El tema de la democracia es pertinente para nuestros pueblos latinoamericanos. Esto me lo reitera la ciudad de Lima, en medio de la tormenta política que vive Perú, con enorme tranquilidad de los habitantes capitalinos (que soy testigo), a la par que la violencia en sus regiones sirve de bandera a los grupos políticos que se dicen interpretar las clases sociales con altos niveles de desigualdad en la calidad de vida, pero cuyo camino a la transformación, en la protesta y el discurso, se intenta desde la lástima y el resentimiento.
El tema democrático se hace visible apreciando los intrígueles del caso peruano y se hace más que obligatorio para el proceso venezolano, por ejemplo. Lo que ocurre en Venezuela desde hace 23 años, no es ni de lejos democracia; ni es lo que se pretende con el proyecto chavista del Estado Comunal de claro diseño autoritario. Pero tampoco es espíritu, ni ejercicio de la democracia, lo que los partidos políticos actuales de nuestro país impulsan, convertidos en franquicias y feudos personales. Allí no existe espacio para el protagonismo de la sociedad, ni para las consideraciones a las tantas veces señaladas fallas del sistema democrático en el mundo actual.
Camino por la avenida Defensores del Morro, antigua avenida Huaylas, de los Chorrillos. Es una vialidad concurrida de tráfico y una extensión de 1 km y 26 metros, me dice la fuente consultada. Tiene de longitud 30 cuadras, llenas de establecimientos grandes y pequeños, donde el empuje comercial es fuerte, con significativa presencia popular. En la avenida, mientras la prensa hace seguimiento a los focos de disturbios del centro de Lima y, ocasionalmente en estos días de enero, sobrevuelan exactamente tres helicópteros militares con destino a esos tumultos, el grueso de la población del sector camina sin prisas, ni sobresaltos a sus labores. Jóvenes que son la mayoría y personas de mediana edad esperan las diversas líneas del transporte público y me llama la atención el máximo respeto a los cruces y semáforos. En eso anda la vida, que he visto de los urbanismos de Chorillos, que alcanzan a más de 100 asentamientos, me indican.
En el desarrollo de todas las informaciones de los días, y con mayor relevancia la cobertura internacional, hacen referencia especial al número de víctimas, significativas por supuesto (donde funcionarios policiales caídos no se mencionan), de enfrentamientos con visos de accionar de guerrillas e incluso de terrorismo. Sin embargo, poco se resalta -en la narrativa- los mecanismos democráticos y constitucionales (que están siendo puestos a prueba), presentes en esa ecuación política, una vez producido el intento de golpe del destituido expresidente Castillo.
El vacío del registro acerca de la importancia al apego a las leyes, tanto de quienes ejercen la jefatura del Estado, como de los ciudadanos, no propicia explicaciones u orientaciones suficientes, por lo que se produce entonces “la idealización de los olvidados”. Se incurre, tal vez no deliberadamente, en un déficit significativo para que esa democracia que tanto se pregona, pero que también es atacada por las visiones autoritarias y populistas, tenga respaldo y posibilidades de mostrar sus capacidades. Que pueda, esa democracia, permitirse desdeñar el chantaje y las descalificaciones, en un ambiente de debate duro, seguramente, pero que tienda a los equilibrios constitucionales de actores políticos y comunidad, cumpliendo la pertinencia del reclamo colectivo y de los necesarios avances institucionales.
Vigor de los mecanismos civilistas
Entonces la mitología se agiganta: la confrontación entre los “desvalidos” y el Estado “opresor”, es el dilema que solo permitirá la permanente sucesión de cuestionados procesos sociales, económicos y políticos que, por supuesto no resolverán la acción de la gestión pública y la gobernanza, razón medular de la insatisfacción popular. Esto deriva en la destrucción y en la miseria crónica, aunado al imperio de los “representantes eternos” del pueblo, tal es la catástrofe que hoy es la condición venezolana. La clase política, pero también ningún otro estamento de la sociedad, en su momento, supo entender de las amenazas a la República, al Estado de Derecho y a la libertad, procediendo a darle curso en nombre de una supuesta justicia a maromas con los mecanismos del poder. Ahora se paga caro, casi sin soluciones a la vista y con un país arruinado y secuestrada su institucionalidad, sin que existan los mecanismos factibles para el retorno democrático en circunstancias de aplicación formal de los derechos políticos.
En Perú, la violencia está presente producto de los desmanes policiales, pero también de cuando al tipo de agitación violenta de calle (azuzada innegablemente) es el modo de entender la búsqueda de las reivindicaciones sociales donde la civilidad no es importante. Se invoca la queja por los derechos, teniendo de solo responsable al gobierno, que la narrativa de los intereses, y en muchos casos foráneos, se encarga de reforzar. A los “necesitados”, por una parte se les usa de “carne de cañón” y por otra, ciertos sectores les levantan banderas de “pureza”. Esa exacerbación calculada no se enfila, sin embargo, a defender los alcances de la modernidad que son muchos. Al ocurrir esto, el camino es que cualesquiera sean los gobernantes próximos, terminarán asumiendo como natural lo que fueron cuestionamientos mayoritarios. Como ocurre en Venezuela donde los antiguos paladines de defensa de los derechos humanos y políticos ahora son los verdugos; los nuevos capitalistas, con casta incluida, son los revolucionarios. De allí la urgencia del balance, la reflexión y propuestas sobre la democracia. Haciéndolo con el análisis honesto y descarnado en la recuperación de su fortaleza ante las catástrofes políticas y los totalitarismos en desarrollo.