Estamos en una peculiar dinámica “electoral”. Con algunos de los efectismos de las estrategias de una campaña regular; quizás las más burdas en caso del gobierno, pero del mismo modo, y contradiciendo el espíritu democrático, con persecuciones de los cuerpos de seguridad del Estado y de otros organismos del régimen a quienes hacen actividad proselitista por la otra opción; victoriosa según todos los sondeos de credibilidad. Este es el tipo de proceso de elecciones en la coyuntura de Venezuela que incluso en el imaginario de los votantes se está a la espera con serenidad pasmosa del zarpazo contra la voluntad popular y cuya provocación, según el vigilante sentimiento nacional, no vislumbra sospechas de ser aceptado con sumisión por las mayorías.
En esas coordenadas algunos actos de campaña que son bufos, como eso de saludar a un público invisible para la edición de la televisión oficialista, pueden tolerarse. ¿Por qué no? Basta con la risa. Hasta esas caravanitas de guardaespaldas y escasos milicianos correteando los automóviles que transportan al candidato de la revolución pueden comprenderse. Después de todo aquello del derecho a hacer el ridículo es incontestable.
Pero claro, hay materias que no admiten chistes, ni operetas: la salud, la educación, la desnutrición infantil, los salarios, por ejemplo, o el tema de las empresas básicas de Guayana, que supone a estas alturas por parte de la gestión pública del socialismo del siglo XXI, la agonía prolongada de un modelo industrial inexistente tras haber sido socavada la naturaleza de su quehacer en la productividad, las inversiones, la eficiencia y disciplina laboral. Sidor y todas las fábricas de Guayana, orgullo no tan lejano de récords de producción, de enjambre de empleos y nacionalidades. De innovación tecnológica, de duros pero cívicos encontronazos entre las gerencias y los sindicatos, son en este instante el mejor monumento a la ineficiencia por aberraciones que empezaron al concebir el control obrero, especie de cédula soviética de fábricas, que uniformó de paramilitares con armas o simulación de estas (palos de escobas a manera de fusiles Kalashnikov) a los trabajadores para que jugaran en las áreas de trabajo a ser guerrilleritos, mientras los “vivos” de la unión cívico-militar chatarrearon las máquinas, los equipos y presupuestos.
La visita de Maduro, esta misma semana al desdibujado portón tres de la Siderúrgica del Orinoco, en la casi paralizada Ciudad Guayana, es atemporal (no se ubica en el estado comatoso laboral ni del pasado y menos del presente). Se enfoca en una escena de formato de los viejos espectáculos televisivos (como remedo de un Sábado Sensacional) para difundir consignas (siempre las mismas), medidas sin aplicación real (lo de continuar la construcción del III Puente sobre el Orinoco, tras 12 años paralizado y habiéndose gastado varias veces su presupuesto inicial es de un surrealismo perturbador), colores pasteles de la escenografía revolucionaria y un “cuerpo” de baile con una suerte de bamboleo epiléptico, invitando a un entusiasmo prefabricado como gesta revolucionaria. Todo esto en la teoría cubana, tal vez de la guerra asimétrica a la fórmula electoral que le saca volúmenes impresionantes de gente en las calles y ciudades con María Corina Machado y Edmundo González.
Ahora en lo que realmente importa sobre ¿qué hacer? En este caso con el destino del estado Bolívar, el mensaje es patético, pues es una sorna humillante al no encarar las convenciones colectivas eliminadas, los beneficios que no existen ni para Sidor ni para ninguna empresa y las redefiniciones de las fábricas colapsadas. Los programas necesarios para poner de lado tanta ruina acumulada (por supuesto el chavismo no da para eso). Apenas unas líneas a unos recursos “que se consiguieron” que estarían en manos supuestas de una empresa india cuyas condiciones, por no conocerse, pueden ser parte de tramas y negocios que luego se descubren son de uso personal para dirigentes y allegados al proceso. Historia de las últimas décadas.
La Guayana que impugna y se hace nueva
El economista José Luis Alcocer, antiguo dirigente sindical siderúrgico, hoy en la actividad política, siguiendo al tema sidorista, resume su apreciación a la presencia de Maduro: “Ya pintaron, pusieron bien bonito al portón tres. Regañará a mucha gente, preguntará por qué no le han dado la tarjeta de alimentación a los no requeridos. Cambiará gerentes por no haber cumplido con el legado de la revolución. Ofrecerá, ofrecerá y ofrecerá”. El exdiputado regional guayanés Juan Linares destacó en parte de un artículo suyo: “Nicolás Maduro no habló nada absolutamente de lo anterior, ni de la restitución de los derechos laborales constitucionales, legales y contractuales. Solo expresó la utopía y fantasía de apoyo económico de los países Brics, que integran Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, del cual Venezuela no forma parte. ‘Fin de mundo’. No ha hecho nada bueno en 11 años del mandato de su régimen y vino a Guayana a hacer anuncios a 40 días del proceso electoral presidencial”.
El proyecto chavista está en sus estertores y, quiéralo o no, tendrá que entregar pese a su obsesión de entronizarse. Un escudo de hierro, como sentimiento de la Guayana naciente, mostró su intención en la concentración de la líder María Corina en el sector La Churuata, de Puerto Ordaz. Allí dio señales de la decisión a no quedarse ni en las mentiras ni en la nostalgia. De la expresidenta de la Cámara de Comercio de Caroní, licenciada Catherine Wilson, a propósito de crear una marca Ciudad, de referencia a nuevas áreas de desarrollo, le escuché esta frase: “Enfocarse en lo que somos buenos y hacerlo”. Ese es el punto. Lo otro es seguir escuchando el irresponsable y lastimero coro del show rojo. Dijera un célebre y recordado declamador: “¡Fuera Satanás! Yo digo lo que veo”.