@ngalvis1610
Cuántas veces hemos estado ante la duda de lo que hemos presenciado. Las dudas de “me parece haber visto tal cosa”. O aquello de “creí que era otra persona”. En esta época en las que andamos todos un poco de incognitos, en la que nuestro rostro solo se deja apreciar un poco menos que todas nuestras facciones. No es difícil confundirnos. También ocurre con fenómenos de la naturaleza, con el entorno en general. Cuántas veces hemos creído haber observado algo, aun teniendo la impresión de haberlo observado, dudamos de su veracidad y de nuestro completo juicio de veracidad.
Muchas son las oportunidades que se nos presentan para poner en tela de juicio la realidad, o nuestra capacidad para aprehenderla. Y ojo que estamos hablando del total estado de vigilia.
A qué corresponde que, ante un mismo hecho, no veamos lo mismo o exactamente igual. Cuando apreciamos un objeto con las mismas características constructivas, tenemos reacciones distintas, empezando por el juicio de gusto: lo que yo pudiese repudiar y hasta despreciar por su forma y color, es muy posible que a otra persona le despierte su aprobación y simpatía.
De algo estamos seguros: una errónea percepción de la realidad, consecuencia de una interpretación perturbada o no correcta de la información que nos llega a través de nuestros sentidos, puede provocarnos una falsa visión. En otras palabras, damos cuenta errónea de las dimensiones, forma y hasta color de un objeto.
Podríamos imaginarnos nuestras impresiones acerca de los demás y de sus actuaciones. El arte y en particular, la pintura jugó a tenderle una trampa al ojo, para que en un plano bidimensional pudiéramos apreciar hasta la tercera dimensión, la profundidad, los volúmenes en una superficie planimétrica y la proyección.
Un caso relevante fueron los artistas del Op Art o del Arte Óptico, quienes desarrollaron un estilo de arte visual que utiliza las ilusiones ópticas. Por lo general, son obras abstractas, y un gran porcentaje de ellas, bastante conocidas, sintetizaron su presencia cromática al blanco y negro. Es considerable el número de nombres que enfatizaron en esta disciplina. Destacados los lenguajes y admirable los logros.
Pero si tuviésemos que hablar de fundadores del Op Art tendríamos que hacer referencia, seguramente, al propio Albers y a Vasarely. En Venezuela nos enorgullecemos de un importante capítulo de este movimiento que conocemos como cinetismo. Extraordinarios representantes de esta expresión abstracta pusieron en la cúspide del arte internacional el nombre de nuestro país. Alejandro Otero, Carlos Cruz Diez, Jesús Soto, los más conocidos.
Las teorías de la pintura, anteriores a la guerra, junto con las ideas constructivistas que desarrolló en Alemania la escuela de diseño Bauhaus hacia la década de los años 20 del siglo homónimo, abonan el terreno para el surgimiento de los orígenes del Op-Art.
Estas subrayaban la importancia del “diseño formal general, en la creación de un efecto visual específico”. El fin de este arte es provocar en el espectador “un impacto donde pueda identificar imágenes ocultas, imágenes que sean de estilo intermitentes, así como con vibración”. Su proyección puede generarse a través de los efectos de color e imágenes.
Así es que debemos contar entre los elementos más recurrentes en el arte óptico “las líneas paralelas rectas o sinuosas, los más evidentes contrastes cromáticos, los constantes cambios de forma o dimensión, la combinación o repetición de formas o figuras; y el uso de figuras geométricas simples como rectángulos, cuadrados, triángulos, círculos, etcétera”.
Ahora bien, si bien es cierto que están emparentados y prácticamente uno se desprende del otro, existen diferencias entre el Arte Óptico y el Arte Cinético. Su mayor diferencia radica en que el arte cinético tiende más hacia la tridimensionalidad, mientras que el Op-Art es pictórico por excelencia. Pero ambos son una invitación a la participación activa del espectador frente a la obra. Lo que ayuda a concretar el efecto óptico por completo y lo que nos permitirá ver lo que no existe.