@omarestacio
Ahora que practicar tiro al blanco con los planes libertarios de María Corina y Edmundo González se ha erigido en pasatiempo nacional -e interamericano, también- viene a mi memoria el Kid Carnicero y el Carlos Morocho Hernández, de mis tiempos universitarios.
1970. Parroquia La Pastora, Caracas. Alrededor de aquellos años, Venezuela fue considerada la primera potencia mundial de boxeo profesional.
En lo que atañe a tal deporte, la parroquia en cuestión era un hervidero. El Morocho nació y creció en esa localidad. Las noches en las que ese impar atleta salía airoso de cualquier combate, estallaban los fuegos artificiales y el jolgorio se prolongaba hasta el amanecer. Cuando, por el contrario, el resultado era adverso, el luto rivalizaba con el más riguroso Viernes Santo.
Los últimos jueves de cada mes sesionaba en la esquina de Amadores la “Peña de Boxeo de La Pastora”. Además una nutrida “delegación” de esta última asistía a todas las veladas pugilísticas de cada lunes en el Nuevo Circo o en el Palacio de los Deportes.
Ejercía auctoritas sobre todos aquellos cófrades, el expugilista, Julián Calamardo, o el Kid Carnicero. Cualquier discusión sobre un dato histórico, anécdota, pronóstico, estrategia, relacionada con el mundo de Fistiana, era zanjada por El Kid Carnicero. Santa palabra, sin derecho a réplica. Poco importaba que El Kid presenciase un combate desde el ring side o lo mirase por TV sentado en un butacón de la referida peña: “¡Usa más, el hook de izquierda!; no hagas otro side-step; ¡El bobbing, el bobbing, el bobbing!”. Irrelevante, lo linajudo o invicto que fuese cualquier destinatario de tales órdenes. El Kid Carnicero estaba investido de autoridad moral para emitirlas.
Cierto jueves en la noche mientras se celebraba una sesión ordinaria de la peña, uno de sus integrantes se presentó, por sorpresa, con un invitado muy especial: el propio, el mismísimo, Carlos Morocho Hernández, en persona.
María Corina Machado y/o Edmundo González Urrutia neutralizaron las cláusulas del coludido “Acuerdo de Barbados”; las inhabilitaciones y/o descalificaciones de las sucesivas candidaturas de la propia Machado y de la profesora Yoris, para en definitiva, darle jaque mate con sus códigos QR al fraude impúdico de Maduro y sus “40 ladrones”. Ello no los pone a salvo de ser emplazados a iniciativas más audaces. “Llegó la hora de aplicar la ‘Obligación de proteger’, la Carta Interamericana, el Tratado de Río o la Convención de Tucusiapón”. Solo que el derecho que asiste a los proponentes de tales acciones, es el mismo que tiene el público en general de evaluar el número de “peleas” ganadas y perdidas, por estos sedicentes, Sun Tzu, von Clausewitz, Lindel Hart del derrocamiento de narcotiranos.
– ¿Que El Carnicero combatió conmigo? -le ripostó el Morocho a uno de los cófrades que se hizo eco de cierto relato del gurú de aquel grupo-. ¡No qué va! El Carnicero, apenas, libró tres “peleítas” contra unos aprendices. Las dos primeras las perdió por knock-out en el primer asalto y en la última tiró la toalla antes de sonar la campana. Su apodo tampoco obedeció a proeza alguna en el cuadrilátero, sino porque era el repartidor de la carnicería del señor Giannetto, situada entre las esquinas de Amadores a Guanábano.
Después de semejante desmentido, El Kid Carnicero no regresó nunca más a tal cofradía. Quedó sentado, en lo adelante, que no era otra cosa que un charlatán. Al menos fue un charlatán con una pizca de vergüenza.