martes, 21 enero 2025
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Del principio y del fin

Colette Delozanne elaboró estructuras salidas de su imaginario que buscaban elevarse a la par del contexto natural que las albergaba, en las que establecían maneras vinculantes de coexistencia.

@ngalvis1610

¡Cuántas veces hemos reflexionado sobre el gran misterio de la muerte y sobre las interrogantes de la existencia! Muchas formulas se han establecido para dilucidar aspectos en torno de tantas preguntas. Nacer y morir. Cuando nacemos empezamos a morir, porque es cierto que para fallecer la condición es estar vivo.

Al nacer empezamos a alejarnos del estado más natural que podemos alcanzar, posiblemente, y comenzamos nuestro recorrido de alejamiento de la naturaleza o de lo más natural.

Entonces, ¿morir significaría regresar o acortar esa distancia? Recuerdo la sentencia aquella “polvo eres y en polvo te convertirás”. Y no niego mi gusto por las preguntas sin respuestas, porque brindan la sensación de la búsqueda inacabable, del sentido de la vida.

En el arte son recurrentes los ejemplos de formulaciones con apuestas a estas reflexiones. La gran pregunta sería cuáles no. Incontables propuestas plásticas apuntan hacia una mimetización con lo natural, la confusión entre el objeto creado y la creación misma. Muchas piezas han sido tratadas para evocar el aspecto más orgánico posible. Tantas han sido trabajadas para evocar una textura que enmascara su materia real. Y esa pretensión pretende mimetizar la pieza con los ornamentos naturales.

Estas primeras líneas solo pretenden introducir a Colette Delozanne, la artista francovenezolana que murió este 29 de junio de 2021 para emprender un viaje que quizás ya estaba planteado en su producción, el acercamiento a lo natural.

Nacida el 8 de enero de 1931 en París, Francia, en 1955 se establece en Venezuela, donde contrae matrimonio y da inicio a su extraordinario periplo con su formación como ceramista en el Taller de Arte Libre.

En el preludio de su creación plástica, elabora sus primeras formas en arcilla con una clara pretensión de asemejarlas a cualidades orgánicas, de evidentes reseñas físicas a seres vegetales o animales; estructuras salidas de su imaginario que buscaban elevarse a la par del contexto natural que las albergaba, en las que establecían maneras vinculantes de coexistencia.

Logra gran maestría en el dominio y manipulación de la cerámica, como materia base, excusa para sus tridimensionalidades y expresión artística. La arcilla y el gres en sus manos devienen grandes formatos que germinan y se convierten en la incertidumbre visual del espectador que la contempla.

La verticalidad de sus piezas no niega su versatilidad y su capacidad de ramificarse, entrelazándose con el paisaje.

Colette Delozanne devuelve a la tierra la arcilla, el barro, sometido a altas temperaturas para su transfiguración. Vuelve con otro aspecto, pero regresa crecido, reelaborado, sin haber perdido la conciencia de su origen. Delozanne lo hace volver, como ella ya tomó su tiempo de regreso a la tierra, en un lugar diferente del que la vio nacer, pero tierra al fin, esta última agradecida por tanto.

Hasta luego, Colette, nos quedan tus palabras hechas tótem de texturas orgánicas, esplendidas invitaciones tridimensionales para apreciar la naturaleza. Porque el fin siempre significará el principio para algo.

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