Noticias sobre órdenes judiciales contra acosadores o faltas-de-respeto y de declaraciones principistas sobre la moral y las buenas costumbres han pululado en los últimos días sin descanso. La gente se pregunta si es distracción o de por qué tanta alharaca, pero quizás el interés del público radica en un rollo no resuelto y no es para menos. Como fuera advertido por personalidades y editoriales de prensa en el 2017 al inicio de #Metoo en Nueva York, los efectos del movimiento traerían la reescritura de convenciones sobre lo público y privado y de un regreso al puritanismo. Seis años después del primer gran escándalo, quisiera aquí poner la mente en orden para navegar en medio de este despelote.
#Metoo. Vamos a estar claros, estén de acuerdo o no, esta llamada “ruptura del silencio” era necesaria. El abuso estaba desbordado, y las víctimas debían defenderse y denunciar. Y como si la verdad no fuera lo suficientemente horrible, la recomendación era acudir a los medios y tribunales para deliberar sobre semejante problema, una tarea ardua aun contando con sistemas legales rigurosos. Contrariamente al primer mundo, en este país los policías se burlan de una mujer que denuncia una violación, aunque hay excepciones. Por ejemplo, para represalias políticas el régimen no duda en ordenar a un juez que aprese a quien sea por acoso sexual, y he allí un piquete al revés, el del más cínico puritanismo político.
La tesis francesa. En París, al otro lado del Atlántico, surgieron varios puntos que siguen vigentes y el primero de ellos es la libertad sexual. Según Catherine Millet y los signatarios de su carta, se debe diferenciar entre importunar y acusar, pues la primera es una posibilidad en el mero acto de buscar pareja. Aseguran que el normar los acercamientos restringe la libertad sexual y se pronuncian contra el victimismo. Dicen que las mujeres son capaces de defenderse en su esfera privada y, contrario a lo que aducen las feministas, aseguran que la mujer sí tiene voz y maneras de detener a un acosador.
Esta perspectiva me retrotrae a una de las lecciones de mi clase de francés cuando estudié pregrado, porque el profe nos insistía que en Francia había hombres insolentes en la calle que tocaban descaradamente a las mujeres y que había que pararlos de manera contundente con un codazo, patada, arañazo, carterazo, bofetada y etc. Nos dio unas frases útiles en francés y todo, aunque nunca las puso en una prueba. Daba miedo porque, como en ese entonces todos los gritos de la moda venían de Francia, que fuera esa tocadera ofensiva a convertirse en un dictamen.
Con esas clases me acordé de la gorda Tina, una vecina mía en Caracas, una mujer bonita que salía a trabajar bien vestida y arreglada. Normalmente me la encontraba en el autobús cuando iba al liceo, y ella siempre cargaba un costurero con agujas por si se le pegaba algún sobador. A propósito del tema de los tocones y sobones de autobús, una comentarista española llegó a decir que en los años setenta ella debía cruzar Madrid de un extremo a otro y que en el trayecto debió soportar a cualquier cantidad de atrevidos.
Los versionistas de don Juan Tenorio. Muy parecida a la postura de la carta francesa, está centrada en que la mujer debe reconocer los engaños y no dejarse engatusar por las habilidades de don Juan. En México se dio un debate sobre ese tema a inicios del siglo pasado, donde florecieron las sátiras y poemas para educar a las mujeres y bajar a don Juan del pedestal. Por cierto, que ahora me gusta ver películas latinoamericanas de mediados del siglo pasado y notar cómo las mujeres eran delicadas y guerreras al mismo tiempo. Por cualquier palabra impertinente le zampaban una bofetada al hombre.
El conservadurismo machista que le impone la falta a la mujer. En estos días el marido de la primera ministra de Italia Giorgia Meloni, le recomendó a las mujeres no consumir alcohol para evitar ser víctimas de una violación y, ciertamente, no deja de tener razón. Sin embargo, aunque sea una medida realista y práctica que puede salvar vidas, causó disgusto porque extrae al hombre de la ecuación de la culpa. La mujer es Eva, la tentación, y al hombre hay que ayudarlo a evitar el pecado. Según esta especie, esa es la responsabilidad de la mujer, no la de ellos. Por ese camino ya sabemos a dónde va a parar la historia, que si enseñar el tobillo y hasta los ojos puede ser considerado una provocación. ¿Se puede concluir entonces que los hombres no tienen autocontención? Que, como dice el Dr. John Gray, autor de Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus, ¿los hombres pertenecen como a otra especie? Ahora para irse de fiesta, además de no manejar si se bebe, hay que seguir otra lista de protocolos.
A las feministas. Para entender los casos que se presentan hay que usar cuidadosamente la historia, no toda aparente semejanza o diferencia aplica cada vez. Desde que estudié historia universal en el liceo supe la dura realidad de que el señor feudal era el dueño de la primera noche de bodas, y ese hecho regresa una que otra vez en alguna historia o noticia. Pero en la edad media hubo mujeres que propiciaron uno de los movimientos feministas más hermosos que conozco. Tenemos fortalezas, no siempre las historias son tan desgraciadas.
Del caso Rubiales y Hermoso. En España entrevistan a hombres prominentes para averiguar si dan la respuesta política correcta al caso. Hay quienes son ágiles para evadir la presión, como lo hizo Enrique Cerezo del Atlético de Madrid: “Como no estoy en el cuerpo de Jenni ni en el de Rubiales, pues no sé quién tiene que pedir perdón a quién”.