El Día de los animales ha sido el elegido por un tipo que cobra como defensor del Pueblo, para mostrarse a través de los escasos medios de comunicación que sobreviven en este expaís. El 4 de octubre la Organización Mundial de Protección Animal decretó esta celebración hace 94 años. Desde 1929 está señalado en el calendario, para recordar a todas las especies animales con quienes compartimos el planeta. Turbadora la inusitada palabrería de este funcionario, que forma parte de esa extravagante entelequia socialcomunista conocida como poder moral. Por su inoperancia, incompetencia y anonimato dudo que se le tenga en cuenta en el pueblo que dice defender.
Con esta aparición mediática este burócrata busca congraciarse con el fiscal, que últimamente se ha dedicado a investigar reguetoneros y a quienes atentan contra las bestias, sin ánimo de ofender. Debo decir que no soy una animalista fanática, pero respeto a todas las especies. Cuando podía ver Animal Planet en Directv, mi perspectiva cambió de manera radical, incluso con las serpientes que me generaban un miedo irracional. Poco antes del despojo de esta TV satelital, ya había logrado ver de otra manera a estos réptiles. También me formé una opinión positiva de los zoológicos “más humanos”. Verdaderos hogares de animales privilegiados que no están obligados a luchar para sobrevivir, como sí deben hacer los que están en la selva. En los países primermundistas los habitantes de un zoo tienen su comida, atención veterinaria en todas las especialidades, espacios que emulan sus hábitats, viven con sus congéneres, disfrutan de su sexualidad y se reproducen. Tienen cuidadores que los aman y decodifican la amplia variedad de sus gestos y sonidos, vale decir su lenguaje.
Ya quisiera la mayoría de la humanidad tener a su servicio todo lo anterior, pero lo cierto es que el género humano está muy lejos de ver masificado el estado de bienestar del que gozan los animales en esos zoológicos de y en los países civilizados. Muy por el contrario, en el mundo impera la peor ley de la selva. Hay guerras, violentas invasiones por pulsiones imperiales de peligrosos sociópatas como Vladimir Putin. Abunda la pobreza en países vulnerables, dominados por tiranos, cuya elite dominante disfruta en su cúpula de cristal y goza de todos los privilegios y prerrogativas que una riqueza -de la que se apropiaron- les proporciona.
En Venezuela es ostensible que la miseria tiene en sus garras a la mayor parte de la población. Los niños desnutridos se enferman y no hay hospitales ni medicinas para curarlos de sus más frecuentes patologías. Cuando se trata de casos graves todo se torna más complicado, porque los tratamientos son muy costosos y los trasplantes están suspendidos. Por ello vemos cómo los infantes mueren en hospitales como el J.M. de los Ríos, donde antes se salvaban vidas y ahora es la antesala de una despedida definitiva. Con relación a esta dolorosa situación que padecen padres e hijos, no he visto al defensor del Pueblo pedir un poco de respeto para la vida de estos niños.
Los ancianos -sin eufemismos ridículos e hipócritas de terceras o doradas edades- son otro sector que ha sufrido en carne viva las consecuencias de la sevicia de una tiranía, a la que no le importan el sufrimiento, el abandono y la desolación de quienes trabajaron, formaron familia y criaron a sus hijos, como parte de su responsabilidad y compromiso con la sociedad. Muchos sólo reciben una pensión de 130 bolívares y se resignan a morir mal alimentados, solos y sin poder atender la salud, que suele ser complicada en la última etapa de la vida. Esta tragedia no ha movido ni una sola fibra de la tan cacareada sensibilidad socialcomunista, que los haga espetar una frase que pida “mayor respeto” para la vida de los viejos.
El pueblo experimenta cómo el socialismo del siglo XXI lo ha hundido en el infierno de la pobreza más extrema. El hambre aprieta -con crueldad- los cuerpos que resisten tantas privaciones. Ese pueblo definido por el DRAE como “Población de menor categoría. Conjunto de personas de un lugar, región o país. Gente común y humilde de una población”, ha visto desmoronarse su vida y sus familias cuando los hijos huyen. Los que se ven obligados a quedarse no pueden mandar a los niños al colegio, porque no tienen para alimentarlos y mucho menos para comprarles el uniforme. Nueve millones de venezolanos se han fugado de esta dictadura, y todavía no he leído que el defensor del Pueblo se haya manifestado frente a ese éxodo masivo que destruye a la familia y a la sociedad.
Agridulces
No creo que sea de utilidad, pero les informo que quien cobra como defensor del Pueblo tiene como nombre Alfredo Ruiz Angulo. Un gordito rozagante, de barba y bigotes canosos sobre unos labios finos, que simulan una leve y enigmática sonrisa, que me recuerda a La Gioconda.