@OttoJansen
A estas alturas de la dura crisis integral, presente desde las últimas décadas en Venezuela, ¿Qué tipo de identidad tiene el extenso estado Bolívar? Considerada una de las regiones más golpeadas y con mayor involución en el cuadro de las jurisdicciones del país. La pregunta no es ociosa, como tampoco está formulada para recrearnos en la autoflagelación de un escenario que prolonga su agonía en los indicadores de la nación, pero que para Guayana, específicamente, entroniza la inercia en la falta de derechos laborales, la extirpación premeditada de los derechos políticos y ciudadanos que desde hace mucho, mediante las hilachas institucionales locales y regional, se han manejado por los antojos de los “lideres” nacionales, mediante grises agentes terciarizados de la revolución.
Cuando entramos a mayo, quinto mes de un calendario casi que ayer recién estrenado; el finalizado mes de abril (que ha podido parecer para el ser distraído, también robado dijera Sabina en su canción), nos deja algunos datos en sus días de aconteceres para el mundo y específicamente para los venezolanos. Dossier_Venezuela escribe el 21 de abril la siguiente nota: “SOS Orinoco denuncia devastación minera ilegal en Canaima y advierte impacto nacional en energía y biodiversidad (…) En dos años, la minería ilegal destruyó el bosque rivereño, contaminó el hábitat y las aguas con mercurio y aportó una gran cantidad de sedimentos al río Caroní. Indicó la organización a través de sus redes sociales, acompañando la denuncia con imágenes satelitales y evidencia de dragas operando el área. Una amenaza al embalse de Guri y al sistema eléctrico nacional”. El portal upatadigital.com del 20 de abril hace referencia en un texto a un escenario en Ciudad Guayana que ya hemos comentado por estas líneas pero que vale la pena abundar. La nota del portal: “La Torre Movistar que albergaba oficinas de telecomunicaciones y otras empresas, es ahora un símbolo de la decadencia económica, con vidrios rotos, fachadas descuidadas y estacionamientos vacíos”. El recorrido hacia los pueblos del sur del estado Bolívar, que fue una vez reservorio de la naturaleza, con potencial superlativo para abordar el progreso, ya hace, por lo menos 15 años, no es tal recurso. La devastación máxima de estos territorios es lo único evidente a estos meses. La economía del Estado nacional que se ha llevado por delante la biodiversidad (tantas veces denunciada) y convertida por los grupos de intereses que pululan en pueblos y caseríos -nuevos y antiguos- de la vialidad de la Troncal 10 (bandas criminales y sus nexos nada disimulados con instancias del gobierno), en un espacio amplio para la opacidad. Esa economía, irregular, primitiva y sin garantías, es también por estos días solo un ritual de inercias; los guayaneses y la población del país que se mueve a esas dinámicas en busca de sustento, apenas sobrevive; peor que como ha sido siempre a lo largo de la extracción minera, en otras décadas rudimentarias y ahora monopolizadas por financistas en los que no se determina el rol de privados o de inherencia pública: eso sí, avanzan de la mano del poder político y la revolución chavista con sus espasmos y estertores, tras todo lo que es posible capitalizar.
Guayana, la oscuridad más completa
¿Qué perfil e identidad posee la Guayana de hoy? Insistimos. Hubo una vez, que al poderoso holding que constituían las empresas básicas, se implementó una campaña tendiente a establecer y consolidar el creciente número de pequeñas y medianas empresas metalmecánicas que empezaron a asentarse en Matanzas y en la zona industrial de Chirica. Las empresas “aguas bajo” que tanta repercusión, como narrativa, llegaron a tener. Para mayo 2025, parece hubiesen pasado 50 años de esos esfuerzos de los que quedan los galpones de recuerdos y en otros casos, ni siquiera estos. Los gigantescos desmanes de la corrupción chavista arrasaron con las empresas básicas a las que convirtieron, primero en patios de entrenamientos de milicias revolucionarias con palos de escobas, como rifles Kalashnikov, hasta llegar a la condición, que aún se mantiene, de cascarones vacíos, depósitos de chatarras; al desmantelamiento en el que incluso el impacto local de las noticias laborales e información en las fábricas, desapareció por completo.
En los últimos años, hablamos del 2003-2007, pareció empujar la balanza para el estado Bolívar, en dirección de una educación universitaria privada robusta, ante la paulatina destrucción de la Universidad de Oriente y de otros entes educativos públicos. Se erigía en faro de luz, semilla de una narrativa pujante de inquietudes hacia esa identidad guayanesa signada por el conocimiento, impulso de nuevos caminos en la economía (desaparecido el proyecto industrial) y una gran ansia por el futuro de libertad y derechos. Esta tendencia también se detuvo: el futuro se extravió de la visión y coraje de esos espacios que no han podido confrontar las adversidades; quedando la narrativa en estado vegetativo y ausente de todo contenido social, político, institucional y económico, retador de conceptos audaces -como pudo presentirse- que desestimaran los rígidos y cuadriculados esquemas del discurso analítico clásico, agotado.
Ahora, al comenzar el nuevo mes, hay un forcejeo de los grupos acomodaticios locales (insignificantes numéricamente, pero sumamente ruidosos cuando se trata del dólar para sus bolsillos) por imponer la irrealidad que impulsa el chavismo. Se rinden pleitesías a un orden fantasmal de leyes y de gestión pública. Convocan a pedir cuentas a una institucionalidad tramposa y muerta. No pueden otorgar soluciones, ni podrán hacerlo nunca. La política de la mentira que viene usando el régimen, a la par de la represión, es repetida por medios cooptados por la función propagandística; convenciendo exclusivamente a sus propios creadores. La decodificación de la verdad fraudulenta, por lo tanto, está en manos de los guayaneses. Esta hora sin identidad de la región solo podrá ser superada por una transformación desde sus raíces. Eso se sabe.