quiere la cosa, que el actual pudiera ser el escenario para una mejor organización de los factores democráticos hacia el futuro. Esa misma búsqueda de “normalidad”, de “paz”, también se cuenta en nuestra Guayana con voces más agazapadas -cobardes para la defensa de los principios, por supuesto- que intentan inflar la presencia (obviando que la región se encuentra en el subsuelo del cuadro social y económico) de autoridades fatuas en relación con el acontecer local y del país. En los que la opinión abrumadoramente popular concedió la victoria al sentimiento de cambio hace dos semanas. Hay voces, igualmente, que reconociendo el esfuerzo logrado para la victoria electoral y el manejo inmediato de las pruebas del fraude, minimizan a quienes son sus protagonistas legítimos: los ciudadanos. Y, por ejemplo, en el estado Bolívar señalan de hacedores a partidos, de los cuales la población no ignora su nula acción desde hace mucho rato, su absoluto descrédito y lo que siempre hemos dicho por estas líneas -sin alusiones personales de ninguna naturaleza-, que en esas organizaciones, con excepciones seguramente, puede asegurarse no cuentan con “huesos sanos”.
Se intenta, evidentemente, estimular la mezquindad para con la líder María Corina Machado, a la que para nada nos importa aupar en su condición de nuevo caudillo.
El plano internacional ha sido otra madeja -protocolar y de plastilina- del charco donde pretenden llevar la decisión de las mayorías venezolanas, en la que es notoria la determinación de los sectores más necesitados que se han plantado frente a los mitos del socialismo del siglo XXI. Vainas increíbles como las propuestas de países que quieren “soluciones” a su medida, como eso de repetir las elecciones que “insinúa” el Gobierno de Brasil, lo del pronunciamiento de un TSJ (controlado por el régimen) que dice el presidente de México, o la fórmula de compartir el poder; mientras sus anteojos “conciliadores” simulan ceguera sobre el horroroso nivel de persecuciones, desapariciones y detenciones arbitrarias, con la construcción acelerada de grandes campos de concentración para la disidencia.
“El factor humano”
1.406 apresados ha podido confirmar el Foro Penal en su último reporte de detenidos a partir del 29 de julio hasta los días de agosto que llevamos. “En Venezuela hay una represión para aplastar el movimiento electoral”, declaró Oscar Murillo, coordinador general de Provea. Para algunos, este cuadro de violaciones a los derechos humanos y a la libertad de expresión, que involucra tanto a los profesionales de los medios de comunicación social como a: “Una ciudadanía más arrojada al momento de defender la verdad y luchar contra la desinformación”, como apuntó el licenciado Marcos David Valverde en un live de Instagram con nosotros. Este cuadro de violencia, enfatizan, no va a parar. Pero tampoco, decimos nosotros, va a parar el ímpetu cívico fraguado con el proceso electoral que ha privilegiado decidir con el voto el destino de Venezuela, manifestación sagrada a la que se intenta decapitar.
Basta asomarse para comprobarlo a los indicadores de las reacciones nacionales ante el fraude. De allí que redoblar la organización ciudadana y contar con el manejo escrupuloso de información, sean imprescindibles en el actual forcejeo de no dejarnos arrebatar la libertad. La población debe detectar los elementos que obstaculizan y son adversos al proceso de justicia y transformaciones de la sociedad venezolana; tanto en el presente momento de mayor oscurana y saña del poder político, como en el futuro inmediato cuando los zorros y camaleones (de la cultura, economía y política) seguirán queriéndose colear.
El tejido social y la vocación democrática del país han mostrado un formidable vigor; es coincidencia unánime. Se implanta la solidaridad en la condición humanista, con entrega a los valores cívicos más firmes en estas horas de tensión. La espiritualidad y la esperanza (esa bien concreta que se forja en capítulos apremiantes y duros) son armas de integridad que acompañan los momentos intrincados en los que hoy se mueve el país. En un momento en que la canalla apela a los instintos más oscuros, la confianza convertida en atmósfera cotidiana es prueba de que los venezolanos consolidan su aprendizaje.
El régimen seguirá su teatro, los aliados sus propuestas, los equilibristas extranjeros y criollos podrán jugar su juego, los políticos que aún deambulan arrastrando sus cadenas a la caza de protagonismos, podrán continuar con sus cálculos. Pero lo importante y significativo de esta lucha es que la gente eligió su destino y, créanlo, será su palabra la que se imponga y se haga valer.