En esta ocasión voy a permitirme hacer un ejercicio sobre qué entiendo por humanidades. Es una palabra vastísima, y está tan dirigida a uno como protagonista que por eso mismo se pierde en el espectro. El diccionario de la Real Academia Española, RAE, la coloca en singular como primera acepción 1.f naturaleza humana, 2.f Género humano, y su definición más delimitada en plural, como Conjunto de disciplinas que giran en torno al ser humano, como la literatura, la filosofía o la historia. Y tomo este espacio para reflexionar sobre ella, como quien pone las cartas sobre la mesa y busca un orden, un juego, o un lugar de encuentro.
Dos lingüistas y estudiosos: Hay dos profesores que han reflexionado sobre cómo abordar las humanidades ante la confusión y la tendencia a no saber qué hacer con ellas en el sistema educativo, al punto de querer eliminarlas de un plumazo. Hace varios años, Edgar Colmenares decía que las humanidades estaban en todos los oficios, y específicamente se refería a que no hay trabajo que no tenga como meta al ser humano. Decía que la medicina era tan humanística como la historia, y en eso hacía eco a la opinión de Carl Gustav Jung, sobre que el médico está más cercano al dolor y la tragedia humanas. De acuerdo a Edgar, las humanidades deben constituir una base sólida de la escuela y el bachillerato como preparación para el trabajo y la vida, y que está en la persona seguir cultivándola. En respuesta a la postura anterior, Fride Jansson no confía en el buen juicio de las universidades para afianzar ese propósito e insiste que las humanidades no deben ser tratadas únicamente como disciplinas, sino que deben continuar la tarea. Por ejemplo, él sostiene que un abogado debe leer y reflexionar hondamente sobre Crimen y Castigo de Fiódor Dostoievski, si es que ha de profundizar en la humanidad de su profesión.
Sobre los impecables argumentos de Edgar en relación a las humanidades en las etapas formativas, le preguntaría sobre el miedo de algunos padres y educadores que temen que los hijos lean poemas o que canten en un coro y se dediquen al arte. Eso no fue el caso, por ejemplo, a los físicos alemanes de la era de oro alemana, pero ¿cómo se hace? el miedo es rampante. A veces tiene uno suerte de encontrarse a alguien que escupa el prejuicio en voz alta, porque más vale develar una mentalidad no expresada, o disimulada a través de clises. Nada raro. En el siglo 19 Charles Baudelaire se adelantó y puso las cartas de esta era sobre la mesa. En sus primeros versos de Las Flores del Mal, el bardo francés describe el llanto de la madre ante la maldición de tener un hijo poeta.
Sobre el tema de las humanidades, las universidades las han venido manejando como una imposición burocrática. En principio, no tienen claro qué es ser un humanista. Les aseguro que en la foto de perfil no está el lector ávido e inquieto. Difícilmente comprenden que las humanidades son un espacio de lectura ardua y de discusión, lejano al adoctrinamiento. Ahora bien, no debe servir esto de consuelo, pero el declive de las universidades, en conjunto, es planetario. La marea de confusión agarró a las universidades desprevenidas. En el primer y tercer mundos son acusadas de haber perdido su propósito, y la ironía es que se esforzaron demasiado en complacer al entorno. Por ahora recoger los vidrios, porque toca repensar el despelote, donde la principal víctima es y sigue siendo la imaginación.
Estudiar a la gente: Por algo se empieza. Si entendemos que cada disciplina, cada oficio lleva en sus entrañas un concepto del género humano, ya allí empieza uno a entenderse. Por ejemplo, los estudios del lenguaje se acercan a la anatomía y la fisiología del cerebro, a su psicología, y como resultado ofrece un ángulo sobre los seres humanos. Es la lingüística una disciplina que tiende puentes con el pensamiento científico.
Ahora bien, donde he encontrado una postura crítica bien trabajada sobre la era moderna ha sido en la biología evolutiva. En mi opinión, no puede haber un debate pleno sobre el impacto de la ciencia y la tecnología en la gente, si no se lee suficientemente sobre el terreno que estamos pisando como especie y saber qué vale la pena o no de ese intercambio. No puede uno aceptar los ofrecimientos de una era como quien compra a todos los vendedores del mercado.
Lo interesante es que la medicina fue la de la iniciativa de cuestionar el método científico, y la razón fue simple, las recomendaciones no le servían al paciente. El método se quedaba corto a la hora de estudiar a la gente, es decir que descuida el conocimiento humano inherente a la investigación. Sin embargo, así como hay investigadores conscientes de que están trabajando en función del ser humano, también hay en esa profesión quienes de manera acrítica aplauden cualquier moda y se la ofrecen a sus pacientes. Desastres han venido ocurriendo. En medicina, Suecia ha cuestionado y suspendido tratamientos que están de boga en el resto del mundo y, en educación, está en el proceso de desdigitalizar los procesos de enseñanza por su impacto negativo en la memoria.
Una apertura honesta hacia el debate, eso hace falta, y no es propiedad de los humanistas. Por eso reivindico el papel de las humanidades desde su etapa formativa sin descuidar la superior. El debate humanístico le pertenece a quien sepa propiciarlo y comprenda su importancia.