miércoles, 19 febrero 2025
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“Dame mi gasolina”

Esta nueva pesadilla que terminó de paralizar la escasa movilidad de los venezolanos, es una demostración más de hasta dónde llega la capacidad destructiva de esta tiranía corrupta.

La banda sonora que retumba en la vida de los venezolanos en estos tiempos de socialismo del siglo XXI es el reguetón “Gasolina”. Dame mi gasolina, aunque sea dolarizada, es el estribillo que resuena a lo largo y ancho del territorio nacional, en las infinitas colas que se forman en las estaciones de servicio de día y de noche. La sed desatada por la carencia de este combustible es de tal magnitud que los nacionales desafían la delincuencia vulgar y silvestre, pero también deben enfrentar la otra violencia -la institucional armada- que es todavía más despiadada, porque sabe que tiene licencia para esquilmar a todos los necesitados de este carburante, que hasta el año pasado era regalado en este expaís petrolero.

Esta nueva pesadilla que terminó de paralizar la escasa movilidad de los venezolanos, es una demostración más de hasta dónde llega la capacidad destructiva de esta tiranía corrupta. Esa que siente que ha triunfado al materializar la quiebra y la ruina de una nación, hasta convertirla en una chivera, en una chatarrería, en una escombrera, rodeada de hambrientos, mendigos y zamuros por todas partes.

Aquello fue con lo que soñó la élite dominante desde que era una gazapina comunista y clandestina. Sus logros, en estos veinte años, deben tenerlos henchidos de felicidad. Venezuela es hoy una colonia ruinosa-habanosa por donde la veas. Sus instituciones fueron derribadas, para que encajaran en ese descenso que nos redujo a un simple protectorado de una tiranía criminal. La democracia que había avanzado hacia un modelo descentralizado -garante de una progresiva desconcentración del poder- dio un giro hacia el más remoto pasado al convertir a un paracaidista en dueño y señor de Venezuela.

En menos de lo que canta un gallo la institución presidencial devino en un reinado tipo Luis XIV combinado con el de Haile Selassie, emperador de Etiopía, que nació como Ras Tafari y es una suerte de Dios para muchos jamaiquinos, que hicieron con su nombre de pila una religión, aún vigente, en aquella isla antillana.

En la práctica Venezuela se deslizó por el tobogán de la decadencia, y pasamos de ser una democracia moderna a convertirnos en una antigualla cuasi religiosa con agenda comunista. Esa que le dio plenos poderes a un teniente coronel que nunca trabajó. Dedicado, exclusivamente, al monipodio y a la intriga desde que ingresó -gracias a una palanca puntofijista- a la academia militar. Absolutista, cruel y desalmado se dedicó a lo suyo: desmantelar, arrasar y aniquilar todo cuanto encontró a su paso y que no cuadrara con la maqueta preconcebida y diseñada por el castrocomunismo. Reclamó, como corresponde a cualquier mentalidad totalitaria, un hombre nuevo como materia prima -esto es una masa obediente y sumisa- para someterla a sus delirantes proyectos.

El paso siguiente fue la destrucción simbólica de todos los logros de la democracia civil para luego centrarse en lo material, en lo concreto. Nadie pudo imaginar el ensañamiento contra las empresas básicas de Guayana. No dejó piedra sobre piedra de un complejo industrial que se erigió con el esfuerzo de venezolanos y extranjeros. Un cascarón vacío fue lo quedó con miles de desempleados, y los que cobran sin trabajar, reciben limosnas, dádivas y bonos. La fuerza sindical de la clase obrera -manipulada, obscenamente controlada y rodilla en tierra- ya no existe, porque ni siquiera hay motivos para luchar. Un cementerio, una ruina, una desolación tanto dentro como fuera, eso son las empresas de Guayana.

Pdvsa es otra palpable demostración de la capacidad destructiva de esta cúpula podrida que todo lo corrompe y descompone. Hoy hablamos en pasado al afirmar que Venezuela fue un país petrolero. Los taladros dejaron de funcionar, por lo tanto, no se extrae el aceite de piedra del subsuelo y como consecuencia no hay crudo que refinar. Esto significa que no hay gasolina venezolana, que debe importarse como se ha hecho durante más de 10 años.

Pero ocurre que la macolla sólo tiene dólares para alimentar su corrupción endógena y exógena, siempre ávida e insaciable. Y, claro, no quedan lechugas verdes para importar los 100 mil barriles diarios de gasolina que se requieren para abastecer el mercado doméstico. Así, que los venezolanos sólo tendrán gasolina en la canción de Daddy Yankee, que todavía anima el perreo entre los fanáticos y bailongos del reguetón.

Agridulces

Se fue una gran venezolana, Blanquita Rodríguez de Pérez, una verdadera primera dama. Humilde e incansable trabajadora, que le dedicó un gran esfuerzo a hacerle la vida más grata y llevadera a cientos de venezolanos. Discreta y valiente, nunca hizo alarde de su generosa solidaridad ni de su firmeza para enfrentar todo tipo de adversidad.