La forma sí, pero con garra. En el 2018 escribí un artículo, Garra y sentido, sobre la tendencia antidemocrática en el mundo. Donald Trump, para dar un ejemplo, admiraba y sigue alabando a los dictadores que se eternizan, o sea, a su “amigo” Putin, porque él detesta la tradición política de su país. Sólo le interesa la garra, no la forma.
Desde la otra acera, un político muy domesticado pierde garra. En el caso venezolano, los opositores que se ajustaron a la mentalidad y las directrices del gobierno terminaron enredados con ellos. Incapaces de pensar por cuenta propia, sometidos y entregados, en la jaladera se les nota la costura. Sea por miedo o dinero, han quedado para la pena ajena. No tienen ni garra ni forma.
En el caso de los Estados Unidos, por ejemplo, la razón porque los demócratas podrían perder las elecciones es por andar con el prurito del qué dirán y por disculparse tanto. Aparecen ellos lánguidos ante unos Maga que no mascan y que son lo suficientemente ignorantes y dementes como para quebrar la grandeza del país. Y no mejora el enfermo. El ala izquierdosa del partido demócrata sigue espantando a los electores con el woke y la corrección política, mientras los Maga desvalijan la casa.
Por estupideces como esas se caen las democracias.
Las cizañas habituales del gobierno. En días recientes el alto gobierno jugó a sembrar su cizaña de siempre. Les dijeron a sus seguidores humildes que la oposición los despreciaba. No lo piensan dos veces para empequeñecer a los suyos llamándolos pobres, esto y aquello.
Ese discurso me retrotrajo a una escena en una redoma en Puerto Ordaz, cerca del 2002. Durante una manifestación de la oposición, llegaron los chavistas a crear su choque habitual. Los ánimos estuvieron caldeados al principio, hasta que apareció un señor joven quien calmadamente se puso a conversar con los rojos. Las tensiones bajaron y en una de esas una mujer dijo casi llorando: “ustedes no nos quieren porque somos pobres…” Nunca olvidaré que después hablamos sobre nuestras vidas, nuestros abuelos y de las oportunidades que había dado la democracia. Nadie convenció a nadie, pero tampoco hubo violencia. Desde ese día han pasado más de veinte años, el país ha empeorado, ¿qué habrá pasado con la señora?
Ayer y ahora, el régimen se complace en enrostrarles la pobreza a sus fieles seguidores. Con un veneno así, nadie crece ni prospera. No les conviene ni el crecimiento del ser humano ni de una economía real. El liderazgo del poder por el poder mismo.
Las elecciones presidenciales en los Estados Unidos. Por años he querido escribir sobre el resentimiento de Donald Trump desde el contexto neoyorkino y del ambiente político de inicios del siglo 20. Es un tema con aristas, pero por ahora me centraré en un posible triunfo de Trump.
Me temo que Trump pueda ganar las elecciones presidenciales en noviembre. El fiscal general ha sido lento y dubitativo en su manejo de la gravedad de los casos y el mayor de los miedos es que el hombre más poderoso del planeta esté por encima de la ley. Sin embargo, pienso que aun en las etapas oscuras de las naciones hay quienes emergen con fuerza para restablecer el balance. Abogo porque los electores conscientes se impongan en la contienda venidera. Por un lado se deben evitar los alarmismos que sólo beneficiarían la enfermedad, pero por el otro el panorama no es alentador y deben prepararse. De ganar las elecciones, los Maga querrán aplicar la ley a su antojo y la urgencia de contenerlo podría desencadenar consecuencias impredecibles.
Sea lo que fuere y a pesar de los delitos que los Estados Unidos haya podido cometer en el pasado, su solidez legal e institucional ha sido excepcional por más de dos siglos. Las decenas de presidentes que pasaron por la Casa Blanca se han contenido gracias al respeto por sus obligaciones constitucionales. No quiero ni imaginar que este sea el fin de la vigencia de su Carta Magna y que se abra un capítulo oscuro que ponga en jaque nuestra convivencia.
Como los países de todo el continente americano, cuando nos independizamos seguimos la mentalidad racional del siglo 18, la ilustración y el enciclopedismo. La Constitución de los Estados Unidos fue la base fundacional de una república liberal y, con sus cuatro páginas, menos es más, es un portento de la humanidad. Sirvió ella de sostén a un sistema político que mantuvo la paz en los traspasos de poder y que ha llevado su sabiduría legal al mundo.