En estos días fui a Buscadores de Libros a hurgar en ese territorio liberado que Mariela Mendoza ha convertido en el único refugio de los libros expósitos de Ciudad Guayana. Esos que no caben en el ligero equipaje de los que huyen por vía aérea, y que ninguna institución educativa acepta como donación, incluso si han pertenecido a un apreciado y destacado docente, ya jubilado o fallecido. En esta Venezuela socialcomunista dejó de existir la posibilidad de adquirir las bibliotecas de académicos, investigadores e intelectuales y escritores para enriquecer el patrimonio de los centros de documentación e información, como se llaman ahora las bibliotecas. Soñar con una partida para comprar aquellos libros es una quimera, cuando no hay ni para pagar sueldos decentes al personal activo. Y eso que estos libros -como objetos materiales usados- están tan o más devaluados que el bolívar.
Sólo hay que imaginar todo lo que significa para una persona adquirir sus libros durante años. Cuidarlos, amorosamente, porque gracias a ellos se mantiene actualizada, se es mejor docente, prepara clases y ponencias, participa en congresos y nunca se está fuera de lugar, aunque se proceda del tercer mundo. Pero sobre todo se estudia, investiga, intercambia sabiduría con alumnos, colegas y amigos. En tiempos de libertad y democracia, cuando se valoraba el conocimiento y la educación era el activo más importante para gobernantes y gobernados, una biblioteca era una ofrenda al quehacer intelectual y espiritual, jamás un gasto.
La arriba firmante tiene una modesta biblioteca, y con cierta frecuencia acaricio, presto, veo y leo mis libros. Pero no puedo evitar sentirme triste, porque cuando muera su orfandad será inevitable. Nadie los acepta como herencia, porque con Wikipedia tiene de sobra lo que necesitan.
Inicié esta columna con una visita a Buscadores de Libros, donde viví una experiencia que quiero compartir con mis escasos lectores. Conseguí varios volúmenes que quería leer, pero cuando vi una carátula con una mano masculina apuntando hacia un título, ubicado en la parte inferior, me di cuenta que el dedo índice de Arturo Pérez Reverte señalaba el nombre de la publicación: Con ánimo de ofender.
Un título así sólo podía provocarme, y claro lo agarré con cierta torpeza, y se abrió en la pagina 295, porque el encuadernado no es de los mejores, para un formato más bien pequeño que acumula casi 600 páginas. Aún así es un regalo de la editorial Punto de Lectura de los artículos de Arturo Pérez Reverte (1998-2001).
En la 295 está el artículo titulado Los libros viejos. Cuando lo cierro para revisar detalles del año de publicación y editorial, me encuentro con una firma en el ángulo superior izquierdo de la segunda página que me resultaba familiar. Era la de mi coterráneo, colega, amigo y compadre Roger Vilaín. Viví, sin duda, una convergencia interlectural en esta zona tropical.
Quisiera plagiar el artículo en su totalidad, pero resulta imposible porque no tengo espacio e incurriría en un delito. De manera que seleccioné algunos párrafos para enriquecer mi columna de esta semana que antecede a la Navidad. A Pérez Reverte le gustan más los libros viejos porque “a su forma y contenido se añade la impronta de los años; la historia conocida o imaginada de cada ejemplar. Las manos que lo tocaron y los ojos que lo leyeron”.
El escritor español sostiene “que no hay ningún libro inútil. Hasta el más deleznable en apariencia, hasta el libro estúpido del que no se aprende nada, tiene un rincón, en media línea, algo útil para alguien. En realidad, los libros no se equivocan nunca, sino que son los lectores quienes yerran al elegir libros inadecuados; cualquier libro es objetivamente noble”… A los libros “los echaron al mundo como a uno lo arrojan a la vida al nacer, y, como los seres humanos, sufrieron el azar, los desastres, las guerras…vivieron suertes diversas; y en la historia de cada uno hubo gloria, derrota, tristeza o soledad. Conocieron bibliotecas confortables e inhóspitos tenderetes de traperos. Conocieron manos dulces y manos homicidas o bibliocidas”.
Existen supervivientes -escribe el autor de El Capitán Alatriste- “los que escaparon al fuego, al agua, a los bichos y a los roedores, y sobre todo escaparon al fanatismo, la ignorancia, la estupidez y la maldad de los seres humanos. Estos libros han sufrido desarraigo, expolios, peligros sin cuento para llegar hasta hoy”.
Agridulces
La Cancillería ordenó una semana de propaganda para enaltecer la excelsa figura del “uribista” Alex Saab. Diplomático graduado por el régimen venezolano, que fue vendedor de llaveros en su natal Barranquilla, y que se hizo multimillonario con los pésimos alimentos que venden en las bolsas CLAP. Dio un triplete en Venezuela: ahora es un rico potentado, embajador y más criollo que Guaicaipuro.