domingo, 9 febrero 2025
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De lo expresivo

Lo cierto es que Jackson Pollock no dominaba el tecnicismo del boceto y demás artíficos básicos de la composición pictórica. Sin embargo, una pasión por la pintura lo inspiraba. Su desmedida pasión por el arte le brindó su sentido de vida y su opción de expresarse.

@ngalvis1610

Pronunciar la palabra expresión me trae al pensamiento sentencias como “la expresión de tu rostro lo dice todo, qué expresivas son tus manos, qué buena expresión tiene tu cuerpo”. Y no deja de asaltarme la interrogante: ¿Y qué es la expresión?

La gente necesita expresarse, algo en lo que todos, sin pensarlo mucho, estaríamos de acuerdo. Es esencial al ser humano su necesidad, su deseo de expresión, porque la expresión se conjuga con libertad, de poco agrado para los regímenes dictatoriales. Así que es preferible criminalizar todo de una vez, para evitar que la censura sea mal vista y esté justificada en virtud del orden y del buen proceder.

El arte es esa esencia infaltable en el ser humano. Se puede traducir como la necesidad de expresión, como el ámbito en el que esa necesidad se satisface, para que al unísono se vuelva a generar. Al respecto se sucedieron, en diferentes época y latitudes, sendos movimientos que se definían por el hambre ineludible de expresar. Recordemos aquella propuesta, de corte romántico, del expresionismo alemán de principios del siglo XX. Un movimiento extraordinario, de excelentes exponentes, con una filosofía avasalladora. Y un muy evidente desprecio por la formalidad del dibujo académico.

Más adelante, en el mismo siglo, décadas después, surge en Estados Unidos otro ismo, que también pretende basarse en la forma de expresión más pura, pero esta vez aboliendo por completo el dibujo y sus formalidades. Se trata del expresionismo abstracto norteamericano, también con el concurso de extraordinarios artistas y creadores. Pero del que voy a rescatar uno, posiblemente el más conocido de este capítulo, si no uno de los que se ha convertido, o la revisión historiográfica le ha concedido el puesto, del más emblemático de esta corriente plástica.

Alrededor de él siempre se ha tejido la interrogante sobre su conducción y conocimiento del dibujo, al punto que fue el hazmerreír de sus compañeros de academia por su torpe y nada acertado manejo del bosquejo. Lo cierto es que Jackson Pollock no dominaba el tecnicismo del boceto y demás artíficos básicos de la composición pictórica. Sin embargo, una pasión por la pintura lo inspiraba. Su desmedida pasión por el arte lo conducía a decidir que era su vía, su sentido y su opción de expresarse. Nunca se dio por vencido. Sabía que tenía algo que decir, y lo iba a lograr con la pintura.

Así que efectivamente, consiguió, tras su empeño y perseverancia, no sólo producir un arte genuino y original, si no que fue más allá, creó el primer estilo norteamericano por excelencia: el expresionismo abstracto.

Descendiente de granjero, Pollock pasó su infancia entre Arizona y California. Entendía que, si no podía ir a París, un artista debía, por lo menos, radicarse en Nueva York. Lo alcanzó a hacer y además de cursar sus estudios, conoció la pintura de los muralistas mexicanos y admiró el trabajo de El Greco.

A fines de la década de los años 30 emprendió un decidido interés por la pintura abstracta que le consintió desarrollar su arte a pesar de sus particularidades artísticas, al menos para los novatos en la materia. Pero fue hacia 1947 que la transformación se gestó. El mito urbano no deja de insistir en el accidente, seguramente por lo fortuito que aparenta ser el resultado, pero se sucedieron botes de pintura derramados sobre el lienzo, salpicaduras, chorreados. Así, Pollock inauguraba el famoso dripping: extender al ras del suelo el lienzo y gotear sobre él la pintura.

Consiguió el apoyo de los críticos americanos, quienes estaban desde hace un tiempo deseoso de un arte puramente estadounidense. El respaldo al parecer no solo vino de parte de la crítica norteamericana especializada, pues es interesante la teoría de que en plena Guerra Fría, la CIA haya podido financiar este movimiento.

Lienzos abstractos de gran formato, saturados por un vivo colorido, carentes de composición de índole alguna, donde los trazos se entrelazan hasta formar una maraña tupida y espesa que se iba organizando como una grafía automática fue lo que le valió un puente con el surrealismo.

Pollock enfrentó a lo largo de su vida adulta una feroz batalla contra el alcoholismo, el causante de casi todas sus desgracias. Una lucha de la que no pudo salir airoso y sucumbió, ahogándose en sus penurias. El último gran enfrentamiento le ocasionó el accidente automovilístico que acabó con su vida, a los 44 años, momento para el cual ya había alcanzado el estatus de leyenda en vida y los nuevos y emergentes talentos americanos ya lo habían erigido como una figura de dimensiones casi míticas.

Una filosofía que bien podría descifrarse en la apuesta de pintar por pintar, con los recursos propios de la corporeidad, provisto de las herramientas naturales de la pura expresión. Pollock danzó sobre el lienzo dejando tras su paso el gesto y la huella más fuerte del imaginario de una forma expresiva que sólo representa la libertad.

 

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