viernes, 29 marzo 2024
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De lo ornamental

Gustav Klimt es el más emblemático representante de la combinación entre el simbolismo del fin du siecle y el Art Nouveau del recién estrenado siglo XX. Consolida su prestigio gracias a su alta carga de refinamiento, su compleja expresión y el más exótico hermetismo.

@ngalvis1610

Unas cuantas gotas de lluvia son suficientes para transformar el entorno. Resplandecerá en su verdor más elocuente, dándole un regalo a la vista. Ese reverdecer es sinónimo de buen tiempo y hemos convenido surgir en ánimo y emoción con todo florecer.

La naturaleza marca sus ritmos y nos envuelve en ellos. Es como el germinar del espíritu que nos impulsa a acariciar el nuevo escenario que nos brinda el ambiente. La lluvia pareciera limpiar la atmósfera y en compensación lo floral se engalana dándonos alegría visual.

Hay una nueva luz y los objetos vegetales brindan sus mejores colores y formas. Sí, surge un colorido que nos encanta y nos propone un sentimiento de prosperidad. Posible convención, como lo mencionábamos, a lo mejor, pero los colores tierras, marrones y amarillos se contraponen a nuestra idea de bienestar. Por el contrario, los verdes y florales vivos nos arropan de optimismo y positividad.

Este nuevo aspecto de la naturaleza que renace después de una lluvia está cargado de simbolismos para nosotros. Y es precisamente entre esta formulación y de una nueva propuesta plástica que se va a demarcar una inquietante visión pictórica, a principios del siglo XX. Este nuevo estilo fue conocido como el Art Nouveau, con otros nombres en otros países, pero este adoptado en Francia es el que más lo caracteriza en la historiografía artística.

Es entre estas dos corrientes del Simbolismo decimonónico y el Modernismo (como se le conoció en España) que se desarrolla uno de los lenguajes plásticos más seductores de la pintura contemporánea. Aquella edad dorada del imperio austrohúngaro fue el escenario para que la muy estable burguesía de la época se dedicara a proteger a sus artistas y condicionaría a Viena a su irremediable decadencia como capital del arte occidental y estableciera sus intereses en lo decorativo.

Esto propondría el descollar de los reposados oficios de arquitectos y artesanos. Europa renace después de fuertes chubascos creativos. Y el nuevo urbanismo se desplazará entre formas sinuosas a las que someterá los más duros materiales de la construcción, sometidos a una condición nada usual para sus contexturas. El hierro deviene rama de árbol, desafiando su fisonomía.

Posiblemente, uno de los más célebres artistas austriaco de esos tiempos fue Gustav Klimt, quien podría considerarse como el más emblemático representante del inciso Simbolismo y Art Nouveau, debido a su alta carga de refinamiento, su compleja expresión y el más exótico hermetismo. Klimt logró brillar por su estilo, conjugado por obras henchidas de sensualidad.

Funda un estilo pictórico decididamente ecléctico, con una muy particular carga de abstracción y de innovaciones plásticas, que fueron definidas por sus insólitos puntos de vista, incisiones perspectivas poco habituales y una línea de profundo valor expresivo, a consideración de la crítica, podría ser el preludio del expresionismo posterior.

Por supuesto, esto supuso una férrea hostilidad hacia el arte académico oficial, lo que significó una afrenta a su estabilidad económica. Sin embargo, no se le puede negar el prestigio alcanzado por el desarrollo de una composición provista de un simbolismo personal, en los que destacan sus visiones de la vida y la muerte. Aunque nunca contrajo nupcias, procreó varios hijos: si mal no recuerdo, cuatro. Y lo particular es que sus progenitoras fueran pelirrojas, las que convirtió en musas, motivo de sus pasiones, amantes, y al fin y al cabo como las catalizadoras de su imaginería personal.

Es el creador de la imagen de la femme fatale. Mujeres seductoras y amenazantes, dispuestas en una composición con mucha sensualidad. Donde abunda el dorado como reminiscencia del pasado arte bizantino, y también debido a su herencia paterna, quien fuera un grabador de oro. Una combinación entre elementos geométricos y la sensualidad cromática que le confería de una forma magistral, equilibrio sustentado por la armoniosa combinación de líneas rectas y curvas. Es una pintura considerablemente ornamental.

Una referencia clave de todo esto es su obra El beso (Der Kuss) de 1908. Correspondiente a los inicios de la época moderna. Se trata de un lienzo al óleo y pan de oro, del cual se asegura que Klimt tomaría su inspiración de los fondos pintados con oro de los mosaicos bizantinos que admiraría en algunas iglesias, para concebir su concepto del erotismo, el cual también empezaba a ser popular y abierto en el arte y en la sociedad de entonces.

El uso de las hojas de oro, sumado a esa variedad de técnicas, rememora la habilidad antigua de representar la iconografía de los santos, lo que se convirtió en la impronta intencionada de Klimt para provocar discrepancia sobre el ahora cacareado argumento del erotismo. Una sensación de atemporalidad y esa impresión de que la pareja parece flotar en el espacio dorado de la composición es lo que más atrapa al admirar los elementos presentes en el cuadro.

La pareja de amantes está sostenida por una especie de pradera colmada de flores, ofrendadas por una naturaleza resplandeciente. La decoración de los mantos que cubre a cada uno de los personajes tiene sus diferencias. Una especie de túnica ajedrezada para el personaje masculino, con algunas formas espirales que entrelaza los conjuntos y acaba simbólicamente, por así decirlo, con el endurecimiento propio de la geometría lineal. En el caso del personaje femenino, una toga de flores, mosaicos y redondeles de colores.

Allí, en el entrelazamiento de los mantos ocurre el roce donde el hombre deja caer la cabeza, exacta y simbólicamente, para hacer el contacto con la mujer y, aunque ella pareciera apartarse, se deja envolver por el abrazo, cerrando sus ojos y disponiendo su cuerpo sin resistencia. Lo que representa ese sentimiento de pérdida del control sobre uno mismo. Y una ornamentación que germina tras la conexión de energías confrontadas. Revive la madre naturaleza, se desencadena la sensación de amor colmado, dinámico, sexual y espiritual. El florecer tras la tempestad.

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