Cuando se habla de la libertad uno suele traer imágenes de los pájaros volando. Son seres que van de rama en rama, luego dan menudos brincos por las fuentes de agua donde beben, se bañan y esponjan sus plumas hasta sacudirse. Después se levantan como si nada y surcan los aires… aunque estos seres alados también tienen sus problemas, caso el de los alcatraces, que después de planear por los aires en busca de peces para llevárselos al pico, acuatizan a toda velocidad y, si cometen algún error de cálculo, pueden lesionar sus alas irremediablemente. Algunos quedan esperolados, los pobres, les queda acercarse a los desembarcaderos de la orilla para surtirse de las pescas.
Cuando uno imagina la libertad no piensa nunca en un ser como el topo que logra abrirse paso entre la tierra… porque es que la tierra es muy oscura, hasta da claustrofobia. Asociado al topo están los presos, que deben cavar entre las estructuras para huir de las cárceles, abrirse camino, así sea por los ductos subterráneos de la ciudad de París. Hay veces, que cuando se trata de abrirse caminos de huida entre las estructuras, las grietas, pasadizos secretos y espacios marginales como las cloacas y botaderos de basura, se convierten en vías para llegar a ser, en la medida de lo posible, libres. Y hay que decir también, que a veces se muere en el intento.
De este aspecto tortuoso y laborioso, la prueba misma de la fortaleza de carácter, se encuentra un sinnúmero de imágenes en los mitos, textos literarios y fílmicos sobre la aventura humana. Ni decir sobre nuestro anhelo de libertad en el vuelo de las aves.
Se podría decir que hay rasgos de la libertad entre los pájaros y los topos. Porque de los pájaros ese anhelo por desafiar la gravedad, elevarse a estratos superiores de la conciencia, del ser, o la promesa del sueño acariciado. Del topo la constancia, el afán, el aguante, la visión en la oscuridad, esta última quizás como la del búho, una ave.
La estructura humana está hecha por nuestras palabras y acciones, y ellas conforman edificios que nos organizan la vida. No siempre son fáciles de ver o transformar. Cuando son laberínticas, nos causan desasosiego, como el de la confusión de la torre de Babel, suprema imagen de la caída. Sentirse atrapado en los espacios del lenguaje estriba en cómo funcionan los mensajes, aquellos hechos por palabras, que de tanto acostumbrarnos a usarlas, dejamos de verlas, percibirlas.
¡Porque, cuánta asfixia hay cuando los muros están hechos de palabras!