@ottojansen
La Operación Alacrán ha continuado con nuevos actores. La caricaturesca denominación sirve para simplificar entuertos de la acción política, pero innegablemente es la punta de circunstancias, historias y posiciones en la que el lenguaje solo hace subtítulos y remoquetes. Aun cuando acertados, generalmente no son los fundamentos de esos episodios sórdidos parte del folklore y las marramuncias del ejercicio de la política venezolana y desde hace muchos años, hay que destacarlo, es propia de la “intelectualidad” partidista guayanesa.
De este modo, en estas líneas nos dedicamos a enfocar la casi total desaparición de proyectos políticos de la región (en medio del desgaste de las organizaciones partidistas nacionales) como causa fundamental de los pintorescos saltos de las dirigencias; dejando -en lo que atañe a nosotros- al trajín de las notas la narración del desenvolvimiento de hechos recientes: ese lamentable cuadro político que presenciamos, harto decadente, ahora solazado en las elecciones regionales de utilería que el régimen revolucionario usa para avanzar en la concreción del Estado totalitario.
La sociedad regional que con los años ha obtenido mayor dominio de la escena pública, una vez percibidas las falsedades de la gestión revolucionaria, quedó a la espera de la renovación de planteamientos que pudieran significar la esperanza de una alternativa local, con su enorme importancia para el desarrollo democrático de Venezuela. No estaba en esos momentos tan claro el rescate del orden constitucional. Las organizaciones que surgieron en esos años tuvieron la atención de la población, que dejó de lado a los partidos clásicos que habían gobernado el estado Bolívar. Las ideas y las propuestas, más allá de las típicas ofertas de soluciones puntuales a problemáticas de la comunidad nunca se hicieron presentes, y a ello contribuyó la larga estadía de los socialistas que echaron mano al entramado legal y a las maniobras e irrespeto de la cultura democrática para asentarse en el poder. Contribuyó, repito, la condición vegetativa de las organizaciones, que no se dieron a la tarea de encontrar las luchas e iniciativas sociales y políticas frente a la tenaza dictatorial, adhiriéndose a la cada vez más inútil opción electoralista. Lo que implica, a estas alturas, la urgencia de impulso y reingeniería de organizaciones partidistas con vocación ciudadana, de pensamiento y acción al servicio de la extensa Guayana.
Resistencia de plastilina
La era de Rangel Gómez en Guayana, primero en la CVG y luego al frente de la Gobernación del estado Bolívar, es prueba fehaciente de un comportamiento sin brújula, sin propuesta individual o colectiva de las organizaciones opositoras ante el modelo chavista y de su acción contra del texto constitucional. A ello se le suma el ejercicio de la mayoría de los dirigentes que pactaron la paz regional a cambio de beneficios. Prácticamente, y esto es historia, fue la conducta política normalizada que no permeó exclusivamente a los políticos, pues también hubo personajes importantes de la sociedad guayanesa que sucumbieron a los “espejitos” por libertad, que les concedió el chavismo. Por eso en la actual coyuntura de negociados es motivo de asombro cómo quienes fueron capaces de enfrentarlo, tal vez con más sentido ético que del plan político, sean los nuevos voceros de argumentos (la manida e infundada acusación abstencionista) que emplea el régimen para chantajear y poder construir la oposición que le conviene; sobre todo en los predios del proyecto del Arco Minero.
En Guayana, el mensaje socialdemócrata del bienestar y el mandato del pueblo se perdió, tras los años de bonanza. El mensaje socialcristiano, muy parecido al de los adecos, se extinguió. La izquierda clásica, incluso anexando al Movimiento al Socialismo, nunca concitó emoción a la conexión social con sus posturas ante la realidad concreta. Los matanceros vieron gastarse sus sueños de partido laboral, primero con divisiones y alejamiento de la masa de los trabajadores y luego con el desmantelamiento revolucionario de las empresas, condición en la que no pudieron elaborar la política opositora con el éxito de hace 30 años. Por supuesto que al hacerse realidad la caracterización de la dictadura, todo el espectro político regional quedó sin miras trascendentes. No hay convicciones sobre el rescate del orden constitucional, la República, el Estado de derecho, o la libertad. Para los “avispados” son preferibles elecciones amañadas al gran desafío de articular la resistencia democrática; es preferible el negociado con fachadas de luchas que no cambian nada, mientras obvian el sufrimiento de las mayorías. De alguna forma, interpretamos, se inicia la etapa de las redefiniciones partidistas en Bolívar ante la “fórmula perfecta” de los alacranes y la sociedad socialista del siglo XXI.